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'Michael', retrato de un pederasta

Markus Schleinzer, colaborador de Haneke, compite con su opera prima

ALEX VICENTE

En un festival marcado por la dureza de sus películas, la llegada de un director austriacosiempre supone una especie de guinda sobre el pastel. La patria de Thomas Bernhard y Egon Schiele tiene un talento especial para ahondar en lo peor de la especie humana. Dentro del cine de nuestros días, Michael Haneke ha demostrado con creces que posee un don natural al respecto. Lo mismo se puede decir de Markus Schleinzer, reputado director de casting con quien Haneke ha colaborado en películas como La pianista y La cinta blanca. Schleinzerllegó a Cannes para presentar Michael, su debut en la dirección, el retrato de un pederasta que vive con el niño de diez años al que secuestró. Una película que inspira la misma alegría de vivir que la filmografía de su célebre mentor. La afición por lo putrefacto debe ser contagiosa.

La película remite a los sucesos que se multiplican cada mes en los medios de comunicación, con el caso de la austria-ca Natascha Kampusch a la cabeza. Pero el director, que asegura no haberse inspirado en la historia de su compatriota, nunca sucumbe al sensacionalismo. Schleinzer demuestra una contención ejemplar en lo gráfico y un rigor notable en lo narrativo. Describe la sordidez de manera frígida y logra anudar la garganta sin activar el lagrimal. Los planos inmóviles de la película huelen a gato muerto, mientras que la música brilla por su ausencia, salvo ese soleado tema de Boney M en contradicción frontal con la realidad del personaje. El director retrata a un monstruo disfrazado de oficinista. Si acabase saliendo en el telediario, los vecinos dirían que parecía un hombre normal.

La cinta remite a los sucesos como los de la austriaca Natascha Kampusch

La proyección de Michael se saldó con una previsible mezcla de aplausos entusiastas y sonoros abucheos. La película se sitúa en la gama alta de la sección competitiva, aunque su presencia en el palmarés parezca dudosa. Tiene en contra su espinoso tema, que provocó múltiples posturas incómodas sobre la butaca, así como la propia ley de la probabilidad. Hace sólo dos años, fue el mismísimo Haneke quien se llevó la Palma de Oro.

Y otra película más ligera se introdujo en la sección competitiva. Footnote es una curiosa tragicomedia sobre las relaciones paterno-filiales, protagonizada por dos expertos en el Talmud. El padre es un académico amargado al que el establishment nunca ha prestado atención. Hasta que un día el gobierno le concede por error un importante premio que iba destinado a su hijo, un brillante investigador frente al que su progenitor no se esfuerza en disimular sus celos.

Su proyección se saldó con una mezcla de aplausos y sonoros abucheos

En la presentación de la selección oficial, el director del festival Thierry Frémeaux había designado al cine israelí como una fuente perpetua de sorpresas. Vista esta película, no debe faltarle razón. Marcada por una excéntrica comicidad, Footnote resulta, cuanto menos, original. Y todavía más viniendo de un director como Joseph Cedar, judío ortodoxo estadounidense afincado en Israel, donde se ha convertido en cineasta de referencia con un puñado de películas bélicas y algo plomizas, como Beaufort, nominada al Oscar hace tres años. Sin embargo, las formas juguetonas del filme algunos pasajes recuerdan a Amélie en versión rata de biblioteca perjudican la historia, envolviéndola de una pátina de artificio que no le hace ningún servicio.

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