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Titanio de Bilbao

El Museo Guggenheim abrió sus puertas al público hace 10 años exactos // El centro de arte, muy discutido antes de su nacimiento, ha cambiado el rostro de la ciudad

GUILLERMO MALAINA

Cuando en los años 80 y 90 el sirimiri caía sobre Bilbao y mojaba las negruzcas empresas cerradas por la depresión industrial, el futuro del botxo (casco viejo) parecía más incierto que nunca. El pesimismo hacía mella en una población lastrada por el paro y en unas instituciones acuciadas por la necesidad de buscar una salida del agujero.

No se trataba sólo de impulsar nuevas actividades económicas, sino de definir un modelo de ciudad que nada iba a tener que ver con la caduca industria del hierro, el carbón, los astilleros y las viejas gabarras.

Quizá, por todo ello, por ese giro copernicano en la vida de Bilbao, cuando el Museo Guggenheim abrió sus puertas al público el domingo 19 de octubre de 1997, lo hizo en medio de un clima de puro escepticismo. Y sólo el paso del tiempo ha dado la razón a quienes confiaron entonces en que la obra del arquitecto californiano Frank O. Gehry iba a abrir en la capital vizcaína las puertas a la modernidad.
Referente europeo

Hoy ya no suben los barcos por la Ría hasta el centro de Bilbao a cargar y descargar contenedores. En cambio, la villa recibe a miles de visitantes de todo el mundo, atraídos no sólo por la llamada cultural del Guggeheim -superó el millón de visitas en 2006-, sino también por la espectacular transformación urbanística que se ha producido en todo su entorno y que laha convertido además en un referente en toda Europa.

Donde hace una década no había más que ruinas industriales y muelles inutilizados, ahora se encuentra un parque inmenso, un palacio de congresos en plena efervescencia, un hotel de lujo y un paseo junto a la Ría de cinco kilómetros. Y todo ello salpicado por las obras de algunos de los arquitectos y escultores más laureados del mundo.

Nombres selectos

El argentino Cesar Pelli es en buena medida el padre de toda esta reordenación. Construyó la Torre Iberdrola, un rascacielos de 165 metros. Arata Isozaki ha levantado Isozaki Atea, dos torres gemelas acristaladas de 82 metros para viviendas y oficinas. Santiago Calatrava unió las dos márgenes del Nervión con la pasarela Zubi-Zuri. Y el diseñador Philippe Starck transformó un almacén de vino en un gran centro de ocio y cultura. La lista de grandes firmas parece interminable: Federico Soriano, Ricardo Legorreta, Rafael Moneo, Álvaro Siza, Daniel Buren, Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, entre otros.

El alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, habla del fenómeno: 'Ha supuesto una tarjeta de presentación de Bilbao, y de Euskadi, inmejorable en todo el mundo y un acicate para la transformación de la ciudad'.

Si se habla con alguien de la industria turística, esto se expresa de forma más contundente.Según Iratxe, ejecutiva de un moderno hotel cercano al museo: 'Antes del Guggenheim, no había visto un japonés. Ahora es algo cotidiano'.

El próximo objetivo es convertir de la mano de la arquitecta Zaha Hadid la península de Zorrozaurre -otro suelo industrial- en una isla con rascacielos, embarcaderos, puentes y parques. Será el pequeño Manhattan del botxo. Todo ello tras el rastro de la modernidad que inició hace diez años el Guggenheim, emblema de Bilbao en este siglo XXI.

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