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Adiós a la memoria del Holocausto

Muere a los 87 años de edad el intelectual, escritor, cineasta y exministro de Cultura, superviviente del campo de Buchenwald

PEIO H. RIAÑO

'¡Si pierdes un libro, estás obligado a reponerlo! ¡Si no obedeces la orden, serás castigado!'. Aquella leyenda corría por la primera página de todos los libros de la biblioteca del campo de concentración de Buchenwald (uno de los más grandes en territorio alemán). Había cerca de 14.000 ejemplares y de entre todos sobresalía ¡Absalon, Absalon! en las lecturas de Jorge Semprún. El paraíso para el intelectual, escritor, cineasta y exministro de Cultura (entre 1988 y 1991, con el Gobierno de Felipe González) podía estar en el mismo infierno, si allí dejaban un hueco para una biblioteca. Ayer, agotado, fallecía Semprún a los 87 años de edad, en la ciudad de la luz, donde había fijado su residencia desde su liberación del campo, en 1945.

Entre los volúmenes dispuestos en las estanterías de su luminosa buhardilla de París, la leyenda del horror había desaparecido. El pasado noviembre, cuando recibió en su casa a este periódico por la salida de la biografía Lealtad y traición (Tusquets), no dejó de repetir que era 'un hombre con suerte'. Cualquiera podría pensar lo contrario. Pero él solía agarrarse a un hecho para verle la cara buena a su paso por el Holocausto: al llegar a Buchenwald el 29 de enero de 1944 fue inscrito como 'estucador', no como 'estudiante'. Una palabra que le salvó la vida, una palabra que le convirtió en miembro útil para la comunidad del campo. 'Buchenwald fue construido para presos políticos, no había cámaras de gas. Eran los propios presos los que organizaban la vida del campo. Los libros enviados por las familias debían ser en alemán, era la única restricción. Ahora bien, esa biblioteca estaba reservada a unos pocos privilegiados. La mayoría de las personas del campo no sabía ni si quiera que allí, entre el barracón cinco y el secretariado, había una biblioteca. Y si alguien lo sabía, debía tener tiempo para leer. En ese sentido, mi trabajo era privilegiado, porque por las noches podía leer', recordaba, envuelto en un armazón ya por entonces frágil. Las lecturas, reconocía, le ayudaron a sobrevivir.

Franziska Augstein, la autora de su biografía más reciente, escribe en el libro que a Semprún le dolió más la expulsión del PCE que la estancia en el campo de concentración. Él contaba con tranquilidad que todavía guardaba las secuelas del frío de aquella ladera en la que se encontraba Buchenwald, y tenía la costumbre de protegerse de la humedad y resguardar bien sus pies. 'Físicamente el dolor del campo era infinitamente superior', confesaba. Hambre, agotamiento y frío, pero seguía sin entender su destitución: 'Lo que no es lógico es que te expulsen de un partido que has ayudado a construir porque tengas ideas distintas. Una expulsión sin debate, como si fueras agente de la CIA', explicaba dolido.

La vida y obra de Jorge Semprún han estado marcadas por la experiencia del totalitarismo. Pasó la Guerra Civil en Bruselas, donde su padre era embajador, pero al llegar a París, mientras España comenzaba su posguerra, tuvo que convivir con la ocupación nazi. Así que decidió enrolarse en la resistencia francesa. Fue detenido y mandado al mencionado campo de Buchenwald, al que sobrevivió para figurar en los cincuenta y sesenta como Federico Sánchez, su nombre en la clandestinidad de dirigente del PCE. En 1962 fue retirado de la actividad clandestina por Santiago Carrillo y sustituido por Julián Grimau. En 1964 fue expulsado del partido junto con Fernando Claudín por divergencias con respecto a la línea oficial.

Por las noches soñaba que conseguía la mayoría necesaria para transformar la política del PCE, que años más tarde se utilizó con el nombre de Eurocomunismo. Podría haberse hecho antes, cuando él lo propuso y por lo que fue apartado: 'Pero antes habría sido una política inventada por Claudín y apoyada por Federico Sánchez y no la política de Carrillo. En la última entrevista que tuve con él, ya fuera del partido, le dije: ‘Un día te encontrarás con que esas ideas que ahora criticas las defenderás y estarás solo'. Y él contestó con mucha razón, pero con mucha arrogancia, porque es un hombre muy seguro de sí mismo y engreído: ‘Sí, pero serán mis ideas'.

El mundo tenía un lugar para un comunista como él, porque lo inventaba cada día, decía con ironía. 'El fracaso de la revolución comunista no significa que la sociedad actual sea una sociedad justa. La economía de mercado provoca cada día injusticias y focos de desigualdad', palabras de un hombre sensato. Al final de una de sus películas, el protagonista aparece con una frase que retumba hoy más que nunca: 'He perdido mis certidumbres, he conservado mis ilusiones'.

Desde la distancia ha vivido el problema de este país con su memoria. Se refería a España como un país 'extraño', en el que el régimen de la monarquía parlamentaria se basa en los valores que defendió la Segunda República, 'pero la memoria está construida en torno a los valores de los vencedores'. 'Debemos aspirar a un equilibrio', pedía. 'Está claro que el argumento de la derecha para no hacerlo es revivir las heridas del pasado. Pero hoy la democracia está lo suficientemente fuerte como para permitirse el lujo de tener dos memorias'.

Semprún quiso salir de la desmemoria, aunque asumía que había casos en los que el silencio también era positivo, y señalaba su propia experiencia: 'Primero, apaciguar la memoria para cerrar una reconciliación nacional', contaba mientras aludía al espíritu de la Transición española que él mismo protagonizó. 'En España hubo un proceso de transición basado en la amnistía y la amnesia y fue positivo'.

Esta es la historia de quien hizo de la política el motor de su vida, y esta le pagó con la peor de las monedas. La literatura nunca le abandonó.

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