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Dios salve a la primera ministra

'La dama de hierro', biopic sobre la estadista británica, convierte a la pionera neoliberal en un entrañable icono feminista

CARLOS PRIETO

La cultura de los ochenta lleva varios años de moda. O cuando la nostalgia se convierte en eficaz motor consumista. Productos culturales que antes eran horteras, ahora, con la impunidad que otorga el paso del tiempo, se transforman por arte de magia en algo cool. Pero quizás todo tenga un límite: una cosa es salir de fiesta con hombreras y otra bien diferente convertir a Margaret Thatcher en un icono progresista en medio de la mayor bacanal capitalista que recuerdan los tiempos. No diga nostalgia, diga masoquismo.

La dama de hierro, biopic sobre la antigua primera ministra británica dirigido por PhyllidaLloyd (¡Mamma Mia!) y protagonizada por Meryl Streep, sigue la senda de un exitoso subgénero contemporáneo: dramas sobre el lado humano de los grandes personajes de la Historia, como The Queen (Stephen Frears, 2006) y El discurso del rey (Tom Hooper, 2010).

El cine ha puesto de moda resaltar el lado humano de los poderosos

El filme de Phyllida Lloyd, famosa por haber dirigido en teatros y cines un musical sobre ABBA que convirtió la nostalgia en un negocio multimillonario, lleva la estrategia de reducir lo político a lo personal al extremo. Su Thatcher no ejerce ya como primera ministra británica. Es una anciana retirada de las bambalinas del poder. Una simpática viejecita desorientada por los primeros síntomas de demencia. Una dama, en definitiva, con la que el espectador está obligado bajo chantaje a empatizar: ¿qué desalmado albergaría malos sentimientos hacia una señora enferma por muy conflictivo que sea su pasado?

Una Thatcher, por tanto, ajena al thatcherismo. Toda una proeza histórica, política y cinematográfica. O al menos una Thatcher en el que el thatcherismo se presenta en píldoras digeribles que parecen sacadas de un capítulo de Aquellos maravillosos años.

La cinta consigue la proeza de retratar a una Thatcher sin thatcherismo

A sus 80 años, Thatcher desayuna en su residencia londinense mientras charla amistosamente con un marido muerto al que sólo ve ella. Su hija le pide que se desprenda de una vez de la ropa de su amado. Entonces los recuerdos empiezan a brotar en la castigada cabeza de la antigua primera ministra.

El pasado de Thatcher está contado en flahsbacks que mezclan lo político con lo sentimental. Vemos a la pequeña Margaret recibiendo lecciones morales de su padre tendero. Un emprendedor (en efecto, la palabra fetiche del marianismo) que le enseñó las virtudes del hombre hecho a sí mismo que progresa gracias al esfuerzo personal. 'No pretendemos ser iguales porque no somos iguales', le dice el padre en toda una profecía neoliberal: la igualdad es un invento de los vagos para vivir de gorra del Estado. También vemos a la joven Margaret viviendo un encantador romance con su futuro marido. Thatcher se lanza luego a la arena política y no para hasta hacerse con un sitio en el Parlamento con el Partido Conservador en 1958.

La dama de hierro, que se estrena el jueves, expone entonces su tesis sin sutilezas. Thatcher es un icono feminista. Una mujer que triunfó en un mundo reservado a los hombres. Una chica que llegó a lo más alto del poder pese a tener todo en contra: ser mujer de orígenes humildes. La directora se recrea en las entradas y salidas de lady Thatcher de un Parlamento tomado por los encorbatados y pisado por primera vez por un tacón.

La directora exagera la realidad para subrayar su perfil feminista

Pero, ay, los hechos históricos están suficientemente distorsionados para engrandecer la travesía feminista de Thatcher, primera mujer que se convirtió en primera ministra en occidente. Las imágenes de la cinta, con Thatcher permanentemente rodeada de hombres en la Cámara, sugieren que ella era la única diputada de su época. Pese a ser la única mujer que aparece en las sesiones parlamentarias mostradas en la cinta, en las cinco primeras legislaturas de Thatcher el número de parlamentarias basculó entre 23 y 29. Pero no dejemos que la realidad emborrone una bonita historia...

'Se trata de un filme sobre los prejuicios de los hombres y la visión de las mujeres. Thatcher lo hacía todo por Reino Unido, pero también lo hacía por las mujeres', afirmó tras ver el filme Mathew Parris, ex diputado conservador y colaborador de Thatcher, que dijo a The Times que el trabajo de Lloyd convierte a Thatcher en 'la heroína de una historia de mujeres'.

La cinta también se esfuerza en resaltar las raíces obreras de Thatcher. Sus orígenes humildes pesan más que su paso por el establishment, parece querer decirnos la directora al mostrarnos a Thatcher comprando leche en el supermercado. Como buena hija de tendero, Margaret nunca ignoró los precios de los artículos de primera necesidad. La que sí olvida algo es Phyllida Lloyd. Por ejemplo, el dato más revelador sobre la turbia relación entre el thatcherismo y la leche: siendo ministra de Educación durante el Gobierno de Edward Heath (1970-1974), Thatcher se tomó tan a pecho los recortes que el Estado dejó de pagar la leche escolar a los niños entre 7 y 11 años. Se ganó entonces el mote de robaleches, el odio de miles de británicos y el inicio de su leyenda negra.

La película pasa de puntillas por sus políticas más conflictivas

No faltan en la cinta momentos conflictivos como la huelga de mineros o las protestas contra el poll tax. Pero se tocan superficialmente, sin analizar su significado, a modo de videoclip histórico. Porque lo que le importa a Phyllida Lloyd es otra cosa, como indica claramente desde el tráiler: 'Una mujer desafió lo establecido y se propuso cambiar el mundo', cuenta una voz en off mientras se suceden las imágenes de Thatcher y suena Our House , del grupo de ska/pop Madness, canción vigorizante donde se rememoraba un pasado feliz.

El filme pasa de puntillas por las rupturistas medidas políticas de Thatcher desregularización y potenciación del sector financiero, flexibilización del mercado laboral y ninguneo de los sindicatos, privatización de las empresas públicas y eliminación de subsidios estatales, que son ahora el pan nuestro de cada día. 'Todos somos ahora thatcheristas', dijo en 2002 Peter Mandelson, ministro de Tony Blair e ideólogo del nuevo laborismo, corriente que llevó al socialismo europeo a celebrar por fin sin complejos ni remordimientos los caprichos del mercado. Ahora bien, ¿el triunfo del thatcherismo justifica las hagiografías nostálgicas sobre Thatcher? ¿Tiene sentido la conversión de Thatcher en icono feminista de orígenes obreros? ¿Fueron tiempos felices los ochenta?

Convertir a Thatcher en un icono feminista tiene algo de pintoresco si se estudia el impacto económico y social del thatcherismo, que aumentó drásticamente las desigualdades sociales y, por tanto, golpeó con contundencia a las mujeres británicas con menos recursos. Un dato: cuando Thatcher dejó el poder en 1990, el 28% de los niños vivía por debajo del umbral de la pobreza.

Eso sí, la reducción del feminismo a una cuestión de esfuerzo personal ajeno a las políticas sociales propuesta por el filme casa con una de las citas más emblemáticas de lady Thatcher: 'La sociedad no existe. Debemos de cuidar de nosotros mismos'. En resumen: sálvese quien pueda.

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