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Al hilo de la vida

Alberto García-Alix inaugura en el Museo Reina Sofía De donde no se vuelve, una muestra introspectiva

PEIO H. RIAÑO

El pasado congelado y la memoria fresca. Alberto García-Alix no tiene compasión, sobre todo consigo mismo. Ha preferido montar una nueva narración de lo que ha visto su vida hasta hoy a revisar en una clásica exposición de tomo y lomo sobre su obra más famosa.

Ha jugado con ellas y con su orden, las ha mirado, las ha releído y ha construido una revisión inédita de su pasado para apuntalar los nuevos intereses creativos del fotógrafo: 'Mi propia sana degeneración', como nos susurraba ayer en una de las salas del Museo Reina Sofía, donde este miércoles se inaugura De donde no se vuelve, con un vídeo que bombea la esencia de las más de 200 imágenes que la dan vida. Su voz, su pantalón campana, su chaqueta de lana escondida bajo la chupa de cuero y esas patillas que rematan en coleta.

«Busco fotografiar mi voz», explica García-Alix sobre el uso del vídeo

Alberto García-Alix no es un enfermo terminal, ni esta exposición es la viva imagen de la muerte: De donde no se vuelve son los límites de la experiencia artística, es el viaje cosido a puntadas, es un trayecto de 30 años con música de circo de fondo, es respirar un día más, es el destino, es la moral llena de errores y virtudes

Ni aunque él se empeñe en esgrimir que todo esto es resultado de 'apurar el cáliz', este es su último viaje. Es el síntoma de su aproximación a lo menos evidente, su deseo de hacer que los blancos y los negros puros se pierdan y alumbrarlo todo con grises. Grises y desenfoques. Como el mismo Nicolás Combarro dice, la técnica de Alberto para desenfocar es absoluta. Ahí, en las copias murales, aparecen sus retratos, sus sombras difuminadas, al encuentro con arquitecturas. Monumentales edificios que pierden su nitidez y terminan personificándose.

De donde no se vuelve es el límite de la experiencia artística

El propio García-Alix lo confirma en el vídeo. 'Busco fotografiar mi voz', nos había explicado hace unos días al preguntarle por el aporte del vídeo a su fotografía. Y es cierto, le pone ruido a sus instantáneas. Y ahí está, en un intenso poema leído cascado sobre sus fantasmas, sobre sus paisajes, sobre sus preocupaciones más hondas. Un legado en movimiento, un testamento de una vida en marcha.

Alberto García-Alix, 'el mejor retratista de su generación', como le definió Manuel Borja-Villel, siempre ha mirado lo que le rodeaba desde su interior. 'Todo sale de mí', se le oye narrar en el vídeo. Por eso esta es una exposición autobiográfica, porque él es su mejor obra. De ahí la cantidad de autorretratos que granan el recorrido.

No se ha conocido fotógrafo que se haya hecho tantos retratos y tan duros como Alberto. Y sin ninguna compasión. La sombra de Alberto es alargada, y delgada: desde sus emociones a todo lo que abarque la lente. Ese es el motivo por el que no pasará como un cronista documental de una época, porque no le interesa la realidad, porque la realidad adorna su experiencia.

Ya ha quedado claro; la introspección la cultiva en el vídeo, la narración en la fotografía. De donde no se vuelve pasa por todas las épocas de su trabajo, pero aparca importantes bloques que ya han sido revisados hasta la saciedad en los últimos años.

Pero esta es la exposición que se esperaba de su fotografía, una reflexión de su trabajo pasado desde su momento vital más íntimo. 'Una revisión personal de su propia obra', como dijo Combarro. En la que entran el amor pasajero pero abrasador, el cuerpo retorcido hasta que duela y el encuentro curioso con el otro. En ellos no ve marginalidad, encuentra el aliento de lo asombroso: 'Él no pone los límites; los ponen los otros tratando banalmente de diferenciar lo normal de lo extraño', escribe el comisario en el catálogo de la exposición.

 

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