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Fernando Aramburu sorprende con una novela de humor y amor

'Viaje con Clara por Alemania' es una divertida crónica, que rompe con la amenaza de la violencia de su anterior libro

PEIO H. RIAÑO

Hasta hoy ni una broma. El Aramburu al que leíamos estaba concentrado en la fantasía y la crudeza. Ni una risa, mucho dolor. El Aramburu de Viaje con Clara por Alemania (Tusquets) es un Aramburu inédito: luminoso, irónico y muy divertido. Algo no ha cambiado en este nuevo Aramburu, la necesidad de arreglárselas como sea para abrir un camino propio, aunque transite por géneros tan trabajados como el del humor y el amor, como el de la crónica de viajes o la convivencia marital.

Tras más de 14 años dedicado a la minuciosa creación de un paisaje más allá de la realidad o de la crueldad de la violencia terrorista, que narró en el precedente Los peces de la amargura, ha llegado a otra parada en su carrera. Una pareja viaja por el norte de Alemania: ella ha colgado la docencia por un año para dedicarse a su otra vida como escritora. Él es un tipo sin trabajo que se dedica a solucionar los pequeños problemas que distorsionan la vida de la autora de crónicas de viajes. Él encuentra consuelo en los placeres y en el disfrute del presente, ella está llena de proyectos.

Con la excusa de una historia conyugal, de una pareja que aprovecha los fallos del otro para lacerarse con cariño, lanza una enmienda a la solemnidad. 'Tengo una deuda con los lectores. Me gustaría moverlos a la sonrisa porque la risa es tan digna como el llanto', afirma el escritor a este periódico mientras habla del humor.

Como no podría ser de otra manera, Aramburu incumple con las convenciones definidas y plantea situaciones y pericias para resolverlas con la sorpresa, 'por vía jocosa'. La prosa de Viaje con Clara por Alemania es directa y muy irónica. Juega con el absurdo de lo cotidiano con sabiduría y se ríe con un narrador lleno de errores, que no pretende ocultarlos en su propio relato.

'El combustible del humor de este libro son los asuntos familiares que encuentra el lector. El narrador no esconde sus debilidades y eso genera solidaridad en el que lee', y aclara que 'no hace falta contar chistes para hacer reír'. Basta con que alguien se describa tal y como es. Basta con parecer espontáneo, sin sufrir por la presión literaria. El narrador sí se exige a sí mismo precisión: 'Él quiere plasmar en papel las vivencias que ha tenido en el viaje y hablar consigo mismo por escrito', cuenta Aramburu.

El autor de No ser no duele reconoce que el tono, el sonido, la sintaxis de esta novela es tan cercana al suyo como cuando escribe cartas. Él la llama 'mi prosa'. A saber, frases no demasiado cortas, ni sinuosas, ni largas, aliento informal y mucha sinceridad. El timonazo tenía un reto: 'Escribir con un sentido humorístico, sin caer en la superficialidad. Detesto el humor sin inteligencia, ese que busca lo bruto de las personas. No podía inventarme a un contador de chistes', asegura.

Es complicado no ver en Viaje con Clara... una tregua. Él mismo confirma que está escribiendo 'un libro poco comercial' para un ciclo de varias novelas, que transcurren en un país imaginario. 'No es un libro que se pueda leer en el Metro'.

'Yo trabajo para 5.000 personas y no quiero decepcionarles de ninguna manera'. Es severo ante una actividad que le llena. La escritura no es algo frustrante para Fernando Aramburu, por eso se sorprende al ver a compañeros sin antídotos contra el desánimo. 'Alguien me dijo que muchos escritores toman antidepresivos, eso para mí es desconocido', quizás juegue con ventaja, porque se convirtió en escritor a tiempo completo a los 50 años de edad.

'Un autor no debe admitir las convenciones, porque mata el arte de la narración. Si uno repite los modelos, lo esperable, o se limita a cumplir con las normas básicas de los géneros, renuncia a crear', asegura Aramburu que se mantiene fiel a sus exigencias ahora que ha abandonado la docencia por la escritura. Haga lo que haga, rechaza 'ir por la autopista' que le lleva a confirmar lo fácil. No suele ser dado a las sentencias, pero cuando se acerca a ellas cierra los objetivos de su oficio con claridad: 'El escritor debe inventar, desconcertar y no pasear'.

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