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Arte para niños grandes

El director japonés se revela como artista contemporáneo en una gran muestra en la Fundación Cartier de París, en la que destapa su imaginación y humor

ALEX VICENTE

París se rinde al arte de Takeshi Kitano. La capital francesa cuenta esta semana con una retrospectiva, organizada por el Centro Pompidou, de todas las películas del realizador japonés, a la que se sumará hoy el estreno de su último filme, Aquiles y la tortuga. El plato fuerte parece, en todo caso, la gran exposición que se inaugura mañana en la Fundación Cartier, prestigioso centro de arte contemporáneo en el que Kitano expone por primera vez sus cuadros e instalaciones, revelando abiertamente una pasión por la pintura que algunas de sus películas ya dejaban intuir.

Admirador de los hombres del renacimiento, Kitano se presenta también como un creador de talentos múltiples y aristas desconocidas. El realizador, conocido en el mundo como uno de los autores clave del último cine oriental y en Japón por sus cualidades de showman televisivo -recuerden Humor amarillo-, destapa ahora su vocación artística con una exposición concebida para los niños. 'Los adultos también están invitados, siempre que estén dispuestos a sonreír', explicaba ayer el director japonés durante la inauguración. 'Soy como un niño grande. No intento decir nada muy complicado. No me gusta que me llamen artista, porque no creo que lo sea', añadió poco después.

La fascinación de Kitano por la infancia, evidente en películas como El verano de Kikujiro, no era ningún secreto. En la exposición se ve subrayada por un espíritu deliberadamente lúdico, así como por una pintura colorista y naïf, en la que cualquier tentación intelectual brilla por su ausencia. En la muestra, Kitano invita a descubrir un universo caleidoscópico, repleto de animales imaginarios, objetos insólitos, inventos inservibles e instalaciones gigantescas, que parecen alejados de su faceta de realizador. 'Nunca me ha dado vergüenza mostrar este lado más cómico, empecé trabajando como cantante humorístico', relataba ayer, recordando su debut en Furansu-Za, un cabaret de poca monta en un barrio popular de Tokyo, donde sus canciones eran alternadas con números de strip-tease.

Hace cinco años, cuando le propusieron por primera vez que expusiera su obra pictórica, Kitano rechazó la oferta de forma irrevocable. Dice que no estaba listo para exponer. Fue al rodar Aquiles y la tortuga, la tragicómica historia de un pintor mediocre empeñado en dedicarse al arte en cuerpo y alma, cuando decidió devolver la llamada al director del centro, Hervé Chandès, para aceptar exponer algunos de sus cuadros. Asegura haberse inspirado en algunos de los pintores que más le gustan, como Picasso, Kandinsky, Mondrian y los impresionistas.

La muestra se inscribe en la tendencia de la Fundación Cartier de apostar por invitar a personalidades ajenas al arte contemporáneo, como David Lynch o Patti Smith, a dar a conocer sus talentos ocultos para la pintura o la fotografía. Para convencerle, Chandès propuso a Kitano que se apropiara del espacio y que no se limitara sólo a la pintura. Le dio carta blanca para exponer lo que le viniera en gana, a riesgo de desconcertar al público habitual del museo. 'Siempre es difícil hacer entrar el humor en los museos y aceptarlo en la creación contemporánea, pero espero que resulte una exposición liberadora', afirmaba ayer el responsable del centro.

El resultado está al nivel de esa intención. Algunas instalaciones interactivas desafían al visitante a pintar un dinosaurio con pistolas de agua rellenas con pintura de colores o a ilustrar un paisaje sonoro y luego colgar su obra maestra en una de las paredes del museo. Un teatro de marionetas automático convive con una galería de inventos tan peculiares como una bola mecánica apodada Jackson Pollock que, de manera aleatoria, deja caer manchas de pintura sobre un lienzo en blanco.

Por sorpresa, el resultado no queda demasiado lejos de las obras del padre del expresionismo abstracto. Además, Kitano presenta una galería de animales mitológicos convertidos en fenómenos de feria (por ejemplo, un pez-elefante y un bebé-libélula) y dos vídeos realizados para la exposición, donde apuesta por reírse de forma corrosiva de los tópicos japoneses más conocidos. En el primero, un empresario obsesionado por el espionaje industrial, obliga a uno de sus empleados a hacerse el

harakiri por haber reproducido defectuosamente un objeto americano, mientras sus compañeros se manifiestan para que les permitan trabajar más horas. En el segundo, Kitano ridiculiza la pasión japonesa por la caligrafía a través de un hombre obligado a dibujar caracteres con su propio cuerpo, mientras es golpeado por un grupo de sádicos disfrazados de luchadores de sumo.

Kitano, como todos los grandes cómicos, tiene facciones que lindan con la tristeza. Ayer se presentó vestido con un traje sobrio, camisa blanca, voz rasgada y un rictus algo lúgubre. Pero bastó con que abriera la boca para que la legión de periodistas japoneses llegados a París para la ocasión iniciaran un interminable concierto de carcajadas. Pese a todo, la voluntad festiva del artista se ve ponderada por aspectos más oscuros procedentes de su propia biografía.

El título de la muestra, Gosse de peintre (Hijo de pintor), rinde homenaje a su padre, un pintor de la construcción que se convirtió en fuente de ciertos traumas infantiles para el artista. 'Mi padre tuvo una vida muy dura. Volvía cada noche borracho a casa y pegaba a mi madre. Durante toda mi infancia, observé a mi padre con terror', explicó ayer a Público. 'Muchos años más tarde, mi hermano me contó que, antes de trabajar en la construcción, mi padre fue artesano y se especializó en los objetos en laca. Después de la guerra tuvo que renunciar a su oficio y convertirse en obrero'. Kitano afirma que ha concebido la exposición como 'un homenaje' a ese padre frustrado y violento que se vio obligado a renunciar a sus sueños.

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