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El indio que copiaba a Marcel Duchamp

Jimmie Durham inaugura la bienal de arte PAC de Murcia

GUILLAUME FOURMONT

El arte es una cosa de locos. Pensar que una obra debe tener un discurso social o político es erróneo; pensar que una obra debe expresar un sentimiento o seguir una estética también es erróneo. Una obra de arte sólo debe 'desorientar', 'provocar cierta confusión'. Lo dice Jimmie Durham, uno de los artistas más respetados del siglo XX que, sin embargo, hizo de la lucha por los derechos civiles de los indios de Estados Unidos la base de su trabajo artístico.

Confusión también genera la exposición del artista estadounidense que inaugura mañana la bienal Proyecto de Arte Contemporáneo (PAC), en la Sala Verónicas de Murcia. Es un antiguo convento barroco del siglo XVIII que Durham ha convertido en basurero urbano: neumáticos, tubos, frigoríficos, teléfonos, grafitis, piedras Todo mezclado como si el único objetivo fuera la profanación del lugar religioso. 'No intento dar ningún tipo de mensaje. Es difícil de entender, pero lo que me interesa es transmitir un sentido intelectual continuo, no un mensaje en particular', aclara el artista. 'Si alguien ve mis obras y me dice que lo ha entendido todo entonces habré fallado, porque la función del arte es desorientar', continúa.

'Con mi trabajo no intento transmitir ningún tipo de mensaje'

Nacido en 1940 en Arkansas, en una familia india cherokee, Jimmie Durham lideró en los sesenta y setenta movimientos en defensa de derechos civiles de su pueblo. Sus obras, escribían las revistas de arte de la época, eran duras críticas al poscolonialismo de Estados Unidos. La búsqueda de una identidad entre la cultura occidental e india denunciaba la segregación y el racismo. 'El problema es que siempre perdimos', confiesa ahora.

Durham eligió el exilio vive en varias ciudades de Europa desde 1994 y centró su trabajo en la importancia del objeto. 'Me gusta mucho el trabajo de Marcel Duchamp. Tiene razón cuando dice que todo objeto puede ser una obra de arte', explica. El Urinoir del artista francés es famoso en el mundo entero.

Una caja de tomates

Para Durham cada objeto es un tesoro. 'Cuando vivía en Marsella, compré una caja de tomates que ponía Se debe destruir. No era capaz de hacerlo y me sentía tan mal que convertí la caja en una obra de arte. Escribí encima de dónde procedía en 25 idiomas', recuerda.

'Una obra de arte no tiene por qué tener siempre un significado'

Una de sus obras más conocidas es Saint-Frigo (1996), una vieja nevera contra la que, durante siete días, el artista lanzaba piedras. La nevera era irreconocible, era 'una performance contra el orden estético establecido', según fue definida en aquel momento. 'Mi obra no es ninguna crítica a la sociedad de consumo', rectifica. 'Cuando llegué a Europa, lo primero que quería hacer era oponerme a la idea de arquitectura, porque Europa se construyó con piedras muy pesadas'. Para él, la piedra es sinónimo de ciudad, de ley.

En la exposición de la Sala Verónicas, hay, precisamente, varias piedras perdidas en el espacio. 'Esto no significa que me gusten especialmente las piedras, también trabajo con plástico, con madera. Me gusta todo tipo de material', aclara. El resultado 'desconcierta', como dice el artista, porque cuesta encontrar una unidad. Es difícil ver arte ahí.

No es la primera vez que la Sala Verónicas acoge obras, hace mucho tiempo que no viven monjas entre sus muros. 'No hay que buscar siempre un significado insiste Jimmie Durham. Por ejemplo, hay un teléfono con la palabra duda escrita. Tenía que escribir algo en este teléfono y pensé en el nombre de unas minas'. Así de simple.

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