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La belleza de un tiro en la sien

Fernando Aramburu rescata del olvido las claves de la literatura del maldito Félix Francisco Casanova

PEIO H. RIAÑO

Bernardo se ha despertado con un agujero de bala en la sien. Como si fuera la primera vez que lo intenta, se derrumba al confirmar su don y su martirio otra vez, es inmortal. Bernardo, convertido en un ser depravado, un moribundo al margen ya de todo principio moral ante su imposibilidad para morir, tomará la deriva criminal como forma de vida, como intento de muerte. La única persona que podía haber contestado hoy al estado físico y anímico por el que debió pasar el autor al escribir semejante esperpento, bajo el título El don de Vorace, murió en 1976, a los 19 años, y era el propio autor.

Félix Francisco Casanova (Santa Cruz de la Palma, 1956 - Santa Cruz de Tenerife, 1976) hizo pasar por novela la poesía con 17 años de edad, sin imitar a nadie, sin contemplar ni un ídolo, en 44 días de locura, dictándole en alto a su padre que la pasaba a máquina para llegar a tiempo al cierre del premio literario Pérez Armas de novela, que terminó ganando. Un experimento extremo, que lo convirtió en un ángel con rasgos diabólicos.

Un extraño escape de gas acabó con su vida, dejando tras de sí todos sus poemas reunidos en La memoria olvidada (Hiperión), la novela a la que hacemos referencia y el diario Hubiera o hubiese amado, que la editorial Demipage publicará en los próximos meses como antes hará con El don de Vorace. Una huella breve y aguda que llamó la atención de escritores como Fernando Aramburu y Francisco Javier Irazoki, que lo adoptaron como miembro póstumo en la fundación del Grupo CLOC de Arte y Desastre, en 1978, en San Sebastián.

'A pesar de mis esfuerzos por dotar a la iniciativa de un soporte teórico, nunca tuve claro si éramos dadaístas, surrealistas o simplemente rebeldes' recuerda Aramburu. 'La única máxima segura es que no debíamos ser convencionales', y sometieron a juicio toda la literatura anterior a ellos y buscaron sus propios antecedentes y modelos. Y allí estaba Félix Francisco Casanova.

'Nunca tuve claro si éramos dadaístas, surrealistas o simplemente rebeldes'

Desde San Sebastián el autor de No ser no duele y Los peces de la amargura (Tusquets) cuenta a este periódico cómo estableció contacto epistolar con el padre, Félix Casanova Ayala, de quien recibió un ejemplar de El don de Vorace. Aquel ejemplar pasó por docenas de manos, 'y así está el pobre en una balda de mi biblioteca, recompuesto con amor, cola de encuadernar y cinta adhesiva'. Hace dos años Irazoki volvió a romper con el olvido de Casanova cuando mencionó a David Villanueva, editor de Demipage, la existencia de esta obra maestra.

Precisamente el escritor navarro destaca de El don de Vorace su gran capacidad para crear con imágenes inesperadas. Durante su etapa como crítico musical, 'Zoki' conoció a Casanova por los comentarios musicales que mandaba a la revista. 'Escucha, elije y calla', recuerda que solía decir Félix Francisco. Después se enteró de su muerte y trató de perseguir su obra.

'Sí aguanta la definición de novela. Contiene personajes, una dirección argumental y un simulacro de desenlace. Pero también creo que obstinarse en clasificar esta obra dentro de un género determinado no ayuda a entenderla del todo', apunta Aramburu de El don de Vorace, una narración escrita en trance, en racha y al calor creativo que le da coherencia, a pesar de haber sido concebida sin un plan previo.

Al hablar sobre Casanova, no duda de calificarlo como 'único', 'inalcanzable' y 'cristalino'. Aramburu insiste en el hecho de que esta novela no sólo está bien escrita y con ideas originales, lo importante es que siempre queda algo que se presenta como nuevo en la relectura. De hecho, que una novela como El don de Vorace haya aguantado 33 años de viaje sin mellas, ni fatigas se debe a la tentativa literaria de Casanova de no exhibirse, ni ser prolijo, ni caer en la solemnidad y, decisivo en la personalidad de sus textos, entregarse a un fino humor al punto de crueldad. 'No es explicable dentro de nuestra tradición literaria', remata certero Fernando Aramburu.

'Es la ley natural que los nuevos derriben las estatuas de los viejos para instalar las suyas'

La recuperación de un autor desaparecido como Félix Francisco Casanova enfrenta al lector con la genialidad adolescente y espontánea, al margen del escepticismo, el cinismo, los achaques editoriales o la rutina laboral. 'Es la ley natural que los nuevos derriben las estatuas de los viejos para instalar las suyas', opina Aramburu para aclarar por qué él mismo ha relacionado públicamente al autor canario con Arthur Rimbaud (1854-1891).

'Ambos escribieron textos sumamente valiosos a edad temprana. Los dos se saltaron el proceso habitual de iniciarse en la literatura mediante la imitación. Ambos introdujeron en sus mundos particulares ocurrencias luminosas, imágenes enigmáticas, episodios oníricos y lo demoníaco', enumera Aramburu. Atormenta pensar qué podría haber llegado a hacer alguien con un talento voraz a esa edad, capaz de despedirse con un último poema como 'Eres un buen momento para morirse'.

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