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Letizia: una princesa para reinventar la monarquía

Miguel Roig analiza las claves de su ensayo sobre la conflictiva reinvención de la monarquía. La crisis del sistema y la erosión del discurso triunfal sobre la fundación democrática dificultan su búsqueda d

CARLOS PRIETO

Transición, democracia, juancarlismo. Manuel Vázquez Montalbán lo llamó 'el cuento del rey bueno y el pueblo responsable', pero las voces críticas se apagaron el 23 de febrero de 1981. El discurso televisivo de Juan Carlos I durante la asonada golpista culminó la juancarlización de la sociedad española. Los intelectuales sustituyeron las denuncias sobre el dedazo franquista por los vítores desaforados a la monarquía constitucional. El relato del rey como garantía de la estabilidad democrática no tenía rival. 'La pieza clave del proceso es una actuación de un minuto y 26 segundos. Juan Carlos I construye ahí su capital simbólico y su imagen. Es su gran relato', explica Miguel Roig, autor de Las dudas de Hamlet, ensayo sobre Letizia Ortiz y las mutaciones de la monarquía española publicado por Península.

Los insurrectos siempre podían consolarse alegando que el rey no dio la cara hasta la madrugada, a tiempo para jugar a caballo ganador, cuando Tejero ya había echado a Armada a patadas del Congreso frustrando el golpe blando, pero lo que ni el más recalcitrante antimonárquico podrá negar es la eficacia del relato construido por el rey como icono democrático. La monarquía repostó capital simbólico para los siguientes 30 años. 'El rey ha demostrado una gran plasticidad como narrador ya que, emergiendo de una restauración dirigida por Franco, ha sido capaz de ponerse al frente de una monarquía parlamentaria cuyo eje narrativo fue la Transición, que le justifica como la garantía de la vertebración de España y del sistema mismo', analiza Roig.

Pero hasta los relatos más blindados tienen que renovarse o morir. 30 años de fervor propagandístico sobre la inmu-tabilidad de la democracia española no han podido evitar el avance del reloj político y biológico. El monarca se hace mayor y tropieza con las puertas, la crisis desnuda las carencias del sistema, el 15-M dinamita las convenciones culturales de la Transición y Urdangarin tiene problemas con la justicia. Quizás demasiada tela para que Letizia Ortiz, la gran esperanza blanca monárquica, logre hacer un nuevo apaño.

Pese a toda la fanfarria sobre el carácter rupturista de una reina periodista y plebeya, lo cierto es que se trataba de una tendencia asentada en las monarquías europeas. Los herederos habían empezado a cruzarse con celebrities civiles (deportistas, periodistas, miembros del show business) para recargarse de legitimidad y poder simbólico. Con plebeyos, en definitiva, de la nueva sangre azul. Letizia pertenece a la 'aristocracia de los medios de comunicación' y 'hace que la monarquía acceda a la modernidad mediática. En términos de marketing, moderniza la marca de la monarquía', explica el escritor francés Christian Salmon, autor de Story-telling, en el prólogo de Las dudas de Hamlet. 'Las viejas monarquías, amenazadas con su disolución o su banalización en el gran bazar de la mundialización mediática, necesitan recargarse conectando con nuevas fuentes de legitimidad mediática', añade.

En principio, la operación Letizia funciona a toda máquina: 'Gracias a ella todos los actos aparecen en la prensa, aunque sea de forma secundaria: hablan de sus zapatos o de su bolso, pero se reseñan. Se ha convertido en el último objeto de deseo, no cabe duda de que aporta algo que hace que todo el mundo se interese por el príncipe, por la Casa Real', se lee en un artículo de Vanity Fair citado en Las dudas de Hamlet.

Los tronos se sacuden la naftalina con 'historias y leyendas para ganarse un lugar en el imaginario colectivo', cuenta Salmon. Pero la fábula juancarlista es tan potente que la sustitución se antoja conflictiva porque 'las monarquías en el siglo XXI carecen de capital simbólico, de una función real y clara', explica Roig. Felipe y Letizia tienen que construir su propio relato partiendo de un capital resbaladizo: el amor. 'El príncipe Felipe antepuso el amor a cualquier otro componente cuando anunció el compromiso real', cuenta Roig a Público sobre la presentación del compromiso real.

