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Así se escribe un crimen

G. K. Chesterton desvela en el inédito ‘Cómo escribir relatos policiacos' las claves del éxito del género más popular desde el siglo XIX

PAULA CORROTO

'Tenía una cara redonda y embotada como un buñuelo de Norfolk; tenía unos ojos tan vacíos como el Mar del Norte, y llevaba varios paquetes de papel de estraza que no conseguía mantener juntos'. Esta es la primera descripción que tenemos del Padre Brown, aparecida en el relato policiaco La cruz azul en 1910. El famoso detective con sotana creado por G.K Chesterton (Londres, 1874-1936) es, a primera vista, un hombrecito corriente, normal.

El escritor inglés quería dotar a los relatos de crímenes de una naturalidad alejada de los artificios, desviarla de enrevesados planteamientos con el fin de llegar a todos los lectores y elevarla así a los altares de la buena literatura. Porque como él mismo afirmó una vez, '[el creador de Sherlock Holmes] escribió una obra muy buena en forma popular y descubrió que, precisamente, por ser buena era también popular'.

Chesterton, de quien se cumplirán 75 años de su muerte en junio, dejó escrita esta frase en uno de los artículos del manual Cómo escribir relatos policiacos que publicará Acantilado el próximo 13 de mayo. Es una especie de libro de instrucciones editado a partir de la bibliografía que hizo John Peterson tras descubrir el relato La máscara de Midas en 1991. En él, el escritor muestra con mucha ironía sus trucos para engañar al lector sin considerarlo un idiota -por ejemplo, no mostrarle pistas falsas que el propio lector sabe que lo son- y hacerle pasar un rato divertido. Pretendía reivindicar, además, un género que, ya en su época, para muchos críticos aún desprendía un tufillo a novela de cuarta, a pesar de contar con escritores como Agatha Christie.

Parte de dos autores fundamentales, Arthur Conan Doyle y Edgar Allan Poe, los grandes maestros de la gran literatura de misterio. Al primero, 'por crear el único personaje desde las creaciones de Dickens que ha pasado a la vida y a la lengua populares para convertirse en un ser parecido a Papá Noel', y al segundo, por poner 'la lógica de un filósofo y un poeta' al servicio de la literatura criminal en relatos como 'el hasta ahora insuperable' Los crímenes de la calle Morgue.

Chesterton no llegó a conocer a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y su detective Philip Marlowe, o James M. Cain, autor de El cartero siempre llama dos veces, todos ellos creadores del hardboiled americano en los años treinta (murió en 1936), un género más crudo, alejado de la novela de enigma que defiende el inglés. Lejos le quedan también Patricia Highsmith, P. D. James, Edward Bunker, Lawrence Block, James Ellroy y Henning Mankell. No obstante, en todos ellos se encuentran algunas de las directrices que analizó Chesterton.

Lo primero que tiene que hacer el escritor antes de atacar el crimen es posicionarse del lado de los degolladores o de los envenenadores. Los primeros son los que pronto sacan el cuchillo. A las pocas páginas hay varios muertos, la investigación está en marcha y, con suerte, la resolución bastante cercana.

Con más de 35 relatos sobre Brown, Chesterton era uno de estos rebanadores de cabezas: 'Sí, yo soy uno de esos groseros rufianes a sueldo armados sólo con una navaja', escribe.

 

Una vez más, vuelve a Conan Doyle y Poe para criticar a la novela frente al relato, por una razón muy simple: 'En una novela larga, la verdad parece a menudo un anticlimax cuando habría sido ágil y brillante en un relato corto'. Fuera complicaciones La misión es siempre ir al grano del asunto.

A pesar de que Herbert Spencer dijera que el progreso es el avance de lo simple a lo complejo, para Chesterton es todo lo contrario. El éxito humano es un paso de lo complicado hacia lo más sencillo. Resolver problemas consiste en limpiarle todas sus complejidades. Y de eso tratan también los buenos relatos criminales.

