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Ana Cañil: "Los empresarios españoles y la CEOE deben hacer la Transición"

La periodista y escritora descifra en su última novela, 'El coraje de Miss Redfield', cómo fueron educados en su infancia los oligarcas que ahora gobiernan nuestro país

HENRIQUE MARIÑO

Cuando escribió la biografía de Paco Bedoya, el último guerrillero en echarse al monte, le salió como una novela sobre el amor incorrupto: La mujer del maquis, Premio Espasa de Ensayo, palabras mayores.

Periodista antes que escritora, Ana Cañil (Madrid, 1958) se propuso entonces aparcar la investigación para transitar por la narrativa, pero fue incapaz de levitar sobre la realidad y terminó aferrándose a una historia tangible en Si a los tres años no he vuelto: la de los niños arrebatados a las prisioneras de posguerra.

Ahora, en El coraje de Miss Redfield, brujulea en los pliegues penumbrosos de la alta sociedad española de los sesenta y, para ello, esculpe la figura de una almidonada nanny británica encargada de cuidar al nieto de una familia de aristócratas. Una coartada argumental de la que se ha servido para descifrar cómo fueron educados en su infancia los oligarcas que ahora gobiernan nuestro país.

¿Hay que llamarle periodista o escritora?

La palabra escritora me produce muchísimo respeto y la tengo mitificada. Me siento muy periodista: soy incapaz de despegarme del suelo y, antes de escribir, tengo que investigar y hacer trabajo de campo. Aunque ésta es más novela que las otras, me he tenido que apoyar en un entorno real: un grupo de nannies que, en los años sesenta, fabricaban a los hijos de la aristocracia y la burguesía española, los mismos que ahora nos dirigen desde los grandes bancos y empresas corporativas

¿Qué fue de esas nannies?

He tenido muy mala suerte. Mientras que en La mujer del maquis encontré a gente viva, ahora he tenido que entrevistar a los niños que cuidaron o a las señoras que las contrataron. Hace dos años que se murió la última nanny, la de los March.

Aunque algunas se quedaron tan enganchadas con España que terminaron comprándose un pisito en la costa, la mayoría fallecieron en las casas de las familias: Beryl Hibbs, en la de los Franco; una en la de los Alba; otra en la de los Fierro. Se integraban tanto en la familia que, sin perder la distancia, llegaban a formar parte de ella.

¿Crearon sus propios hogares, lejos de ese entorno?

No. Las de las buenas familias pertenecían a la prestigiosa escuela Norlan. Eran cultas, leídas y conscientes tanto de su papel como del que habían jugado las victorianas. También eran como monjas alférez: educadas en la rigidez, la austeridad y la frialdad.

Como lamas laicas, a las que habían preparado para...

Lo ideal era que cogieran a los niños nada más nacer. Las institutrices, que se encargaban de ellos a partir de los doce años, ya no existían en los sesenta porque la clase alta mandaba ya a sus hijos tanto a los internados ingleses y suizos como a colegios españoles: al Pilar, al Rosales y a centros del Opus como el Retamar.

Pero, durante sus primeros años, las nannies sustituyen al ama de cría cántabra que tenían los reyes. Antes, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, los aristócratas de Madrid y los banqueros y empresarios del norte tenían fraus. Pero, cuando los nazis son derrotados, tener una frau alemana resultaba sospechoso... Entonces empiezan a venir las inglesas, que han sido educadas para que los niños sean suyos, hasta el punto de que los pequeños son su familia y ellas, las madres.

La mujer del maquis es una suerte de biografía novelada. El coraje de Miss Redfield, en cambio, una novela trufada de personajes reales e históricos. ¿Qué le resulta más complicado escribir? ¿Dónde se siente más a gusto?

Para hacer cualquiera de las dos cosas, me lo tengo que creer. El ensayo que citas iba a ser una entrevista larga con la protagonista y, a partir de ahí, llevé a cabo una investigación de tres o cuatro años. Yo era la periodista que perseguía la historia y sufrí muchísimo, porque conocer a la gente hace que te impliques emocionalmente.

En ese sentido, me sentí incómoda, como cuando tienes una exclusiva, porque te preguntas: '¿Pero quién soy yo para desvelar esto o juzgar a alguien?'. Sin embargo, muchos personajes de El coraje de Miss Redfield habían muerto o son ficticios. El proceso de escritura fue pues más divertido, pero reconozco que, como periodista, me dieron más satisfacciones los dos libros anteriores.

Ha dicho que ahora no sería capaz de volver a escribir una novela dura como Si a los tres años no he vuelto, pues bastante tiene con el ambiente pesimista que se respira en este contexto económico adverso. ¿Es Elsa Redfield un candil que ilumina el final del túnel?

La protagonista de mi último libro es, sin duda, un personaje esperanzado que llega a una España oscura y gris, donde se encuentra con una gente interesante pero con otra muy cutre. Sin embargo, es una valiente que pelea y sale adelante, sin perder la esperanza ni las ganas de batallar.

¿Cómo llega a Jarabo, el amante de una de las protagonistas de la novela?

Formaba parte del imaginario colectivo de mis hermanos y de mis padres. Yo pertenezco a la época de El Lute y, cuando empecé Periodismo, a la de los [Marqueses de] Urquijo.

