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Exiliados en mitad de la nada

La investigadora Francie Cate-Arries recoge en 'Culturas del exilio español entre las alambradas' la producción cultural de los represaliados españoles en los campos de concentración de Francia

ALEJANDRO TORRÚS

Año 1939. Con los zapatos rotos, los pantalones sucios hasta las rodillas de una mezcla de estiércol y grasa de coche y vacíos los estómagos, 100.000 exiliados republicanos se hacinan en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer , un punto aislado de la costa mediterránea francesa. En un barracón, un anciano ha organizado un ciclo de conferencias de la historia de España. En mitad de la disertación, un asistente interrumpe al profesor: “Nosotros también somos historia”.

El término exiliado fue eliminado de la RAE en 1950 por la dictaduraLa inclusión de estos expatriados en la historia oficial de España tuvo que esperar 40 años. En el año 1950, la dictadura de Franco eliminó la palabra exilio del diccionario de la RAE. El falangista José Esteban Vilaró explicó a la perfección el deseo del régimen de Franco: 'Los rojos republicanos vivirán solamente en la infamia. Después, desaparecerán para siempre'. Sus deseos, sin embargo, no se cumplieron. Ahora, sus vidas y sobre todo, su proyección cultural están recogidas en Culturas del exilio español entre las alambradas, (Anthropos), una obra de la experta en Estudios Hispánicos de la Universidad William & Mary en Virginia (Estados Unidos) Francie Cate-Arries.

“Cuando llegaron los represaliados españoles a Francia no había nada. Ni siquiera sabían dónde estaban. A su alrededor sólo había alambradas”, cuenta a Público la autora. Inmediatamente, los internos comenzaron a construir barracones y a organizarse en divisiones para realizar las tareas del día a día con el eterno sueño de que de un día Franco caería y podrían regresar a su país.

Los días pasaban y desde España no llegaban buenas noticias. La guerra europea ya había comenzado y en el bando aliado residían todas las esperanzas de los represaliados. No obstante, el sueño de retornar a su país se transformó en la odisea de emigrar a París, primero, y a México, después.

En los campos se continuaron las misiones pedagógicas de la República

“Lo más admirable fue cómo continuaron dentro de las alambradas las misiones pedagógicas de la República. Se instruyeron a los soldados analfabetos, se crearon bibliotecas, se crearon sindicatos de estudiantes universitarios, de profesores… En definitiva, mantuvieron el derecho universal al conocimiento y a la cultura”, explica Cate-Arries.

Entre los 550.000 españoles que tuvieron que exiliarse en Francia destacaba la figura de un poeta: Antonio Machado. El autor de Campos de Castilla abandonó España el 27 de enero de 1937. 26 días después, el 22 de febrero, Machado fallecía en la ciudad pirenaica de Colliure. “Cuando se corrió la noticia de la muerte del escritor los represaliados comenzaron a recitar sus poemas espontáneamente y a celebrar homenajes en su memoria. Su valor simbólico facilitó la reconstrucción de las identidades culturales”, apunta Cate-Arries.

Los residentes en los campos de concentración
tenían claro el objetivo. Había que mantener la identidad ideológica de la República y reivindicar valores democráticos y la lucha por la justicia social. “Ellos eran los vencidos, pero no se daban por derrotados. Insisten casi obsesivamente en la coherencia ideológica del grupo: justicia, libertad e igualdad”, relata Cate-Arries.

La resistencia a la derrota y el espíritu de lucha lo resume perfectamente Cate-Arries en el testimonio de un mutilado que encontró en el archivo de los exiliados en México: “Encontré una fotografía de un hombre mutilado que no tenía brazos. Su pie de foto rezaba: ‘Si tengo que seguir luchando por la República, lo haré con los dientes’”.

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