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Berlanga, más que un recuerdo

El cineasta, uno de los impulsores de la Academia, será homenajeado durante la gala

EULÀLIA IGLEIAS

Luis García Berlanga no soplará las velas del vigésimo quinto aniversario de los Goya, los premios de la Academia de Cine española que él contribuyó a fundar y de la que fue presidente honorífico.

El cineasta fallecido el pasado 13 de noviembre será uno de los protagonistas ausentes en la ceremonia que tiene lugar hoy en el Teatro Real de Madrid. El valenciano tiene reservado, por supuesto, su franja de homenaje en la escaleta del programa. Pero la importancia de su legado no se refleja tanto en lo que sin duda será un emocionado pero fugaz momento para el recuerdo, sino en el hecho de que la película que más nominaciones ha acaparado, Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, presenta una clara filiación con esa manera de representar España en el cine que inmortalizó el director de ¡Bienvenido, Míster Marshall!.

Berlanga y otros colegas congregados por el también desaparecido productor Alfredo Matas decidieron, a finales de 1985, impulsar una asociación que reuniera profesionales de los diferentes oficios del cine para defender los intereses de la industria y promocionar las películas españolas. Creada finalmente el 8 de enero de 1986, con José María González Sinde como presidente, podría considerarse joven. Pero un repaso a la historia de los premios Goya, que la Academia empieza a entregar a partir del año siguiente de su fundación, pone en evidencia las muchas mutaciones que ha vivido el cine español en el último cuarto de siglo.

En 1987 todavía le faltaba confianza en sí mismo. Para la primera entrega de galardones, los académicos no se atrevieron a nominar más de tres películas o candidatos por categoría, mientras que muchos españoles cultivaban ese morbo de quien se regodea esperando contemplar un espectáculo ridículo, un mal remedo de la gala de los Oscar. Los Goya, empero, no tardaron en cumplir sus objetivos: promocionar con éxito una industria que se premia a sí misma y convertirse en un espectáculo mediático de referencia.

Síntoma de lo primero son las enemistades que se ha granjeado la Academia, cineastas que se han sentido maltratados en el reparto de premios o nominaciones, como José Luis Garci o Pedro Almodóvar. La repercusión de los premios es evidente en cuanto se han convertido en caja de resonancia de todo tipo de reivindicaciones y protestas paracinematográficas, desde el linchamiento a Julio Medem al No a la guerra.

Los premios de la Academia también han contribuido a liberar al cine español de parte de sus complejos: en los últimos años se han galardonado filmes que han triunfado sin problemas en la taquilla. De hecho, la trayectoria de los premios evidencia cambios en un modelo de cine institucional que, sin embargo, siempre ha perseguido lo mismo: encontrar la proporción áurea entre calidad cinematográfica y éxito comercial.

Por ello, estos 25 años de premios Goya también se caracterizan por el ninguneo a la mayor parte de un cine que resulta más incómodo o arriesgado e incluso a la realidad plurinacional del estado español, aunque Pa negre pueda convertirse en la excepción a la regla.

Así, en esta jornada de recuerdo al cineasta Luis García Berlanga también cabe preguntarse si unos Goya de los años sesenta se hubieran atrevido a premiar películas como Plácido o El verdugo.

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