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"Cuando veo un musculitos, me dan ganas de guisarlo"

Escritora. Construir muebles fue su primera vocación. Escribir es otra cosa. Empezó a hacerlo a los cinco años y desde entonces es su vida

MAGDA BANDERA

En 85 años caben muchas vidas, al menos en mi caso. Has sido, has dejado de ser y has vuelto a ser casi de todo'. Y sabe contar historias como nadie, sobre todo si empezó a hacerlo a los cinco años. Ana María Matute (Barcelona, 1925) intercala abundantes onomatopeyas en su conversación. Dice 'hija' con frecuencia, pero te habla de tú a tú al charlar sobre hombres. 'Nunca me han gustado los musculitos. Cuando los veo, me dan unas ganas de guisarlos, mmm Los metería en el horno con unas cebollitas'.

Pero seguro que la muy bromista miraría con mucho amor los trozos de carne. 'Mi segundo marido, el bueno, porque el primero me salió malo, siempre lo decía: Es que te sientas a mirar cómo se hacen las patatas'. Y sí, lo hacía se reafirma alzando el hilillo de voz. Hay que ponerle amor a todo. Es lo más importante'.

'Muchos imitaban la actitud de Cela, pero a mí me parecía antipático'

Junto con la 'lealtad'. La académica de la lengua que ocupa el sillón k pronuncia la cualidad que más aprecia con la fuerza de una joven activista. Su aspecto frágil es engañoso. 'Yo quería ser carpintera, sí, sí', asegura. 'He hecho muebles, juguetes e incluso un altillo para la casa que teníamos en Sitges. Y nadie se mató'.

Nunca deseó ser escritora, porque siempre lo fue. 'No es una vocación ni una profesión. Es una forma de estar en el mundo, de ser'. Eso sí, fuera mitos. No hay que ir de artista por la vida. 'Un problema muy común en los escritores, sobre todo en los masculinos, es la vanidad. No sé si en eso tuvo mucha culpa Camilo Cela. Muchos imitaban su actitud, pero a mí me parecía muy antipático y se lo decía a la cara. Aunque lo apreciaba mucho, se portó muy bien en una época en que lo pasé muy mal'.

En 85 años caben muchas épocas de pasarlo mal. La primera llegó muy pronto, cuando estalló la guerra y el mundo de la hija del dueño de la fábrica de paraguas se volvió del revés. Como sus compañeros de generación, conocidos como los niños asombrados, sufrió un gran impacto: 'No entendíamos qué pasaba. Tú vives de una manera y, de repente, te colocan en un bando o en otro, según tu familia. Y descubres el hambre, la ferocidad, el odio, la muerte. Sientes una indefensión terrible, allí, cogidos todos de la mano contra la pared maestra de la casa mientras duraba el bombardeo'.

'En el franquismo, los hombres españoles eran insoportables'

Desde entonces, no soporta los fuegos artificiales. 'Suenan igual que las bombas', compara. A continuación, imita su silbido; un segundo después, reproduce su explosión. Nuevo mito desenmascarado: 'La literatura alivia, pero no cura'. Algunas cosas se quedan dentro para siempre.

Durante la infancia, su principal fuente de información eran sus tatas. Pasaba mucho tiempo hablando con ellas en la cocina y, 'como era tan curiosa, les hacía muchas preguntas'. También a los hijos de los campesinos del pueblo de Logroño donde su madre tenía una finca. Solía observarlos desde lo alto de una ladera a la que se escapaba algunas noches. 'Desde allí se veía todo, todo'. Por eso, la bautizó como 'la puerta de la luna'. Ese es también el título de una antología con todos sus cuentos para adultos a punto de publicarse.

'No era tonta y veía las desigualdades', dice. Al acabar la guerra, su familia recuperó el estatus y la propiedad de la fábrica, que había sido colectivizada. 'No nos fue mal aquellos años Pero luego yo ya me fui para otros lados'. Matute tuvo pronto ideología y personalidad propias. Entre los años cincuenta y setenta, aparece en las fotos con aspecto de estrella latina, rodeada de hombres que la miran embelesados. Les da la réplica. Y le llueven los premios, a pesar de que llegaron a censurarle obras enteras.

Por desgracia, 'en el franquismo, los españoles eran insoportables'. Quizá por eso sigue aconsejando a sus amigas jóvenes, con las que dice entenderse mejor que con las de su edad, echarse un novio noruego o japonés. Su segundo marido, el bueno, era 'un francés que se parecía a Paul Newman'. Lo echa de menos. Tiene un retrato suyo medio escondido en su estudio, donde está prohibido el paso a los mortales. Confiesa que a veces lo destapa y lo mira sin prisa, como si fueran unas suculentas patatas asándose en el horno.

01 Un libro: Se niega a escoger

02 Una canción: ‘Run through the Jungle’ BRUCE SPRINGSTEEN

03 Una película: Se niega a escoger

04 Una escapada: Bosques de Escandinavia

05 Una prenda: Calcetines de rayas

06 Un plato: Los asados suculentos

07 Un icono sexual: Paul Newman

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