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La cuna de Zeus

La orografía de Creta, la mayor isla griega, sirve de escenario a un sinfín de mitos

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

El macizo de Dikti desafía a los dioses con afilados picos de más de 2.000 metros de altitud. Con tanta altivez, parece esforzarse en proteger de cualquier intruso a la meseta de Lassithi, una planicie cubierta por un edredón de frutales y aspas de molinos de viento que se empeña en desmentir que Creta, la mayor de las islas griegas, sea un perenne sube y baja orográfico. Sin embargo, sus cumbres no custodian ni cerezos, ni perales. Ni siquiera a los humildes pueblos que salpican la llanura. Simplemente, presumen. Y no les falta razón, porque en una de sus cuevas, Dikteon Andron, la mitología sitúa el nacimiento del todopoderoso Zeus. Hoy, un cartel en griego e inglés recuerda al viajero que hasta aquí llegó Rea con el que sería dios de dioses en su vientre huyendo de su esposo, Cronos, por entonces empeñado en devorar a toda su descendencia.

En esta oquedad, repleta de milenarias estalactitas y estalagmitas, nació Zeus y pudo sobrevivir gracias a los cuidados de las ninfas Andrastia e Ida, que lo alimentaban con la leche de la cabra Amaltea, mientras los curetes, dioses menores, ahogaban el llanto del pequeño con el entrechocar de sus escudos para que no llegase hasta los oídos de su padre ninguna sospecha de su existencia.

Su alumbramiento en una cueva evitó al dios acabar en las fauces de Cronos

Ahora, sin embargo, lo que se oye en la húmeda cueva es el cuchichear de los viajeros que llegan hasta aquí tras recorrer los 60 kilómetros que separan la capital de la isla, Iraklio, de la mitológica cueva. Tras subir a pie o en burro la empinada ladera, luces anaranjadas conducen sus titubeantes pasos hacia el final de este Olimpo subterráneo, donde se encuentra el pequeño estanque en el que Zeus solía bañarse. Y donde los arqueólogos han encontrado decenas de restos que demuestran que la cueva era lugar de culto hace más de 4.000 años.

La isla griega es el único lugar del mundo en el que cualquiera puede pasear por decenas de escenarios donde un nutrido grupo de dioses tuvo a bien codearse con los hombres. En el golfo de Souda, en la costa norte, las sirenas dejaron de ser mujeres-aves para transformarse en seres acuáticos tras ser derrotadas por los cantos de la musas. Al sur, donde acaba su angosto recorrido la garganta de Samaria, Apolo se purificó tras matar a la serpiente Pitón en Delfos.

El Minotauro, y su laberinto sobreviven en el Palacio de Knossos

No muy lejos, en el golfo de Messaras, el rey Menelao y su disputada esposa Helena encallaron de regreso de la guerra de Troya tras dispersar Zeus su flota. Hacia el Este, en Vianos, Ares, el dios de la guerra, descubrió que la divinidad no le hacía invencible. Los colosos lo derrotaron y lo encerraron en un caldero de bronce hasta que fue rescatado por Hermes. En el centro de la isla, entre las ruinas de Gortina, aún se levanta el árbol donde, asegura un sencillo cartel, yacieron el mismísimo Zeus con la princesa Europa para engendrar al célebre rey Minos. Y así un larguísimo etcétera.

Es este último alumbramiento el que da origen al que es, sin duda, el mito más conocido de Creta, capaz incluso de eclipsar el de dios de dioses: el del laberinto del Minotauro. Hoy, decenas de autocares repletos de turistas desembarcan a diario en la colina de Kefála, situada un par de leguas al sur de la capital de la isla, con el único objetivo de adentrarse en las ruinas de Knossos, palacio inmenso y sin fortificar al que el arqueólogo británico Arthur Evans intentó devolver su esplendor con más cemento e imaginación que acierto a principios del siglo XX.

Su laberíntica planta hace desbordar la imaginación del viajero que cree ver entre columnas de color sangre a la infiel Pasífae, la mujer del soberano, entregándose a un toro para dar luego a luz al monstruoso ser con cuerpo de hombre y cabeza de astado al que cada año había que sacrificar jóvenes atenienses. Y a Teseo y su espada mágica vencer al Minotauro y conseguir desandar sus pasos por el laberinto gracias al hilo que le había entregado Ariadna, la hija del doblemente traicionado rey Minos, como colofón de una historia más digna de un culebrón que de un libro sagrado. Claro que todo esto sólo podía ocurrir en Creta, la cuna de Zeus.

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