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El pintor de Barcelona

Un artista chino que huyó a España tras la matanza de Tiananmen regresa a Pekín atraído por la transformación económica de su país

ANDREA RODÉS

Lin Mo se quedó sorprendido al regresar hace dos años a Pekín, después de casi dos décadas en Barcelona, y descubrir que el Partido Comunista continúa ejerciendo un gran control sobre los artistas de su país. 'De vez en cuando, aparece en mi estudio un funcionario vestido de paisano para controlar lo que estoy pintando', explica en un castellano fluido este pintor de 47 años, pelo oscuro recogido en una coleta, nacido en Harbin, capital de lo que fue la Manchuria china.

Poco después de graduarse en la escuela de arte de su provincia, Lin se fue a vivir a Pekín, siguiendo a una antigua novia. Era el final de los años ochenta, en la capital china reinaba un clima de libertad y apertura política que no ha vuelto a repetirse, y Lin no tardó en frecuentar grupos de extranjeros y jóvenes artistas y escritores, la nueva élite intelectual del país.

Pero en junio de 1989, cuando el Gobierno chino ordenó la brutal represión de Tiananmen, Lin decidió largarse a Barcelona. Su amiga Inma González Puy -la actual directora del Instituto Cervantes de Pekín-, le ayudó a conseguir un visado de estudiante. 'Más que por miedo, me fui porque muchos de mis amigos huyeron y el ambiente en Pekín era cada vez más cerrado y aburrido', recuerda hoy Lin en su espacioso estudio de los suburbios de Pekín. Ahora, igual que él, son muchos los artistas y escritores chinos repartidos por Berlín, París o EEUU que han decidido regresar a su país, atraídos por la rápida transformación económica y social de China y la posibilidad de ganar dinero en un mercado emergente.

'En China, todo cambia muy rápido, es lo más excitante para un artista', dice Lin, mostrando la serie en la que ha trabajado durante el último año: óleos de mujeres desnudas, de espaldas al espectador, desfiguradas por unas pinceladas gruesas y violentas que recuerdan al estilo expresionista del conocido pintor holandés Wilhem de Kooning.

'Un funcionario me visita para ver lo que estoy pintando'

Lin insiste en que no son expresionistas, sino 'muy chinas. Utilizo los trazos bruscos para conseguir un impacto visual directo, igual que en la caligrafía tradicional china', aclara el pintor. Los símbolos no le interesan. Cree que muchos artistas contemporáneos chinos sólo optan por introducir en sus obras símbolos comunistas, como el rostro de Mao, para atraer al coleccionista occidental.

Él ha preferido apostar por un estilo más personal, más tradicional: 'Dar un paso atrás' para conectar con el mercado chino. Y tiene éxito. Después de dos años en Pekín, Lin vive por primera vez del arte y trabaja en un espacioso estudio que nunca podría permitirse en Barcelona. Le cuesta 6.000 yuanes al año, unos 600 euros, y a finales de este año se mudará a uno nuevo por la mitad de precio en Songzhuang, conocida como la ciudad de los artistas. Actualmente, más de 4.000 artistas se han trasladado a esta ciudad de las afueras de Pekín gracias a subvenciones del Gobierno. 'Si estamos todos juntos, pueden controlarnos mejor', opina Lin echando una melancólica ojeada a su estudio medio vacío. En el interior, el frío es intenso. El complejo será demolido en las próximas semanas y las autoridades ya han cortado el agua y la calefacción.

'En China, todo cambia muy rápido, es lo más excitante'

Que todos los artistas trabajen juntos en el mismo lugar es, según Lin, un ejemplo de la 'sociedad armoniosa' que desea el Partido. 'No se dan cuenta de que tanta armonía puede matar el arte', añade. Su pasaporte español le protege de tener problemas con el Gobierno, pero eso no le libró de que para el catálogo de su última exposición en una galería privada de Pekín le obligaran a eliminar algunos de sus desnudos.

A pesar de todo, Lin es optimista. La vida le ha enseñado a saber aprovechar oportunidades inesperadas. Poco después de llegar a Barcelona, sin saber una palabra de español o de inglés, le tocó la lotería: nueve millones de pesetas (unos 54.000 euros), que invirtió en abrir un popular restaurante de cocina manchú en el barrio de Sants. 'Así me libré de tener que apuntarme a la universidad', bromea Lin.

Lejos quedan hoy las pinturas en papel de arroz que pintaba en su pequeño taller al fondo del restaurante, inspiradas en los tradicionales paisajes en tinta china. 'Al final, el arte no se estudia', añade Lin. Uno de sus primeros bocetos, recuerda, fue una calavera que se encontró de niño en el cementerio ruso de Harbin, lugar favorito de expolio durante la Revolución Cultural.

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