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Un exquisito salvaje en la Royal Academy

Anish Kapoor lleva al extremo formas y texturasen la retrospectiva que le dedica la institución en Londres, que viajará al Guggenheim de Bilbao en 2010

NELA DOMÈNECH

El escultor Anish Kapoor ha tocado techo en la Royal Academy de Londres al convertirse en el primer artista vivo al que le dedican una retrospectiva, que viajará al Guggenheim de Bilbao en marzo de 2010. La última vez que lo intentaron fue con el escultor Henry Moore (1898-1986), pero murió antes de la inauguración. 'Las retrospectivas parece que te condenen al final de tu carrera, pero yo he hecho piezas nuevas para la ocasión y he incluido ejemplos de los materiales y las formas que he estado trabajando durante años', comenta el artista en un recorrido por la muestra. Él va delante, como un profeta.

En su diálogo o juego con los materiales y las formas, el artista anglo-indio ha llevado su experimentación al extremo y, literalmente, toca con sus creaciones el techo de las salas en varias ocasiones. Todo es intenso, y llevado al extremo. También lleva al extremo la concavidad de sus espejos que, en pocos segundos de contemplación, provocan mareo distorsionando las imágenes reflejadas.

En el patio de entrada de la vetusta Royal Academy, en la céntrica calle de Picadilly, una escultura de bolas de aluminio pulido reflectante anuncia la retrospectiva con infinitas proyecciones del edificio alrededor o de los peatones que se miran, se acercan, se alejan o se buscan en las bolas reflectantes.

Una enorme pieza de hierro toca el techo de la primera sala. El material pesado y oxidado fue uno de los primeros retos del artista, que lleva treinta años experimentando con texturas y formas. When I am Pregnant, de 1992, es una giba que brota de la pared sin dejar señal de dónde empieza el tabique o acaba el contorno. La misma ambigüedad de la escultura Yellow, de grandes dimensiones. Para ambas ha utilizado fibra de cristal; en la blanca sale de la pared; en la amarilla se esconde hacia el interior. Y según como se miran, desaparece la concavidad y se transforman en espacios planos.

La pureza de los colores fue uno de sus retos artísticos en los años ochenta. Pigmentos amarillos, rojos y negros toman diferentes formas sobre madera, cemento o sintéticos. En las salas cada veinte minutos se oye un amedrentador disparo: es la bala de cera roja lanzada por un cañón mecánico contra una pared blanca (como las manchas de Pollock, pero a lo bruto). Los pringues cada día son distintos porque se va añadiendo cera.

La misma transformación permanente está en Svayanbh (autogenerado, en sánscrito), un inmenso volumen de cera, del suelo a techo, que recorre sobre una vía cinco salas adornadas con frisos dorados y separados por arcos clásicos arcos. El paso del gigantesco bloque de cera va dejando rastro y perdiendo cada día algo de espesor. ¿Resistirá a la muestra?

Una escultura con connotaciones sexuales ocupa otra de las salas, en forma del monstruo que se devora a sí mismo bajo el título de Slug (Babosa). La pieza representa otro periodo en la carrera de uno de los escultores más influyentes de su generación, aunque él es un hombre accesible y modesto que se ruboriza si alguien se lo dice.

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