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El último año de ARCO

La feria ha quedado trasnochada para un país que ha madurado en la oferta de la experiencia artística en estos 29 años

PEIO H. RIAÑO

Se acabó la fiesta, toca barrer y recoger las copas rotas. Han pasado casi 30 años desde la primera verbena y el cuerpo ya no está para muchas jotas. ARCO pasa por la crisis de la treintena con dolor de cabeza, fatiga, sed intensa, ardor de estómago, temblores y diarrea. Con los años, las resacas escuecen más. Ya los preámbulos de la fiesta nacional del arte contemporáneo pintaban realmente mal: un día menos y una polémica nueva. El presidente de Ifema fue, un mes antes de la apertura del ARCO menguado, mucho más criticado que la pieza de las tres religiones de Eugenio Merino. Luis Eduardo Cortés se hizo obra de arte a sí mismo al erigirse como la voz desatada de una oligarquía con más boca que cabeza, con menos planes que necesidades y con una feria completamente desorientada. Una performance inmejorable de lo que ha dejado de ser este país hace muchos años.

El arte ha corrido más fuera del recinto ferial, que dentro. La feria ha quedado trasnochada para un país que ha madurado en la oferta de la experiencia artística en estos 29 años. Dejó de ser atractiva para los mejores galeristas y artistas porque aquí ya no veían motivos de personalidad, que les acercaban a grandes coleccionistas que no hubiesen visitado otras ferias de arte antes. Los nuevos mercados, marca de la casa hace muchos años, dejaron de interesar tanto a Ifema como a los galeristas. ARCO sembró y regó el arte iberoamericano y Art Basel Miami se quedó con el fruto. Ahora dicen que hay que volver a recuperar aquel contenido.

El último de año de ARCO también ha encontrado la espalda del público y durante el fin de semana se ha visto más pasillo que gente. Ifema, empeñada en darle metros para recaudar que en propuestas para crecer, se ha encontrado con tres pabellones con muchas más expectativas que contenido. La pregunta ahora es si el público necesita ya a ARCO para saber qué es lo que se cuece a esta orilla de las bellas artes. Ni los galeristas quieren visitas a granel, ni la masa quiere mercado sin más. Casi 30 años después hay muchas ventanas para ver lo que en ARCO no aparece. A estas alturas, los únicos empeñados en el público son quienes se recogen los 32 euros de la entrada.

La verbena se acaba y una gran parte de los interesados dicen que Ifema no es el lugar, otros tantos que hay que seguir allí, y todos coinciden que este año y no más. Que la crisis ha puesto en evidencia la ausencia de estrategias y las ganas de tributar de los inquilinos del espacio expositivo. Ayer acabó la tregua y hoy arranca el año en el que todo tiene que cambiar. Incluso piden un IVA cultural para sus ventas (en los próximos meses llegará al 18%, y un coleccionista puede comprar en las galerías de Ámsterdam por un 4,5%).

El año para la revolución: quienes puedan que se abrochen los cinturones, los que no quieran terremoto, a casa. Doce meses para hacer que éste sea el último año de ARCO. El último Arco tal y como lo conocemos hace demasiado tiempo.

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