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Ana Belén y Jesús: los Romeo y Julieta de la funeraria

MIS EXTRAÑOS DELINCUENTES

Uno siempre se imagina que eso de currar en una funeraria debe de ser de todo menos divertido. Cierto es que los clientes finales de estos servicios no suelen quejarse, pero parece bastante difícil encontrarle la gracia a eso de enseñar muestrarios de lápidas y catálogos de ataúdes a los dolientes familiares del finado. Y, sin embargo, no sólo hay gente capaz de disfrutar con un trabajo en el que las frases más repetidas son 'tus hijos no te olvidan' y 'descanse en paz', sino también sentir la llamada del amor. Más extraño es que además de activarse la libido en tan fúnebre escenario, se despierte también ese instinto asesino que todos llevamos dentro.

Esa es la historia de Jesús y Ana Belén, unos Romeo y Julieta treinteañeros que encontraron el amor en la funeraria de Torrejón de Ardoz (Madrid) en la que ambos trabajaban. Él era el yerno del rico dueño de la empresa. Ella, una empleada más, aunque, eso sí, aficionada a esto de los amores entre epitafios ya que, cuando ambos se conocieron, la mujer mantenía ya una relación sentimental con otro trabajador del negocio de pompas fúnebres. Y allí, entre lágrimas ajenas, esquelas y pésames, ambos comenzaron a coquetear para terminar presuntamente haciendo planes sobre cómo asesinar al novio de ella y al suegro de él.

Entre lápidas, esquelas y pésames planearon matar al suegro de él y al novio de ella

Según desveló la investigación policial que permitió detener a ambos en febrero de 2009, en sus encuentros furtivos ambos fantaseaban con lo que podrían hacer si la mujer de Jesús heredaba la ingente fortuna que, suponían, poseía el empresario. Y de aquellas fabulaciones surgidas entre sábanas, decidieron pasar a la acción. Para ello, Ana Belén entabló poco después contacto con un portero de locales nocturnos de la vecina localidad de Alcalá de Henares al que le gustaba fanfarronear de que no le temblaba el pulso con una pistola en la mano. Entre copas y risas, la mujer se animó a ofrecer al aspirante a sicario un negocio: 8.000 euros si acababa con la vida del dueño de la empresa y, de paso, con el otro empleado de la funeraria con el que no sabía cómo romper la relación.

Ambos decidieron que el primer asesinato tenía que ser el de este último. Ana Belén le dio una fotografía de su pertinaz novio y le indicó el lugar ideal para matarlo: el aparcamiento de la propia funeraria. Para el segundo, el del empresario, le facilitó otra foto reciente en la que aparecía la futura víctima en una comida familiar, la dirección del piso en el que vivía y una llave del mismo. Como anticipo, la Julieta de la funeraria entregó a su pistolero 3.000 euros que su nuevo amor había sacado de su propia cuenta corriente. Cuando cometiera el primer crimen, cobraría otros 1.000 euros. Y los 4.000 euros restantes, cuando acabara con la vida del suegro de Jesús.

Lo que no sospechaban los amantes de la funeraria es que al pistolero fanfarrón le iba a temblar el pulso con el primer sobre del dinero en la mano e iba a ir corriendo a la comisaría más cercana a contar con pelos y señales el intento de ambos de poner epitafios antes de tiempo. La primera en ser detenida fue Ana Belén. Al día siguiente era Jesús al que le ponían los grilletes. Ni William Shakespeare hubiese imaginado una trama tan lapidaria para sus Montesco y Capuleto.

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