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Alex Van Warmerdam: "Es de esperar que los occidentales tengamos que pagar algún día"

BEGOÑA PIÑA

La amenaza ya está aquí. Tanto tiempo de acoso, tantos años viviendo en silencio, bajo tierra (literalmente), huyendo. Ha sido tiempo suficiente también para organizarse. Y ahora, cuando los ultras se arman y van en busca del sacerdote, que con la hostia sagrada aún en la boca, coge el fusil y se pone a la cabeza de los cazadores, los hombres salen de sus escondites y comienzan su venganza. La escena de caza es solo el inicio de Borgman, el nuevo ataque lanzado por Alex Van Warmerdam. El cineasta holandés vuelve a rociar con ácido la imagen del bienestar burgués y vuelve a hacerlo desde la provocación, el surrealismo y cierto humor negro.

'Vienen a castigar nuestra felicidad burguesa', dice el director, guionista y también actor, refiriéndose a sus personajes. Han salido de debajo de la tierra y han comenzado a correr. Camiel Borgman (el actor Jan Bijvoet), en su huida, llega a una agradable urbanización. Llama al timbre de una casa y pregunta si puede tomar un baño. La respuesta que recibe es una paliza de un padre de familia que instantes después está leyendo un cuento inocente a sus tres hijos. Pero Marina, el ama de casa, una artista frustrada, una mujer sometida a quien repele su propia vida, abre la puerta de atrás al vagabundo y con ello inicia el proceso de destrucción de su propio mundo.

A partir de ahí, Borgman, a quien el cineasta muestra en algunos momentos desnudo, sobre la mujer dormida en la posición de los legendarios íncubos, se va transformando justamente en eso, en una especie de demonio capaz de romper el equilibrio establecido. El vagabundo mina la autoridad de la figura paterna, seduce a la madre, se adueña de la imaginación y las fantasías de los hijos... va poco a poco quitando a esta familia todo lo que él no tuvo antes, les va despojando, sobre todo, de su seguridad.

'Siempre trato de no dar un significado específico a mi cine para que el público sea libre de interpretar lo que quiera''Siempre trato de no dar un significado específico a mi cine para que el público sea libre de interpretar lo que quiera', asegura Alex Van Warmerdam, quien, sin embargo, pone en boca del personaje femenino una frase inequívoca. 'Nosotros tenemos mucha suerte y la gente afortunada debe pagar tarde o temprano', dice la mujer. 'Tal vez es una especie de crítica de nuestra sociedad occidental -reconoce, entonces, el director- con gente como Camiel Borgman, que viene a castigar nuestra felicidad burguesa. Es de esperar que nosotros, los occidentales, tendremos que pagar algún día. Pero no era esa mi intención'.

Deliberado o no, el cineasta insiste. Warmerdam es un reincidente. Y su objetivo a batir es la vida burguesa de la sociedad occidental. Lo hizo en sus anteriores películas -en The Last Days of Emma Blank, The Dress, The Northernes...- y lo hace en ésta. Él, sin embargo, aprovechando el elemento surrealista de su cine, se agarra a la imprevisibilidad de su obra, nacida, según él, de la primera imagen, que es la primera escena. Todo lo demás, va surgiendo y no es premeditado ni obedece a ninguna intención.

'Para mí, Borgman es un espectáculo de títeres, una historia de terror, una balada''No empiezo por una sinopsis, sino con la primera escena', dice y añade que precisamente la imagen del sacerdote con el rifle era 'un antiguo sueño mío, es algo que solo se ha visto antes en un western'. Aquí es un comienzo para hacer 'una película que trata sobre el mal, la anarquía y el humor, creo. Para el espectador es una cosa, para mí, Borgman es un espectáculo de títeres, una historia de terror, una balada'.

Un cántico del mal que surgió, como el propio director reconoce, de cierta obsesión con la vida y la obra del marqués de Sade. 'Una vez leí una entrevista con Buñuel donde decía que una de sus grandes inspiraciones era el marqués de Sade. ‘Sade, decía él, comete sus crímenes solo en su imaginación, como una forma de liberarse a sí mismo de sus tendencias criminales. La imaginación te permite todas las libertades. Es completamente diferente si cometes esos crímenes en la vida real. La imaginación es libre, el hombre, no'. En cierto modo, esto me abrió los ojos. Por eso empecé a escribir con una enorme sensación de libertad, mayor que nunca. Y sentí de verdad la sensación de entrar en ciertas partes de mi cerebro en las que nunca había estado. Si te fijas, en la película no todo es tan malo. Supongo, sin embargo, que hay límites con cuestiones de gusto y de moralidad. Sade es a veces realmente desagradable. Comparado con él, yo soy un bebé. De cualquier modo, comprender que la imaginación te permite todas las libertades fue de enorme ayuda en el proceso de escritura'.

Un camino que inició con la vaga idea de 'mostrar el mal, pero no a través de gente extraña sino con personas normales que podríamos cruzarnos en el supermercado. Los personajes son, quizá, mitad ángeles, mitad demonios. Hay indicios de ello en la película, pero es mejor que aquellos espectadores que los capten los olviden inmediatamente.'

Es un juego más de Alex Van Warmerdam, que sugiere desde las imágenes lo que luego propone que se olvide. Él, sin embargo, se aprovecha del sentimiento de culpa de los espectadores -'ahí está Martina, la mujer, con la mala conciencia que tenemos todos los occidentales'- y con bastante mala leche les provoca para que la reconozcan, para que detecten su remordimiento y sufran por ello. Borgman, que se estrenó en Cannes, conecta ahí en cierto modo con Funny Games, de Haneke, aunque sentencia: 'Nunca he visto esa película, no me gusta la violencia'. La suya contagia temor, miedo. La amenaza está ahí. ¿Hasta cuándo podremos vivir como lo hacemos habiendo tantos alrededor sin absolutamente nada? Cierto que no es tan refinada como aquella ni consigue la profundidad de Teorema de Pasolini, a la que la Iglesia católica llegó a declarar inmoral, pero aún así, su descaro y su gamberrismo son muy refrescantes.

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