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"En El Estrecho se diluyen las fronteras de lo moral"

BEGOÑA PIÑA

La tierra de la tentación. Así es como el cineasta Daniel Monzón (Celda 211) ha bautizado El Estrecho, una zona donde 'se diluyen las fronteras reales entre Marruecos, Gran Bretaña y España y las fronteras de lo moral'. El paro y un futuro muy oscuro animan a los jóvenes a pasarse al negocio fácil de la droga, del que también viven algunos políticos y policías ('lo reconocen todos los cuerpos de la ley').

Es un negocio que mueve cientos de miles de millones de euros, dinero que nadie está dispuesto a perder, ni siquiera el Gobierno, que ya ha anunciado que se aprovechará de esas ganancias para que le salgan mejor las cuentas del PIB. En esos 16 kilómetros que separan España de África y en esas costas viven los personajes de El Niño, la nueva película de Monzón, historia de amistad, de lealtad y traiciones, pero también retrato de la realidad social de esa tierra de la tentación.

El joven actor Jesús Castro, uno de los grandes descubrimientos de la película, es uno de los protagonistas junto con Luis Tosar, Eduard Fernández, Jesús Carroza y Said Chatiby. Es la historia de una pareja de amigos, el Niño y el Compi, dos chicos que empiezan a ganar dinero como gomeros (pasando droga en lanchas rápidas). Lo que para ellos es casi un juego es una obsesión para Jesús, un policía que lleva años intentando demostrar que la ruta del hachís se ha convertido en un coladero de coca y que los hilos se mueven desde Gibraltar. Él también tiene una fuerte relación de amistad, un vínculo especial con su compañero Sergio. Con ellos, Monzón construye este thriller de acción, donde, por cierto, hay una persecución espectacular de un helicóptero a una lancha rápida, que se rodó con los propios actores ('todo lo que se ve en la pantalla es real'), y donde se hace un certero retrato social.

El filme demuestra que a veces el cine español juega en Primera

La situación de las mujeres marroquíes, la falta de trabajo para los jóvenes españoles, la corrupción policial... desfilan por esta película, un filme apasionado y apasionante, con un ritmo trepidante, un trabajo de actores sobresaliente..., en definitiva, un thriller excelente que demuestra que, a veces, el cine español juega en las primeras ligas.

Parece increíble que no se hayan hecho decenas de películas en El Estrecho con todo el material humano, social... que hay ahí.

Sí, parece increíble, eso pensábamos nosotros también. Cuando Jorge Gerricaechevarría y yo bajamos, nos dimos cuenta de que era una mina para el cine. No queríamos que se nos adelantara nadie.

¿Cómo lo descubrió usted?

Cuando estábamos escribiendo Celda 211, Jorge me preguntó qué sabía de los gomeros, esos chavales que pasaban hachís por El Estrecho en lanchas rápidas, ¿quiénes eran? ¿cómo eran?. Nos metimos en Youtube y descubrimos un montón de grabaciones que habían subido ahí las autoridades como medida disuasoria. Pero al lado, los chavales de la zona habían cogido esos vídeos y había hecho sus propios montajes a ritmo de música bakalao.

Es como si se lo tomaran como un juego, que es lo que les pasa a los protagonistas de su película. ¿En realidad no se dan cuenta de dónde se meten?

Hay de todo, pero muchos de los gomeros con quienes hablamos nos transmitían eso. Nos transmitían algo muy alejado de todo eso a lo que nos ha acostumbrado el cine de EEUU. Y nos dimos cuenta de que eso era una de las cosas que haría peculiar la película, teníamos que mostrar nuestra idiosincrasia. En el Estrecho no hay intercambio de tiros, los chicos saben, además, que si tiran los fardos de droga al mar no les pueden llevar a la cárcel... Ahora, con la entrada de bandas del Este y de cocaína, las cosas están cambiando, pero, en general, es un tráfico que carece de esa crueldad y esa violencia que enseña el cine. Así que sí, muchos gomeros se meten de una forma muy inconsciente.

¿Cuánto cree usted que tiene que ver eso con la crisis económica, con la crisis de la educación...?

