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Un motín contra la miseria en Japón

PAULA CORROTO

Cuando el escritor japonés Takiji Kobayashi (1903-1933) describió en Kanikosen (1929) las penurias de los trabajadores de un pesquero, nunca imaginó que ese relato se convertiría en un bestseller en su reedición de 2008 en Japón. Ni que diera lugar a una superproducción cinematográfica dirigida por Sabu estrenada el verano pasado. Ni que sería el libro preferido de unos jóvenes que pronto identificaron su situación laboral despidos improcedentes, carencia de empleo, pérdida de derechos con la de aquellos desahuciados que faenaban en el mar de Kamtchatka.

Kanikosen, publicado en 1929, se convirtió en un bestseller en 2008

Pero es seguro que si Kobayashi hoy supiera todo esto, sentiría que cumplió con su labor.

Kanikosen. El pesquero, que acaba de ser publicado por primera vez en español por Ático de los libros, es un relato de rebeldes. Es una historia de trabajadores que no están dispuestos a seguir aguantando la explotación de su patrón. Ya no quieren más latigazos. Ni más noches sin dormir cubiertos por una enorme capa de chinches. La novela empieza mal. Como las de Dostoiesvki. Pero acaba con el puño alzado. Como las de Gorki. Y, en medio, el testimonio desolador, cercano a Las uvas de la ira, de John Steinbeck.

En las primeras líneas, el autor pinta un paisaje de estudiantes y obreros que deben enrolarse en un barco al que apenas le queda vida. Un pesquero decrépito que va a salir con destino a aguas gélidas, controladas en gran parte por Rusia, con el fin de pescar la mayor cantidad posible de cangrejos.

La novela empieza mal, pero acaba con el puño alzado, como las de Gorki

En este pesquero está, virtualmente, el propio Kobaya-shi, un economista que, tras trabajar en un banco de la ciudad de Hokaiddo comenzó a militar en el Partido Comunista de Japón. Eran los años veinte, la época de la exaltación nacionalista del Imperio del sol naciente en tiempos de recesión económica.

Pero el escritor aprendió pronto cuáles eran las verdaderas reglas del juego: 'Cuando el capitalismo ya no podía obtener más beneficios, cuando bajaba el interés y había exceso de capital, [los directivos] hacían literalmente lo que hiciera falta en cualquier lugar, buscaban desesperadamente cualquier salida. Y ahí estaban esos cangrejeros', escribió en Kanikosen. Con menos sofisticación, calcado a lo que muchos lectores pueden sentir en la actualidad.

El estilo de Kobayashi es opresivo. La frase corta y la palabra exacta. La historia huele mal en todas sus páginas. Hedor, sudor, mierda y mugre son palabras que se repiten a lo largo del relato. También se percibe la sumisión de los trabajadores ante el maltrato del patrón. 'En medio de esa atmósfera de rivalidad, todos trabajaban en silencio, como si fueran hombres que hubiera olvidado las palabras', escribió.

Pero, en aquella situación deprimente, de repente alguien grita: '¡Yo no quiero morir en Kamtchatka!'. Una voz que se convierte en eco. De nuevo, es Kobaya-shi el que aúlla. El que arenga: 'Cuatrocientos hombres juntos son invencibles. ¡Diez contra cuatrocientos! (...) Todo depende de la fuerza de nuestra unión'.

El motín comienza en el barco. El patrón se pone nervioso. No había calculado aquella acción y la pierde. En la vida real, sin embargo, todo fue diferente. El escritor luchó solo contra un régimen opresor. Un día fue apresado por la policía. Le dieron tal paliza que lo mataron. Las autoridades lo vendieron como si hubiera sido una muerte natural. Nadie les creyó. Todos sabían que era el autor de Kanikosen.

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