Rafi Escobedo en Interviú y tal.

Eso es. Hacía tiempo que me había quedado con él en la cabeza, porque era de familia bien, los Ruiz-Jarabo, unos magistrados de siempre. El asesino fue una mancha en ese apellido. Me resultaba muy atractivo el personaje: guapo, hijo de ricos, procesado en un juicio en el que había que tapar muchas cosas... El ABC de la época hablaba, con morbo, de su cuello ancho, de que Sara Montiel acudía al juzgado, de cómo fue ejecutado en 1959 en el garrote vil...

Además, tenía una amante inglesa en esa España de principios de los sesenta, cuando se empezaban a llevar las rubias, Marbella, las Gunillas... Me parecía un personaje fascinante dentro de una clase que no permitía fisuras. Jarabo les salió una oveja negra. Como el conde rojo, aunque éste era distinto.

¿Pero existió el conde rojo?

Claro. Es el perfil de los hijos de la aristocracia y la alta burguesía, o sea, de los fascistas que habían sido mártires del régimen y que reniegan de sus padres y abuelos para militar en el PCE. Una generación que les sale rana y posibilita la Transición. Los alumnos de Tierno...

No tiene nada que ver ni militó en el PCE, pero cuando Jesús Aguirre se emparenta con la duquesa de Alba...

Él no, pero todos sus amigos podrían ser el conde rojo, esa intelligentsia que hace la Transición.



Usted viene del periodismo económico. Hoy casi es mejor llamarse emprendedor que empresario, ¿no?

Me irrita eso de que todos los políticos son iguales. A ver, los banqueros tampoco son iguales, aunque sí parecidos. Y los empresarios deberían hacer la Transición, porque estuvieron acostumbrados, durante cuarenta años, al estatalismo y al proteccionismo. Te caben en una mano los Amancio Ortega, los Pepín Fernández o los Areces. Oigan, señores de la CEOE, ustedes también tienen que hacer la Transición.

Sean autocríticos, empezando por la cúpula de la patronal, que tiene no sé cuántos vicepresidentes: ¿doce, catorce, diecisiete? El empresariado español tiene muy poco que ver y mucho que aprender del europeo. En cuanto a los emprendedores de ahora, qué van a emprender si no hay un duro. Todo es propaganda.

¿Atisba la salida? ¿Es pesimista?

Desde hace cuatro años, soy futurofóbica. Estoy tan triste con lo que nos está pasando que Elsa Redfield ha sido una cura en salud: si ella puede, todos podemos seguir adelante. Pero no es precisamente optimismo lo que me invade ahora mismo.

¿Echa de menos las redacciones?

Al principio, eché de menos dar y escuchar voces a las seis de la tarde. Me parece tan triste y surrealista lo que está pasando, que no añoro la redacción, porque soy dueña de mis tiempos y estamos en la época del Todo a cien. Eres freelance y por todo te dan cien euros.

Usted fue subdirectora de Soitu, que cerró, como lo hicieron también también ADN.es, Factual y otros medios nativos digitales fundados en el último lustro.

Mira, el 15 de septiembre de 2008 entré en la redacción y mis compañeros se partieron de la risa cuando dije: 'Acaban de dejar caer a Lehman Brothers, nuestra vida ha cambiado'. Soitu y ADN.es nacieron pronto y cuando estalló la crisis, por lo que se vieron abocados al cierre. Lo que ya no entiendo y me parece una barbaridad es que los empresarios estén acelerando la muerte del papel.

La gran ventaja de los digitales, cuando nacen, es su libertad, porque no tienen condicionantes. Puedes decir lo que te dé la gana sobre Telefónica, La Caixa, BBVA, Santander o Endesa. En el momento en que alguno te pone publicidad, la has liado. No puedes escribir, por ejemplo, cuáles son los bancos más crueles con los desahucios. Pero la culpa de esto la tienes tú, que me has preguntado... Yo, como diría Umbral, te voy a hablar de Elsa Redfield.

Y de Paco Bedoya, el último guerrillero en echarse al monte.

En Galicia también se movía El Piloto, un maquis fantástico.

La Guardia Civil lo mató en Chantada, a orillas del embalse de Belesar, tras ser delatado por un vecino de O Saviñao.

La mujer del maquis es la mejor aventura, sentimentalmente hablando, de mi vida.

¿Y qué tal eso de escribir un blog a cuatro manos con Pilar Portero, acostumbrada a tomarle las medidas a los políticos?

Es mi socia, mi amiga, mi tronca, la persona que me quitó todas las orejeras de chica de papel. La sección El estilo de los políticos ha salvado tu2sis. Nos llaman y todo, porque su ego, como el de los empresarios, no tiene límites.

¿Qué historia está larvando?

Me buscaré algo, porque me entretiene muchísimo y me saca de esta asquerosa realidad. Alguna cosa tengo en la cabeza, aunque por el momento estoy concentrada en El coraje de Miss Redfield. Ahora soy incapaz de entrar en una librería porque, si viese todas las mesas repletas de novedades, pensaría: 'Hay que ver qué osadía la tuya. Cómo te atreves a escribir un libro si todos están haciendo lo mismo'.

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