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Claude Chabrol rueda en el paraíso

El director y gran goloso del cine francés fallece a los 80 años, dejando un incalculable tesoro de sarcasmos y tragedias de la Francia truculenta y provinciana

ANDRÉS PÉREZ

Hacia el mediodía de ayer, el soleado domingo parisino se ensombreció con una noticia que nadie en el mundo de la cultura quería creerse. El cineasta Claude Chabrol, uno de los más truculentos, suculentos y prolíficos del cine francés, había fallecido por la mañana. Pese a sus 80 años de edad, difícil resultaba creer que tanto buen humor negro, tanta energía y tal amor por la buena mesa y las bromas, que él inyectaba en cada uno de sus rodajes, pudiera haberse fundido de golpe.

Hacia las once de la mañana, el teniente de alcalde de Cultura del Ayuntamiento de París, Christophe Girard, colgaba en su blog una escueta nota. 'Desde Gennes-sur-Loi-re, en Anjou (centro), donde vivió mucho tiempo, me llega la noticia del fallecimiento de Claude Chabrol, inmenso cineasta libre, impertinente, político y prolijo. Me vienen a la memoria El bello Sergio, El carnicero con la sublime (actriz) Stéphane Audran, Violette Nozière, Madame Bovary y Borrachera de poder. Gracias Claude Chabrol, gracias por el cine'.

El director de 'El bello Sergio' es el precursor de la Nouvelle Vague

A la medida de lo que representa la 'inmensa' figura de este cineasta precursor de la Nouvelle Vague, capaz como nadie de mantener un nivel de calidad y de taquilla incomparables a lo largo de cinco décadas, se fueron sucediendo de inmediato los testimonios de admiración. Quizá el más sentido de esos homenajes vino del gigantesco actor Gérard Dépardieu, que actúa en la última obra para el cine de Chabrol, Bellamy. 'Era alguien tan vivaz, que no puedo hacerme a la idea de su desaparición. Claude era la alegría misma de vivir. Me guardo los mejores recuerdos de generosidad y de amor al otro. Tenía sus prontos, claro; nunca frenaba sus exabruptos, y a mí me encantaba eso', explicó Depardieu.

Alegría. Eso es lo que recuerdan todos los actores, artistas y técnicos que tuvieron la suerte de entrar en el pequeño clan que siempre supo formar en torno a su personal el genial cineasta, que además de bon vivant, era un hombre a la vez modesto, campechano y de una cultura enciclopédica.

En su libro Cómo se hace una película, el genio del cine demostraba todo ese talante, como lección a las jóvenes generaciones. 'Todo lo que voy a decir quizá no tenga ningún interés, porque no vale más que para mí. Mi método para hacer una película no es la misma que la de otros realizadores. Todos los métodos son diferentes. Dije a mis inicios que no hacen falta más que cuatro horas y eso si uno no es muy listo para aprender la puesta en escena, y sigo pensando así. Bastan cuatro horas para aprender lo necesario: a qué corresponden las ópticas, una pequeña gramática de la dirección de las miradas, cómo realizar los movimientos de la cámara y la profundidad de campo'. Dicho lo cual modesto y bonachón, no se abstenía de lanzar pullas a esos realizadores que dirigen 'en estado de urgencia': '¡Uno puede mear en estado de urgencia, pero no realizar una película!'. En 2009, obtuvo el Premio Cámara de la Berlinale por toda su obra.

Fue el principal retratista de medio siglo de la Francia más desconocida

Bajo esa simplicidad, un auténtico laberinto mental y una inteligencia desmesurada permitió a Claude Chabrol convertirse en el principal retratista de medio siglo de la Francia más desconocida: la Francia de las ciudades provincianas adormecidas, donde una burguesía media o alta se aburre, se acuchilla, esconde cadáveres, oculta pasiones desenfrenadas y a veces hasta mata al apuntador.

Hubiera sido muy difícil que un cineasta explícito, politizado, concienzado, convenciera a golpe de cine-denuncia a las élites parisinas post-68 de que esa Francia estrecha seguía existiendo. Chabrol, con su poder para mirar a los franceses burgueses como si fueran insectos, sí lo logró. Porque supo cargar esa mirada de entomólogo penetrante con fino sarcasmo, él sí dio al espectador el enorme privilegio de gozar viendo cómo los insectos se devoran entre sí y se corroen por dentro.

Su alegría es lo que recuerdan los actores, artistas y técnicos de su clan

Gran amante de las mujeres, formó durante décadas pareja con la increíblemente hiératica Stéphane Audran, nombre artístico de una versallesa nacida en 1932 con el nombre de Colette Suzanne Dacheville. Esa actriz de cejas imposibles y de ojos diáfanos e impenetrables se convirtió para los franceses en el símbolo viviente de La Burguesa. Así, con mayúsculas. Con una increíble constancia, desde principios de los años sesenta hasta primeros de los ochenta, a razón de casi un filme por año, ella fue la musa que encarnó, sin despeinarse, todas las situaciones enrevesadas, que en medio de una realidad banal Chabrol hacía pasar con simplicidad ante los ojos y oídos del espectador.

Luego, el genio participó en el descubrimiento de otra gran actriz, la magnífica Isabelle Huppert. Gracias a él, pudo interpretar en 1978 un papel de primer plano, por primera vez en uno de esos roles de desaforada. Fue la inolvidable Violette Nozière, el caso que conmocionó a toda Francia en los años 30, cuando esa mujer fue detenida por haber asesinado a sus padres. Fue condenada a muerte, y luego la pena conmutada por perpetua, pese al apoyo que tuvo de los surrealistas en bloque. La sociedad puritana francesa no quiso aceptar la idea de que el padre de la muchacha era un violador incestuoso perverso.

Bajo el tono jocoso en la observación de la rigidez de las familias provincianas, Chabrol siempre inyectó algo más. Y ese algo más, apareció a las claras en su obra clave, Madame Bovary (1991). En la adaptación de la dura obra realista de Gustave Flaubert, Chabrol inyecta un giro que hace de esa mujer presa de los esterotipos, una liberada que lleva al extremo su transgresión del yugo fálico. Se suicida en una atmósfera de azul metálico.

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