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Bacon. Vuelta y vuelta

La galería Tate Britain de Londres dedica una amplia retrospectiva, a partir del jueves, al más importante artista anglo-irlandés del siglo XX

LOURDES GÓMEZ

“La vida, según yo la veo, carece de sentido, pero le damos sentido en nuestra existencia”. El comentario pertenece a Francis Bacon y puede aplicarse a la exposición retrospectiva que la galería Tate Britain de Londres dedica, a partir del jueves 11,  al más importante artista anglo-irlandés del siglo XX, con ocasión del centenario de su nacimiento el año que viene.

Nacido en Dublín en octubre de 1909, autodidacta del pincel y el óleo, Bacon se hizo con un hueco estelar en la historia del arte occidental con representaciones del ser humano que penetran hasta el fondo del sistema nervioso. La mayoría de las 65 obras reunidas en Londres, escenario habitual de su prolífica actividad creativa y de sus excesos nocturnos, viajan el próximo febrero a Madrid, donde el artista murió en abril de 1992. Con una importante adición –un tríptico tardío de una figura aislada sobre un fondo rosa, perteneciente a la Colección Juan Abelló–, la muestra ocupará los salones del Museo del Prado, que tanta veces visitó Bacon para acercarse a la obra de su ídolo Velázquez y otros maestros del pasado.

Para la mente atea de Bacon, el hombre es un animal más en un mundo sin Dios. Este ser humano está sujeto a los mismos impulsos naturales de violencia, deseo y temor que se evidencian físicamente en el cuerpo. Ya en sus primeros cuadros, de la década de los cuarenta, se entremezclan escenas propias de un matadero de reses con la figura humana que centrará su atención durante toda su trayectoria. También aparece el característico “grito”, esa cara abierta en los rostros de sus retratados que tanto sugiere dolor como angustia o pavor.

La exposición se divide en ocho apartados cronológicos y dos temáticos dedicados a sus composiciones sobre la crucifixión y al impresionante fondo documental rescatado del estudio de Reece Mews, en el barrio londinense de Kensington, que el artista ocupó desde principios de los años sesenta. Bacon retornó repetidamente al motivo de la cruz –en Londres se coteja su más famoso tríptico y motor de su renombre internacional, Tres estudios para figuras en la base de un crucifijo,  de 1944 o 1945, con otros trípticos posteriores– pero siempre desde una perspectiva humanista. “Son trabajos claves que marcan importantes momentos en su carrera. No interpreta la escena de la cruz desde una tradición cristiana, sino como un acto de violencia ejercitado en otro cuerpo. Se trata de violencia sin sentido de uno contra otro”, explicaba ayer Matthew Gale, co-comisario de la retrospectiva.

Los hombres de Bacon –en ocasiones también pintó mujeres, pero el cuerpo masculino era su razón de ser– se desesperan en la soledad y con frecuencia se sienten atrapados entre marcos o jaulas, alienados del mundo exterior. En la llamada serie de hombres de negocios, incluidos Hombre en Azul V y Hombre en Azul IV, de mediados de los cincuenta, ilumina las cara de ambos retratados que, según el propio Bacon dijo en una entrevista, están inspirados en un tipo al que conoció en un pub. Chris Stephen, responsable de la retrospectiva con su colega Gale, relaciona estas escenas con una redada oficial contra homosexuales en el Reino Unido –la homosexualidad fue ilegal hasta hace pocos años– y el “deseo de Bacon de dar forma física” a la información publicada en prensa. “Sobreponía distintas temáticas: parejas de hombres, solitarios hombres de negocios, monos y perros…”, recuerda Stephen. Pero, ante todo, queda en el lienzo un hiriente sentimiento de soledad, alienación, vulnerabilidad.

Bacon admiraba a Velázquez entre otros grandes maestros de la pintura y sus homenajes al genio español a través de representaciones del Papa Inocencio X no faltan en la retrospectiva. Son, en cierta forma, la reivindicación de un artista que miraba a la posteridad en términos absolutos, llegando a pronosticar que su obra estaba destinada a los museos nacionales o a la basura. “Bacon emerge de la tradición europea, la reta, revisa y socava. Así se labra un puesto indiscutible en la evolución de la historia del arte”, explica Gale.

A partir de los sesenta entramos en el Bacon clásico, en el maestro de la figuración que desvela la psique del ser humano. El color se enriquece y las caras se repiten. Son los amigos de un artista que prefería pintar a gente que conocía bien a partir de fotografías. Bacon no tiraba de modelos en vivo, sino de las referencias fotográficas y de su intuición sobre la personalidad del retratado. Invariablemente extrae una impactante esencia existencial en rostros y cuerpos distorsionados, introduciendo la abstracción imperante en sus contemporáneos en su perenne obsesión con la pintura figurativa. El suicidio de su amante, George Dyer, en 1971, alentó sentimientos de culpabilidad en el reconocido artista que se tradujeron en una emotiva serie de trípticos en los que descarga su angustia.

Los comisarios coinciden en identificar la poesía como la disciplina que mejor describe la obra del pintor Francis Bacon. T. S. Elliot y Federico García Lorca están entre los poetas que inspiraron al genio anglo-irlandés y cuyos cuadros se exhiben en la muestra retrospectiva que viajará a Madrid y Nueva York tras su clausura en Londres, el próximo
4 de enero.

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