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Guillermo Arriaga: "Mis maestros creían que era retrasado mental"

El guionista de 'Amores perros' y 'Babel' destripa las claves de una trayectoria marcada por las trifulcas y los éxitos

CARLOS PRIETO

Si hubiera que hacer una lista de los divorcios más sonados de la historia del cine, el del escritor Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) y el cineasta Alejandro González Iñárritu estaría a la altura del de Elizabeth Taylor y Richard Burton. Tras rodar la trilogía más exitosa de la historia del cine latinoamericano (Amores perros, 21 gramos, Babel) la pareja, incapaz de repartirse el pastel de la autoría, se tiró los trastos a la cabeza.

Dejando a un lado esta controversia de hace un par de años, nadie podrá negarle a Arriaga su empeño en reivindicar el cine como creación colectiva y el trabajo invisible de los guionistas. El escritor mexicano que ganó el premio al mejor guión en Cannes por Los tres entierros de Melquiades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005) y debutó el año pasado como director con Lejos de la tierra quemada pasó por Madrid para participar la semana pasada en el festival VivaAmérica.

Usted empezó a escribir por un asunto de faldas, ¿no?

La razón por la que empecé a escribir fue seria. Tenía nueve o diez años y me encantaban las niñas, pero me daba pavor acercarme a ellas. Empecé a escribirles cartas larguísimas y me di cuenta de que así tenía más control sobre lo que decía. Mis cartas eran más efectivas que mis palabras.

Pero en el colegio no le fue bien.

Sufría un trastorno de déficit de atención. Los que padecemos este síndrome tenemos muchos problemas para entender los procesos lógicos. Pero la escritura no se basa en la lógica, sino en la intuición. Comencé a entender el orden del mundo gracias a la escritura. Las matemáticas exigen una lógica; la escritura, no. Los textos tienen una coherencia interna, pero no hay que seguir un orden necesariamente. El déficit de atención me llevó a la escritura.

Ahora se sabe más sobre ese síndrome, pero cuando usted era jovencito igual no tenían muy claro cómo tratarlo.

Mis maestros creían que era retrasado mental

¡Ay!

Pensaban que era muy tonto, que no tenía suficiente capacidad mental.

¿Se trataba entonces con pastillas?

No, con medidas disciplinarias. Castigos, castigos y más castigos. Todo dentro de la escuela, porque mis padres eran mucho más comprensivos. Uno de los problemas del trastorno es que afecta a la autoestima. Te denigran porque dicen que no entiendes cómo funciona el mundo. Aunque en mi caso la autoestima saliera airosa del envite.

Parece que le entraron muchas ganas de luchar contra el mundo, porque años después entrenó para ser boxeador.

Fue tras salir de la universidad. Compartía casa con un amigo que iba a ir a los Juegos Olímpicos de remero. Me dio un ataque de envidia y me empeñé en intentar seguir sus pasos. Como había crecido peleándome, decidí intentarlo con el boxeo. Me entrené para ver si estaba cualificado técnicamente para presentarme a las eliminatorias olímpicas, pero me quedé a mitad de camino.

¿No se le daba bien?

Se me daba muy bien pelearme.

¿Peleaba mucho?

Mucho. Empecé a pelear a los ocho años. Para cuando cumplí 18 ya era bastante bueno. Pero me parece una idiotez pelear. Es una de las cosas más estúpidas del mundo.

¿Dónde se zurraba? ¿En los bares?

Jamás he ido a antros o discotecas. Pero donde crecí había muchas peleas. Jugabas en ligas muy bravas de fútbol y acababas a palos. Pero no creas que estoy orgulloso de ello.

Usted ya era novelista reconocido antes de escribir para el cine. Hay toda una mitología sobre los enfrentamientos entre los escritores y los estudios de Hollywood. ¿Ha tenido usted que atizar a algún ejecutivo?

Nunca he tenido ningún problema. Por un motivo sencillo: en este negocio hay personas que compran y otras que venden. Yo nunca he ocultado el tipo de producto que vendo: riesgo y respeto a la palabra escrita. Si te vendes como un escritor dispuesto a hacer lo que sea, acabarás haciendo lo que sea. Nadie va a venir a pedirme que le venda algo que no tengo. Me han ofrecido incluso adaptar a unos cuantos maestros William Faulkner, Cormac McCarthy y no he aceptado. Quiero intentar levantar un mundo literario propio. Eso me ha permitido sobrevivir mejor.

Usted tarda bastante en escribir cada guión.

Me demoré tres años y medio en escribir Amores perros.

¿Lo cogía y lo dejaba?

No, no. Escribía todos los días.

¿Cuántas versiones hizo?

Treinta y seis.

¿Tarda más en escribir un guión que una novela?

No. Puedo tardar cuatro años en escribir un libro. Pero ahora ya he aprendido: tardo más o menos un año en tener listo un guión. Además antes escribía a máquina.

¿Le costó pasarse al ordenador?

Sí. Me gustaba mucho el ta-ca-ta-ca-ta-ca-ta-ca-ta de las teclas. Además cuando empecé a usar el ordenador tuve un problema muy serio con las manos: se me lesionaron los nervios. Una de las razones por las que decidí rodar mi primera película es que no tenía fuerza para teclear. Cogía un vaso y se me caía. Me pesaba demasiado.

Cambiando de asunto: en España se discute hasta la saciedad sobre qué hacer con la industria del cine. Quizás podamos aprender algo de México, que en unas décadas pasó de machacar a Hollywood a no producir apenas películas. ¿Qué ocurrió?

Una de las causas del éxito y de la quiebra fue que el Estado era el único productor. Eso envenenó la industria. Me parece bien que el Estado cofinancie o que incluso sea el único productor de un filme, pero no de toda la industria cinematográfica. En México el cine entraba dentro de la canasta básica de productos. Estaban los huevos, la tortilla, la leche ¡y las películas! El cine no podía subir de precio, era baratísimo, ningún distribuidor o productor privado podía sobrevivir. El Estado acabó controlando todas las ramas de la industria. Y Hollywood acabó superando el trance de pasar del cine mudo al sonoro: sus primeras películas dobladas, en las que mezclaban todos los acentos posibles (español, mexicano, argentino), no fueron bien recibidas en México.

¿Se ha recuperado la producción tras el impacto de filmes como Amores perros?

No lo esperado. El Estado mexicano aún no se ha percatado de la importancia de la cultura. Creen en las viejas teorías de que intervención estatal significa hacerse cargo de todo. La lógica que se aplica es la del modelo neoliberal: si algo no da resultados económicos para qué vamos a apoyarlo, piensan. Eso es un error.

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