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La gran estafa de Herman Melville

El autor satiriza la querencia de EEUU a 'adorar al dios del dinero'

CARLOS PRIETO

Atentos: bromistas al acecho. Si usted vive en el mundo anglosajón y es primero de abril (April fools' day, nuestros santos inocentes) más le vale no creerse todo lo que le digan. Vale, a la mayoría de los bromistas se les ve venir, pero hay burlas tan elaboradas que no es fácil dilucidar si nos están tomando el pelo o no. El 1 de abril de 1857, Herman Melville, creador de Moby Dick, presentó El estafador y sus disfraces, que publica ahora Veintisieteletras, tres décadas después de su anterior edición española.

La trama del libro, para colmo, también transcurre un 1 de abril, cuando un vapor zarpa de St. Louis rumbo a Nueva Orleans. 382 páginas de crucero por el Mississippi que se atragantaron al personal en 1857. Si aquello era una broma, no hizo gracia o no se entendió.

La novela, de aires posmodernos, no fue entendida en su época

Quizás porque, como dicen ahora algunos críticos, estamos ante una novela posmoderna escrita un siglo antes de que se inventara tal cosa, aunque su estructura fragmentada recuerde a clásicos del siglo XIV como Los cuentos de Canterbury y El Decamerón. En otras palabras: El estafador y sus disfraces es una de esas novelas cuya trama no es fácil de explicar.

En principio, Melville cuenta la historia de un pícaro que estafa a todo el pasaje de un barco gracias a su capacidad, cual Zelig del hampa, para transformarse en cualquier persona. Pero las cosas no son tan sencillas. Porque el timo en sí es lo de menos. Lo importante es la conversación que lleva al engatusamiento, que pone en evidencia las creencias de cada cual.

El autor satiriza la querencia de EEUU a «adorar al dios del dinero»

En el pasaje del vapor metáfora del EEUU en crisis de mediados del siglo XIX, cuyas convulsiones políticas, económicas y sociales desembocaron en la Guerra de Secesión encontramos, entre muchos otros, a 'granjeros y buscadores de oro. Finas damas en zapatillas e indias con mocasines; especuladores del Norte y filósofos del Este; elegantes barqueros de Kentucky y plantadores de algodón del Mississippi; esclavos, negros, mulatos, mestizos de mulato y blanca y viceversa; cuáqueros de traje pardo y soldados de la unión...'. Y también se vislumbran las grandes figuras literarias de la época Emerson, Thoreau, Hawthorn y Poe satirizados bajo otras identidades.

Dice el historiador Walter McDougall que El estafador... trata 'sobre los timos que los norteamericanos se han hecho a sí mismos en su querencia de adorar al dios del dinero'. El barco, desde luego, parece por momentos una prolongación del parqué de Wall Street, un mercado donde todo se puede comprar y vender, pocos dicen lo que piensan y la avaricia es el pegamento que cohesiona a tan variopinto pasaje/país. '¿Cree usted que llegado el caso podría hacerse aquí, a bordo, una transacción con el agente de bolsa?', pregunta un viajero. 'No creo que pusiera obstáculos para hacer un pequeño negocio a bordo. A lo largo del Mississippi, como sabe usted, los negocios no se efectúan con tanta ceremonia como en el Este', responde burlón el estafador, jefe de pista del gran guiñol montado por un escéptico Melville.

Una visión con aires nihilistas que remite a ciertos pasajes de Moby Dick. 'Hay ocasiones extrañas en este complejo y difícil asunto que llamamos vida, en que el hombre toma el universo entero por una broma pesada, aunque no pueda ver en ella gracia alguna y esté totalmente persuadido de que la broma corre a expensas suya', escribió Melville en su torrencial novela sobre la caza de la ballena blanca, cuya lectura, como ocurre con las mejores escenas de El estafador..., te arrolla las neuronas con la fuerza de una locomotora alimentada por filosofía, política y moral en combustión.

 

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