Pero el amor no es suficiente para sostener el relato de la monarquía. 'Vivimos en un tiempo en el que el eje de la vida social es el mercado, que atraviesa también las relaciones sentimentales. Cuando se han diluido todas las certezas, incluido el relato del trabajo como modo de vida, el amor no puede escapar a la precariedad y la liquidez. Sexo en Nueva York ejemplifica una característica de nuestros tiempos: la imposibilidad de una vida afectiva estable', alega Roig.

La televisión, que entronizó a Letizia antes de que lo hicieran los Borbones, tenía que ejercer necesariamente un papel clave en la creación del relato de Letizia y Felipe. Pero en la era de las celebrities y los reality shows, jugar la baza de los medios tiene sus riesgos.

Por ejemplo, la banalización del producto monárquico. La serie sobre el noviazgo de Felipe y Letizia, emitida por Telecinco en 2010, no ha ayudado a apuntalar su relato amoroso. En lugar de recrear un fresco histórico a la manera de La reina ('Stephen Frears defraudó porque no dio su visión de la reina, sino que intentó rodar una recreación histórica, pero al menos hizo esto'), Telecinco apostó, 'para mayor gloria de su audiencia', por el costumbrismo cañí: 'Tenemos al padre gruñón, el rey, a la madre protectora y a los niños buenos. Y algo fantástico: la familia como grupo terapéutico. Cuando uno tiene un problema todos acuden a ayudarle. Pero algo que no ocurre en las familias reales no creo que ocurra en la Familia Real', analiza Roig.

Y de aquellos polvos surgieron estos lodos (bizarros): 'La serie no se vio como pieza histórica sino como comedia. El único objetivo era capitalizar la audiencia. Rentabilizar el producto. Los materiales con los que contaba la cadena no eran poca cosa: la familia del Jefe del Estado. Sabías que no te iban a contar nada de su intimidad que no pudiera circular públicamente. Pero descartado eso, sólo queda la parodia'. Y Twitter se vino abajo ante lo que se entendió como una desternillante comedia involuntaria.

El amor, por tanto, ya no es lo que era. Y lo que es peor, la Transición, tampoco. Horror de los horrores. Si los políticos electos ya no nos representan, ¿cómo lo van a hacer los elegidos por sufragio divino? 'Si algo está marcando el 15-M es el final de un relato y el comienzo de otro. El comienzo de una nueva Transición', cuenta Roig, que llegó a España hace 20 años desde Argentina y nunca había visto nada semejante. 'Es la primera vez que escucho a voces insospechadas poner en tela de juicio la democracia como la conocíamos hasta ahora'.

Roig tiene una intuición profética al escribir sobre el 15-M: 'No es aventurado predecir que un cuerpo social que se interroga a sí mismo por el contenido básico de sus derechos y su capacidad de intervenir en las cuestiones públicas puede plantearse que los beneficios que recibe del capital simbólico de la Corona ya no dan la rentabilidad esperada y comiencen a interesarse por el capital económico o, dicho de otra manera, por el aporte en metálico que como contribuyentes hace posible la financiación de la monarquía'.

En esto, con el libro en imprenta, llegó Urdangarin con la rebaja y los periódicos comenzaron a escribir sobre los beneficios de formar parte de la familia real. El caso Urdangarín 'erosiona' el relato monárquico, aunque Roig puntualiza que el marido de la infanta Cristina 'no pertenece al núcleo duro' y que el rey parece 'a salvo'.

La tarea de Letizia, 'ayudar a que la sociedad española pase de juancarlista a monárquica', es titánica. Por un lado, Roig ve en ella suficiente versatilidad política para sobrevivir a un cambio de ciclo. Es una gatopardista en potencia capaz de entender aquello de que 'si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie'. 'No cabe duda de que Letizia puede alcanzar este grado de equilibrio que describe Lampedusa [autor de El gatopardo], ya que sus biógrafos sitúan su formación profesional y su posición política anterior a la boda y a la relación con el príncipe de Asturias a la izquierda'.

Pero, por el otro, el autor asegura que 'Letizia no parece la persona que uno intuye que va a generar un nuevo relato'. 'El drama es haber abandonado la élite mediática donde era sujeto menor de un gran relato para encontrarse como protagonista de la élite mediática en manos de un autor que prometió inscribirla en la Historia. Pero hete aquí que el autor, el príncipe de Asturias, de momento parece bloqueado y entregado a la duda, muy lejos de la acción que espera de él la monarquía. Mal que bien, el rey Juan Carlos I es autor de su propio cuento, que no está, como toda buena narración, privado de sortilegios. Lamentablemente, cuando el príncipe Felipe sea coronado no estará el rey para ayudarle a escribir su relato'.

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