Un asesinato es siempre algo 'confuso y apasionado', como dice el escritor, y el detective se esfuerza en terminarlo con algo 'tan obvio y desapasionado como es la ley'. Lo que le interesa al lector, al fin y al cabo, no es conocer lo inexplicable, sino que le aclaren los hechos. Ahí está también una de las grandes bazas que este género siempre ofrece: no hay nada más agradecido que pasar del no saber al saber. De hecho, como escribe el ingles, 'el relato de detectives se distingue de otro en que el lector solo está satisfecho si se siente un tonto (...) La brusca transición desde la ignorancia a la sabiduría puede ser buena para su humildad'. Por eso, Chesterton se aleja de los escritores que juegan con el anticlímax: 'El lector quiere que le lleves hasta el final y no le dejes tirado en una zanja'.

En esta simplicidad entran los libros de Agatha Christie, una escritora admirada por su compatriota. Su estructura es bastante obvia: asesinato, dudas, investigación y, finalmente, resolución del caso. Y a la vez resultan bastante entretenidas. Eso no quiere decir, sin embargo, que su escritura sea fácil. Chesterton compara al género policiaco con el de aventuras para afirmar que es mucho más complicado dedicarse al primero: 'Planificar una especie de carreras con emboscadas para que el protagonista estén constante peligro es tan fácil de escribir como de leer. Pero concebir una trampa sin que los expertos reparen en una trampa es harina de otro costal'.

Aunque un crimen sea siempre algo que se sale de la norma, para el autor de El candor del padre Brown, la clave de todo relato está en la apariencia doméstica de la historia. En esa cotidianidad están implicados los protagonistas.

Sus propios relatos son así: comienzan con afirmaciones que parecen normales, pero después el lector se va dando cuenta de que nada es lo que parece. Y el escenario puede ser el más banal: durante una cena, una partida de cartas, una reunión o un paseo por el parque. A modo de ejemplo, Chesterton analiza el relato de Conan Doyle Estrella plateada. En él, un supuesto ladrón ha robado un caballo y matado al entrenador que lo cuidaba. Aparecen varios sospechosos, pero, al final, la explicación del crimen es obvia: es el caballo el que mató al entrenador.

'El causante debe ser una figura familiar en una función poco familiar', escribe el inglés. Así, vale más que el asesino sea el mayordomo que una vasta organización criminal, porque 'es alguien que ha decidido aceptar la marca de Cain y en cierto modo eso implica al alma humana'. Eso sí, hay una marca muy característica en los relatos de Chesterton: los banqueros suelen formar parte de los malos. Esta pequeña burla equivale a una crítica social que luego acabó convirtiéndose en uno de los grandes pilares del género negro.

Percisamente, la afirmación de que el criminal debe ser siempre alguien con cierta ambigüedad se puede encontrar también en las novelas de Patricia Highsmith. Ella es la creadora del sibarita Tom Ripley y el descarnado Bruno Anthony, protagonista de Extraños en un tren. De nuevo, la sombra de Chesterton parece muy alargada.

El alma humana, con su capacidad para cometer el bien y el mal, también está presente en el personaje del policía, detective o investigador que resuelve el caso. El famoso padre Brown fue creado a partir de la figura del cura irlandés John O'Connor, de Bradford. Físicamente no era bajito ni enjuto como Brown, pero poseía un rasgo que entusiasmó a Chesterton: parecía que no se enteraba de nada, pero en realidad, debido a un pasado turbio, sabía más de criminales que de bondadosos.

Además de esta unión entre el bien y el mal -presente en libros tan contemporáneos como los de David Simon, creador de The Wire- , otro rasgo que aconseja el escritor para el investigador es que sea un tipo inteligente, pero que no malgaste su inteligencia en los grandes asuntos sino en lo más trivial, ya que para él eso constituye 'una especie de descabellada poesía de lo vulgar', punto de partida para que los relatos de Conan Doyle sean considerados buena literatura.

Chesterton nunca fue un moralista, pero para el escritor 'una novela de género negro siempre es moral, ya que, como decían los griegos, toda obra moral es aquella que estaba repleta de locura y muerte'. Además, son historias que eluden el cinismo de las que, bajo una apariencia moderada chocan profundamente con la moral de la época. Por eso, el inglés, a pesar de profesar el cristianismo, es ampliamente leído por agnósticos y ateos.

También para este éxito entre sus lectores tenía su propia teoría: 'La novela de crímenes son la parte más moral de la ficción moderna. Cualquier tipo de literatura que represente la vida de un modo tan peligroso es más verdadera que cualquier otro que la represente de forma lánguida. La vida es una lucha y no una conversación'.

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