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El significado oculto de ‘El resplandor’

El director Rodney Ascher presenta en Cannes 'Room 237', sobre los mensajes que encierra la película de Kubrick

ÁLEX VICENTE

Las interpretaciones posibles ante una obra de arte siempre son múltiples e ilimitadas, aunque raras veces alcanzan la infinitud de lecturas que permite una película como El resplandor. Esta es la principal conclusión que uno extrae tras visionar Room 237, el documental sobre los significados ocultos del clásico de Stanley Kubrick. Lo ha presentado en la Quincena de los Realizadores su director, Rodney Ascher, que llega a Cannes tras hacer ruido en la selección oficial del Festival de Sundance.

El resplandor desconcertó a su época, que esperaba una simple adaptación de la novela de Stephen King y se acabó encontrando con una especie de milhojas semiótico de difícil decodificación. En su documental, Ascher analiza la fascinación generada por esta película a través de cinco teorías distintas defendidas por cinco personajes trastornados por la película.

Uno de ellos, el historiador Geoffrey Cocks, defiende que la película es una parábola sobre el Holocausto, como demuestran señales inequívocas. Por ejemplo, la máquina de escribir alemana de la que se sirve Jack Torrance o la aparición del número 42 –año del inicio de la exterminación de judíos en Auschwitz— a lo largo del filme.

Sin embargo, el periodista Bill Blakemore cree que la obra habla de otro tipo de genocidio: el de los nativos americanos a manos de los primeros colonos. Lo demostraría la decoración de motivos indios, recurrente a lo largo de la película, o las latas de levadura con el rostro de un indígena que reaparecen en varias escenas. Otra voz conecta la película con la NASA y sostiene que Kubrick habría contribuido a poner en escena el alunizaje de 1969.

Las teorías se encadenan en una espiral obsesiva que termina absorbiendo al espectador. “Escogí a estos cinco personajes porque todos tenían una conexión personal con la película y no eran teóricos de despacho. Me apasionó que fueran capaces de conectar un coche amarillo con la mitología clásica, el espacio exterior y las pesadillas de la historia en mayúsculas”, contaba ayer Ascher.

¿Qué opinaría Kubrick respecto del documental, teniendo en cuenta lo poco que le gustaba pronunciarse sobre el significado de sus películas? “Espero que lo aprobara. Pese a que no se expresara al respecto, cuentan que le gustaban las especulaciones sobre el significado de 2001: una odisea del espacio”, cuenta el director.

La película deja abierta la incógnita sobre sus intenciones y revela que trabajó con publicistas neoyorquinos que se lo enseñaron todo sobre los métodos subliminales, lo que podría validar, en gran parte, la tesis del documental. “Kubrick era alguien muy meticuloso, rodando durante más tomas y más meses que cualquiera de sus contemporáneos. Por otra parte, los accidentes suceden incluso en los entornos más controlados”, reconoce Ascher. “Lo que, curiosamente, es un asunto recurrente en su filmografía”

No es extraño huir a las secciones paralelas en busca de sangre nueva. Con la notable excepción de Michael Haneke, los grandes nombres de la sección oficial siguen defraudando. El día se abrió ayer con lo nuevo del casi nonagenario Alain Resnais, Vous n’avez encore rien vu, híbrido entre cine y teatro con un punto de partida interesante: un dramaturgo fallecido deja un videomensaje a sus actores para que interpreten una última vez su obra inspirada en el mito de Orfeo. Al cabo de veinte minutos, lo que parecía radical y estimulante se vuelve somnoliento y anquilosado. Una metáfora perfecta del destino de la nouvelle vague: buena parte del cine francés sigue viviendo de sus rentas.

Abbas Kiarostami tampoco generó entusiasmo con Like someone in love, la primera que el director iraní rueda en Japón. Vuelve a demostrar en ella un virtuosismo en la puesta en escena ajeno al exhibicionismo, partidario de seguir a sus personajes en un admirable y sinuoso continuum.

Lejos de la muy notable Copia certificada, en la que hacía una apuesta similar, su nueva película se resiente de la falta de espesor y calado de lo que pretende contar: la historia de una estudiante que debe vender su cuerpo para pagar sus estudios, de su novio violento y de su abuelo, profesor universitario con una irritante tendencia a sentar cátedra. Ambas resultan olvidables.

Se había anunciado su presencia por todo lo alto, no sólo para presentar la copia restaurada de Tess junto a su ex musa Nastassja Kinski, sino también para dar a conocer “su nuevo proyecto”, como el director del festival, Thierry Frémaux, se encargó de anunciar por todo lo alto. La decepción fue mayúscula al descubrir que era sólo un corto promocional para Prada con la actriz Helena Bonham-Carter como protagonista.

Después de Scorsese y Lynch, Polanski también se pone al servicio de la promoción del lujo. No hay nada criticable en ello. Quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra. Pero no estaría mal hacerlo con más discreción y menos cinismo. Sólo falta que los esponsors invadan también la programación del festival.

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