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De entre las cenizas de Pompeya

BEGOÑA PIÑA

Al lado del monumental Hércules de Farnesio, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, hay una sala con pequeñas piezas, procedentes de un famoso y codiciado 'Gabinete de Objetos Obscenos'. Hace cuatro o cinco años, ni una urna de cristal ni un vigilante ni una alarma disuadían a los visitantes de llevarse algunas de estas joyas en un bolsillo. Justamente lo que hizo el periodista Pietro Treccagnoli  más o menos por aquella época con un fragmento de un mosaico de una casa de la vecina Pompeya. ¡Nápoles! En el museo, tras su restauración, aparecieron medidas de seguridad. En Pompeya, Treccagnoli devolvió la pieza, que solo había cogido para demostrar la desprotección del área arqueológica más importante del mundo. Hoy, mientras Pompeya se somete a un plan de urgencia para evitar su desaparición real, el cine intenta sacar partido de su catastrófica historia desde la ficción.

Por si la auténtica tragedia que envolvió la ciudad y a sus habitantes no fuera suficiente, el británico Paul W.S. Anderson (Resident Evil, Los tres mosqueteros) ha buscado una combinación que, seguramente él cree, le asegurará el éxito. Pompeya, para empezar, está protagonizada por Kin Harington, una de las estrellas de la popularísima serie Juego de tronos. El joven actor interpreta a un esclavo convertido en gladiador. Con este personaje y a través de su amistad con otro esclavo (Adewale Akinnuoye-Agbaje) y de su amor por una rica y hermosa romana, Casia (Emily Browning), el director pretende sacar partido del género de gladiadores. Por supuesto, hay romance, senador romano (Kiefer Sutherland) codicioso, malvado y corrupto, y lucha por la libertad de los pueblos sometidos. Además, naturalmente, la última parte de la película está dedicada al cine de desastres, que, como bien se ha demostrado, tiene muy buena acogida en tiempos de crisis. Por último, se intenta hacer espectáculo de la erupción con la técnica del 3D. Sin embargo, la mezcla es torpe y gruesa, no resulta.

Lo más interesante de la película es intentar intuir desde sus escenas cómo era la vida en aquella ciudadLo más interesante, sin duda, es intentar intuir desde las escenas de la película en Pompeya cómo era la vida en aquella ciudad que fue sepultada por las cenizas del Vesubio. En el verano del año 79 después de Cristo, una mezcla de gases volcánicos, materiales sólidos y aire caliente procedente del imponente Vesubio sorprendió a los habitantes de Pompeya. La villa quedó arrasada por completo, hombres y mujeres paralizados convertidos en pavorosas estatuas, edificios destrozados, tierra quemada...

Tras las excavaciones arqueológicas que se iniciaron en la segunda mitad del siglo XVIII, los trabajos en la zona se han ido sucediendo y millones de personas han podido pasear por las calles de aquella ciudad y contemplar los restos solidificados de sus desgraciados habitantes, los hermosos frescos de las residencias privadas, algunas de las estatuas que se salvaron... Solo en 2007, acudieron más de 2,5 millones de turistas a Pompeya. Y ese trasiego constante  de curiosos por la Historia, añadido al indolente carácter que mostraron las instituciones napolitanas, más la garra ‘inevitable' de la camorra, ha puesto la ciudad en serio peligro de desaparición.

El año pasado se aprobó el que se conoce como el Gran Proyecto Pompeya, que destina 105 millones de euros a su conservaciónDeclarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997, Pompeya ha sufrido robos, desprendimientos, derrumbes... La llamada de atención de Treccagnoli en Il Mattino fue definitiva. Europa entera se alarmó y comenzó una operación de salvamento para Pompeya. El año pasado se aprobó el que se conoce como el Gran Proyecto Pompeya, que destina 105 millones de euros (dinero en su mayor parte de la UE) a este objetivo.

Cuando queda aún un tercio por excavar de la ciudad, los restos ya descubiertos se someterán a vigilancia por satélite y a través de sensores, gracias a un acuerdo al que se ha llegado con el grupo italiano de defensa y tecnología Finmeccanica. El fin último, frenar el derrumbe total de Pompeya, 'que era el destino vacacional más fabuloso de todo el imperio romano'.

'Era como Las Vegas del imperio', dice el director y productor Paul W.S. Anderson, que asegura haber pasado años documentándose para esta historia, junto a su socio en la producción Jeremy Bolt. 'Decidimos hacer el mayor péplum de la historia, pero con un volcán', confiesan en las notas de producción de la película, un trabajo que no hace honor a lo magnífico del escenario en que se desarrolla, pero con el que tampoco engañan a nadie.

En esta ocasión el cine quiere aprovechar la fama de una catástrofe atroz, quiere atraer con el morbo de la lava del Vesubio inmortalizando a los habitantes de Pompeya como estatuas cenicientas y promete espectáculo y diversión de todo ello. 'Veremos bombas volcánicas. Veremos una ventisca de ceniza y un torrente de flujo piroclástico, que es básicamente vapor ardiendo, que se desplaza a gran velocidad, incinerando cuanto halla a su paso. Veremos un maremoto. Y todo eso no es más que el último acto. Antes incluso de todo eso, tenemos sensacionales luchas de gladiadores y guerra en Britania...' y todo ello, mientras Pompeya lucha desesperada de nuevo contra su desaparición.

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