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Muere el espíritu de la materia

El pintor catalán Antoni Tàpies, uno de los grandes referentes de la pintura y la escultura del siglo XX, falleció ayer a los 88 años

PEIO H. RIAÑO

Entre pintura y pensamiento, puentes. Entre espíritu y materia, pasarelas. Con la muerte de Antoni Tàpies, a los 88 años, desaparece el pintor con la capacidad de los poetas para transformar un sentimiento en sentido. La maravillosa serenidad que domina en sus obras se desprende de la preocupación humanista y existencial que obsesionó al pintor catalán desde sus orígenes, tras la Guerra Civil española. Su espíritu fue el más material de todos, mucho más que los de sus compañeros informalistas Manolo Millares y Antonio Saura.

El crítico y poeta Juan Eduardo Cirlot, en 1960, supo definir mejor que nadie su prodigiosa capacidad inventiva y su poder de sublimación: “El enorme repertorio de figuras, colores y materias de la realidad del mundo, tanto en la naturaleza como en lo artificial, actúa de continuo sobre la sensibilidad del artista, imponiéndole sus moldes y su seducción, tanto en lo positivo como en lo negativo”. Sus imágenes jamás se detuvieron en la similitud con la realidad. Su apuesta fue por la densidad de la materia, por la ausencia de figuración, por la incisión y la huella sobre el lienzo, por su obsesión por el relieve.

El propio Tàpies reconocía vivir entregado al relieve, mejor dicho, a un “cierto bajorrelieve”. Aunque algunos cuadros fueron hinchándose, creciendo, hasta convertirse en objetos tridimensionales, hasta que la pintura se confundiera con la escultura, como la gran fachada de un pórtico románico.

Apostó por la densidad de la materia, por la incisión en el lienzo

Como no creía en la especialización, y esa fue su gran aportación, todas las artes se complementaban y se completaban en sus lienzos. Por eso le gustaba que se leyeran sus pinturas como poemas, porque en ellas veía una mezcla insondable de pintura, poesía y escultura.

“Comprendí que las posibilidades de formas y colores son infinitas cuando se sale de lo que se entiende por geometrismo y se entra en el mundo inconmensurable de lo orgánico, de lo amorfo, de lo ambiguo, de la mancha, del expresionismo del puro gesto, de la caligrafía, tal y como lo aprendí de la pintura china y japonesa”, contó en una conversación con otros pintores. Ahí está la razón de la visión del soporte, el lienzo, la madera, el papel o el cartón, como materia prima en sí misma.

Grietas, fisuras y combas. Las materias fluyen y se coagulan, aparecen de manera involuntaria formas a partir del azar. Se combinan con un repertorio infinito de signos y significados, desde las letras, las cruces, las palabras, las frases… Sardana-Circle of feet (1972) es la síntesis de estas intenciones, donde la imagen del cuerpo se ha grabado a través de improntas y huellas.

'Comprendí que las posibilidades de formas y colores son infinitas', dijo

“Todas las imágenes que selecciono al hacer una obra procuro que sean de la máxima ambigüedad, para lograr con ello el máximo de expresividad”, reconoció igualmente. Es decir, la mayor cantidad posible de resonancias estimuladas por el atractivo estético.

La unanimidad ante la rotundidad de la obra de Tàpies tras su muerte fue absoluta: “Continuó la herencia de Miró en lo que este tenía de más radical y vanguardista”, aseguraba el historiador del arte Tomás Llorens. El pintor Luis Feito, fundador del grupo El Paso, destacó su trabajo de investigación y riesgo a la que hacíamos referencia: “Buscó lenguajes nuevos, nuevas formas de expresarse y nuevos materiales”.

“Después de Picasso ha sido el pintor que más hemos admirado todos”, reconocía a este periódico Antonio López. “Está lleno de emociones, pero siempre desde la pintura, como Palazuelo. Son los dos grandes pintores de ese momento. Tàpies es un pintor muy armonioso”, añadió López, que estuvo hace un año y medio en casa del artista catalán tomando medidas y bocetos de su rostro para representarle en una pintura o una escultura.

Antonio López: 'Está lleno de emociones, siempre desde la pintura'

Una de sus grandes aportaciones llega cuando profundiza en las texturas. Sus cuadros se habían convertido en muros. Hay en esos muros, incluso, los restos del amor, del dolor y del asco, hay también ritmos naturales, de movimiento espontáneo de la materia.

“Es la figura central del arte en la segunda mitad del siglo XX”, dice el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. “La influencia de sus pinturas matéricas, su gestualidad y grafía que descubrió ha sido muy notable. En los setenta y ochenta su antagonismo con los conceptuales. Descubrió un lenguaje propio, que no es ni figurativo, ni abstracto, que trabaja con las dos dimensiones, pero no es plana. Esas pinturas matéricas fueron un tsunami en su momento”.

Son los muros de Tàpies un campo de batalla, un jardín, destino de lo efímero. Fueron la excusa que utilizó para emparentarse con orgullo con todas las filosofías y sabidurías tan queridas por él.

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