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"Quiero que el visitante sienta frío y pavor"

Christian Boltanski. Artista. Expone en París, en la muestra 'Monumenta 2010', su última creación, una gigantesca pirámide roja de ropa removida por una grúa

ÁLEX VICENTE

Cuando nació Christian Boltanski (París, 1944), su padre vivía escondido bajo el suelo de madera de su casa para escapar de la persecución de los nazis. No es del todo extraño que la muerte se haya convertido en una constante en su producción artística. Su última instalación, una gigantesca pirámide de ropa removida al azar por el brazo de una grúa, funciona como metáfora del implacable destino, que decide llevarse al otro barrio a unos mortales antes que a los otros, provocando un tenso estado de espera entre los privilegiados que logran obtener una prórroga. Boltanski la ha concebido para la tercera edición de Monumenta, muestra efímera que invita cada año a un artista contemporáneo a exponer bajo la gran bóveda de cristal del Grand Palais de París.

Ha concebido esta instalación como un 'espectáculo'. ¿El arte debe ser espectacular para atraer al gran público?

No me gustan esos juegos tan intelectuales que se han puesto de moda en el arte contemporáneo de los últimos diez años. Yo me dirijo a todo el mundo y no a una selecta minoría de especialistas. Hablo de temas sencillos que todo el mundo se plantea, como la muerte o la existencia de Dios. Deseo provocar una emoción en el espectador. Si alguien sale diciendo que soy un gran artista conceptual, querrá decir que soy pésimo. Lo que quiero es que el visitante sienta frío y pavor. Y que salga de la exposición con una sensación de incomodidad, de reencontrarse con la vida.

¿Diría que el arte se ha convertido en un producto de lujo, en objeto de especulación y subastas?

'Fue un milagro que, tras la muerte de Franco, no estallara otra guerra civil'

El dinero siempre ha estado presente en el mundo del arte, aunque no al mismo nivel que hoy. Cuando empecé a trabajar, la opinión que más importaba era la de los críticos y los conservadores. Hoy resultan mucho más determinantes las casas de subastas y un puñado de millonarios. Hemos pasado del arte como reflexión al arte como mercancía. Giacometti se vendía, pero también intentaba decir algo con su trabajo. Hay que volver a inscribir el arte en ese espíritu.

¿Es posible en el contexto actual?

Estoy convencido de que asistiremos a un regreso hacia esa posición, tal vez gracias a la crisis, que puede que acabe teniendo efectos positivos. La crisis nos obliga a buscar nuevas utopías y a construir nuevos modelos.

¿Cómo es posible mantenerse al margen de esta deriva mercantil?

Yo destruyo el 80% de mis obras, creo poco y ya no expongo en galerías para vender mis obras. No me malinterprete: no soy la Madre Teresa y me gusta el dinero como a cualquiera. Pero mi ambición es superior al simple hecho de hacerme rico. Intento decir cosas que me interesen, comprender mejor lo que nos rodea, buscar la verdad e intentar compartirla.

'La crisis nos obliga a buscar nuevas utopías y a construir nuevos modelos en el arte'

Exponer arte en lugares impropios se ha convertido en una polémica tendencia. ¿La aprueba?

A veces se hacen cosas algo forzadas, pero otras veces la mezcla funciona. A mí suele gustarme, porque desconcierta al espectador. Por unos segundos, no entiende la emoción que está sintiendo, que es diferente a la que experimenta en un museo. Es más inesperada, como un accidente. Yo he trabajado así varias veces, como en el Museo de Orsay o en una iglesia de Santiago. Recuerdo que se me acercó una señora gallega para preguntarme qué era todo aquello. Le dije que se trataba de un homenaje a los muertos y lo entendió perfectamente. Si le hubiera dicho que era una exposición de arte posconceptual, se habría ido indignada.

La muerte es una constante en su obra. ¿Tiene que ver con su padre, que escapó de los nazis?

Descubrí que todos somos mortales mucho antes que los otros niños. Y toda obra artística surge de problemas psicoanalíticos. En España se entiende bien, porque la muerte está muy presente en vuestra cultura. Fue un milagro que, tras la muerte de Franco, no estallara otra guerra civil. Pero siempre me he preguntado cómo debe ser eso de cruzarte con tu verdugo por la calle y no decir nada. Estoy en contra de la pena de muerte y de los juicios ejemplares, pero a veces es necesario organizar un proceso sobre lo ocurrido. De otra forma, ¿cómo se puede vivir en medio de ese silencio?

 

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