Mucho. Los gomeros estaban en boga en los 80, en los que también hubo una crisis. Son producto también de esa cultura superficial de adoración al dinero. En El Estrecho, además, existe la cultura del contrabando desde hace siglos. Es una cosa que ha pasado de padres a hijos. Los adultos y los jóvenes, todos, están expuestos a esa tentación, lo tienen al alcance de la mano. Para mucha gente de la zona parece que es el camino más fácil.

Pero ¿tan fácil es?

Sí. Pones un móvil en manos de un chaval de la zona y le colocas a vigilar para que avise cuando sale la patrullera. Le pagas por eso. Son pequeños puestos que les dan dinero y con 16, 17 años pueden comprarse una moto o... Es la tierra de la tentación. Allí se diluyen las fronteras reales entre Marruecos, Gran Bretaña y España y las fronteras de lo moral. Pero también hay que tener en cuenta que allí hay uno de los índices de paro más altos de Europa y la gente tiene que alimentar a la familia.

 

¿El futuro de los jóvenes en esa zona de España es tan tan oscuro como usted lo presenta en la película?

Me temo que, desgraciadamente, sí. Tiene uno de los índices de paro más altos de Europa y muchos piensan que no hay otra posibilidad más que la droga para ganar dinero. Antes podían ir a recoger el espárrago, pero ahora, con los aranceles, ni siquiera. Hay muy pocas armas para derivar a los chicos hacia otro lado. Además, no hay ganas de solucionarlo, porque la droga es un negocio que deja mucho dinero.

El otro lado de la moneda son esas personas, magrebíes, que se ganan la vida pasando la frontera con bultos enormes a las espaldas, como animales...

Con la película queríamos proponer un viaje emocional, geográfico y social y descubrimos al espectador cosas que hemos descubierto nosotros también, como esas personas. Esta es una historia de supervivencia y de cómo la gente se gana la vida como sea. Allí, en la frontera, hay un hormiguero de gente, de mujeres de 40 años que parece que tienen 70, envejecidas de llevar a las espaldas cargas más grandes que ellas para ganarse unos pocos euros. Allí pasan lo que El Corte Inglés no ha vendido, productos de primera necesidad sin aranceles... Son miles de personas y cada una pertenece a un amo, que controla a 100 ó 200 porteadores. Pagan al de aduana para que les deje pasar libremente la mercancía. Son colas enormes con miles de personas.

'Es una historia de cómo la gente se gana la vida como sea' ¿Esa realidad ha provocado que haya cierta atmósfera de documental en la película?

Sí. Nosotros nos quedamos con los ojos como platos cuando vimos eso. Y sí, por eso está cercano a veces al documental.

El personaje femenino es el de una joven de Marruecos y con él presentan la realidad de las mujeres de ese país, ¿es intencionado?

No podíamos entretenernos mucho con esos detalles, pero sí queríamos reflejar la situación de la mujer en Marruecos, que es espantosa. A muchas se las casa en contra de su voluntad y a las que quieren decidir por sí mismas se las trata como si fueran prostitutas. Los padres las pegan palizas 'para enderezarlas'... No parece el siglo XXI en absoluto.

También refleja la existencia de corrupción policial, ¿está documentado o es un elemento que le venía bien para la historia?

Es muy real y lo reconocen todos los cuerpos de la ley. El retrato de la Policía en la película es naturalista, queríamos reflejar que son personas normales. Muchos policías te dicen que la solución del narcotráfico sería legalizar la droga, pero eso significaría perder cientos de miles de millones de euros. El gran cinismo de nuestro Gobierno es que ha incluido el dinero del narcotráfico en las cuentas del PIB. Es mucho dinero que pasa por delante de las narices de los policías. A veces solo tienen que hacer un día la ronda por otro lado y ya está, reciben un sobrecito.

¿Se da cuenta del campanazo que ha dado descubriendo a Jesús Castro?

Sí. Es un chaval estupendo, con la cabeza muy bien amueblada, que sé que llevará todo esto muy bien, pero a veces aún me digo '¡dios mío, pero ¿dónde le he empujado?!'. Necesitaba, para dar a la historia ese ambiente fresco y realista, un chico desconocido y...

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