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Nueva York radiografía a Picasso

El Metropolitan dedica al malagueño una exposición con 300 obras que aúna espectacularidad y pedagogía, y que se suma a otras en la ciudad

ISABEL PIQUER

Con la primavera, los árboles de Central Park florecen con desmesura y los museos de Nueva York sacan sus Picassos. El Museo Metropolitano inaugura el próximo día 27 una amplia retrospectiva del artista, con más de 300 obras de su propia colección, la pieza central de su nueva temporada. Pero no es el único, a principios de este mes, el Moma y, unas calles más arriba, la galería Marlborough inauguraron sendas muestras del pintor malagueño, centradas en su grabados.

Picasso es apuesta segura. En tiempos todavía inciertos, no hay nada como los clásicos. Cuando el año pasado la galería Gagosian mostró una amplia selección de los mosqueteros que el artista pintó hacia el final de su vida, retratos llenos de una increíble fuerza y color, la gente hizo cola a las puertas de su sede, un hangar colosal en el barrio de Chelsea.

En este caso, es un despliegue por todo lo alto en un marco espectacular, con todo el lujo de puesta en escena y pedagogía que se puede permitir la institución neoyorquina. Y la receta funciona. Ayer, durante la presentación a la prensa, no cabía un alfiler.

'La exposición no muestra un aspecto o una época en particular', reconocía el comisario, Gary Tinterow, 'nuestra colección formada por unas 500 obras en total es algo desigual, tiene algunas piezas muy importantes, pero sobre todo representa la pasión de los amigos y coleccionistas que donaron sus obras en un gesto de extrema generosidad'.

Los museos, como todas las instituciones culturales, se han visto gravemente afectados por la recesión. El presupuesto del Metropolitan, que se nutre casi exclusivamente de donaciones privadas, se redujo en un 22% el año pasado, pese a los casi cinco millones de visitantes que pasaron por sus salas.

El museo pone al pintor en contexto con las obras que lo inspiraron

'He animado a mi equipo a que mire nuestra colección para sacar el mejor partido de lo que tenemos', reconocía recientemente al Wall Street Journal el nuevo director del museo, el británico Thomas Campbell, que lleva algo más de un año en el puesto tras las tres décadas de reinado de Philippe de Montebello.

Ayer Campbell aseguraba que la exposición de Picasso lucía especialmente bien en el Metropolitan porque ponía al pintor malagueño 'en contexto con las obras clásicas que tanto le inspiraron'.

Ayer, el comisario recusaba las críticas de excesiva prudencia. 'A los que dicen que lo hemos hecho porque es barato', decía ayer en la presentación, 'les contesto que por una parte es cierto que no hemos tenido que pagar transporte o seguros, que implican mucho dinero. Pero hay una gran labor de conservación y de presentación. Rehicimos muchos de los marcos de los cuadros que en contadas ocasiones eran sobre todo fruto del gusto de coleccionistas siguiendo catálogos originales de su primera exposición o las indicaciones del propio artista'.

Picasso en el Metropolitan reúne unas 300 obras del pintor, todas de la colección del museo, pinturas, dibujos, esculturas, cerámicas y grabados e incluye algo de todas sus épocas, aunque sobre todo de las iniciales: los arlequines de sus épocas rosa y azul, figuras y bodegones de su faceta cubista, las cabezas monumentales y los bañistas clásicos de los años veinte; los toros enfurecidos y los desnudos soñadores de los treinta, así como algunos de los mosqueteros que pintó en los últimos años de su vida.

La exposición incluye un gran número de obras en papel, realizadas por Picasso después de que se mudara con Jacqueline Rocque al castillo de Vauvenargues, en el sur de Francia, que pocas veces se han visto en el Metropolitan.

El retrato de Gertrude Stein de 1906 legado al museo por la propia escritora en 1946 fue la primera pintura de Picasso que compró el Metropolitan. A lo largo de las décadas, la colección ha ido ampliándose gracias a donaciones de algunos pioneros del modernismo, como Alfred Stieglitz y Scofield Thayer, y coleccionistas ilustres como Florene M. Schoenborn, Klaus G. Perls y Jacques Gelman.

Fue Stein la que animó a galeristas como Ambroise Vollard y Stieglitz a comprar obras de Picasso. 'Posó tanto para el retrato cuenta Tinterow que llegó un momento en que Picasso le dijo que ya no podía verla y terminó el cuadro de memoria. Se llevaban muy bien, cuando se conocieron él tenía 24 años y apenas hablaba francés y ella 32. Le parecía un ser extraordinario'.

La muestra abarca toda la amplitud del genio polifacético, desde un autorretrato de 1900 (Yo) realizado a los 18 años, al fantástico Mosquetero desnudo (1968), ejecutado cuando el artista tenía 87.

El recorrido incluye cuadros tan conocidos como El arlequín sentado (1901), del principio de su época azul, que es el primer cuadro que acoge al visitante; El Lapin Agile (1905), donde el artista se representa a sí mismo como un melancólico arlequín; y un autorretrato de 1906 que refleja los encuentros de Picasso con la escultura ibérica y africana. También Mujer de blanco (1923), El soñador (1932) y Dora Maar en un sillón (1939).

Tres cuadros tienen historia reciente propia. El actor (1905), que el pasado enero sufrió un pequeño percance, uno de los muchos que ha sufrido un cuadro de dimensiones tan grandes, cuando una visitante tropezó y, sin querer, rasgó la parte inferior derecha, deterioro que no se nota, tras la labor de restauración. Otro es una Escena erótica (o La Douleur), de 1903, en la que se ve a una mujer agachada sobre el pintor, cuya autoría el propio Picasso negó pero que los expertos finalmente le han atribuido.

Y, finalmente, La Coiffure (1906), donde, con la ayuda de radiografías e infrarrojos, los expertos del Metropolitan descubrieron imágenes ocultas tras la pintura, sacando a la luz nueva información sobre el método de trabajo de Picasso. Tecnología que también permitió encontrar escondido tras La Comida de un ciego (1903), obra del periodo azul que pintó en Barcelona, antes de mudarse a París un año más tarde, un perrito, hasta ahora oculto tras capas de pintura. 'Es increíble constatar decía Tinterow que un artista tan estudiado y analizado puede aportar nuevas revelaciones'.

La exposición termina con una treintena de dibujos eróticos realizados hacia el final de su vida, en los que pone en escena al pintor Rafael y a su musa, la Fornarina (la hija del panadero), en variaciones sicalípticas, a veces bajo la mirada del Papa Julio II, una interpretación libre de un retrato realizado por Ingres en 1814 del artista renacentista y su fuente de inspiración, sentada en el regazo.

'A Picasso le horrorizaba la muerte', explica en las notas de la exposición su biógrafo, John Richardson, 'la suya o la de cualquier ser vivo, era algo de lo que no se podía hablar; se imaginaba que podría vivir para siempre si no dejaba de trabajar. Una desesperación, una obsesión que da tanta fuerza a sus últimas obras'.

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