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China está cerca

UMBERTO ECO

Quién es el misterioso comensal con el que fui recientemente fotografiado? Y, ¿por qué estábamos cenando en un restaurante chino? ¿Qué tramábamos la denominada 'élite de izquierdas'? Parece que los lectores de los diarios buscan respuestas a estas cuestiones candentes.

Me explico: hace poco topé con un pequeño artículo publicado el pasado 13 de julio en Il Giornale: un manual sobre cómo provocar suspicacias y cómo distorsionar los límites entre cotilleo y noticia.

'Al profesor le gusta la cocina fusión', escribe el periodista anónimo. El redactor continúa: 'Umberto Eco, referente del pensamiento de izquierdas, fue visto el pasado domingo almorzando con un acompañante desconocido en un restaurante asiático de la calle San Giovanni sul Muro de Milán. Un lugar sobrio y nada exclusivo. El menú ofreció estos clásicos al autor de El nombre de la rosa: arroz cantonés, tallarines de soja con curry y pollo con verduras y bambú, entre otros muchos platos. Manejar los palillos con torpeza debe de ser una pasión común entre la élite de izquierdas. De hecho, el mismo restaurante había contado con otro cliente destacado: Guido Rossi, el conocido jurista, ex senador, ex presidente de Telecom Italia y miembro de la comisión que investigó el escándalo del amaño de partidos de fútbol en 2006. China está cerca. Todo lo que tenemos que hacer es poner otro plato en la mesa'.

No hay nada excepcional en esta crónica. Después de todo, muchos periodistas se ganan la vida contando anécdotas menores alrededor del mundo. Y como dudo de que este periodista se pase el día merodeando por restaurantes chinos 'nada exclusivos' a la caza de una historia, sólo puedo conjeturar que el aspirante al Pulitzer en cuestión va allí habitualmente; después de todo, está bien iluminado, limpio y al alcance de aquellos que ocupan los lugares más bajos en la jerarquía periodística. Harto de comer rollitos de primavera por enésima vez, el anónimo periodistucho debió de caerse de la silla al pensar que había topado con una primicia extraordinaria que podría cambiar el curso de su carrera.

Pero no hay nada más normal que comer en un restaurante chino, y no hay nada inusual en que Guido Rossi haga lo mismo. No sabía que él y yo frecuentábamos el mismo restaurante -de hecho, estoy seguro de que a Rossi no le importa gastarse varios miles de euros en una orquídea rellena de erizos de mar en uno de los restaurantes más pijos de Italia-, pero como está a tiro de piedra de nuestros respectivos hogares, esto no nos sorprende.

Entonces, ¿por qué alguien se molestaría en publicar una historia de tan escaso interés? Déjenme adivinar. En primer lugar, es una práctica muy común -aunque turbia- despertar suspicacias, aunque sean vagas, sobre aquellos que no comparten tus mismas ideas. Hace no tanto, uno de los canales del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, hizo seguir a un juez, Raimondo Mesiano, que había fallado en su contra en un caso de soborno. La cadena filmó en secreto al juez mientras este daba un paseo, se fumaba un par de cigarrillos, iba a la peluquería y finalmente se sentaba en un banco de un parque, dejando ver a los espectadores que el juez llevaba calcetines turquesa. La voz en off del comentarista iba describiendo estas acciones como 'extrañas' y 'excéntricas': prueba de que esta persona no podía estar en su sano juicio.

Técnicamente, ¿le calumnió la cadena? En absoluto. Pero ¿por qué se tomaría alguien la molestia de hacer un reportaje sobre los recados del juez y su fondo de armario, como si fuera una especie de mensaje en clave? Esta es una técnica periodística que difícilmente ganará ningún premio, pero que puede tener otra clase de impacto.

De vuelta a las oficinas de Il Giornale, los editores interesados en mi destino a la hora de la comida probablemente pensaban en cómo influenciar a los votantes de una cierta edad: a aquellos que sólo pueden comer un plato de espaguetis, sin salsa, seguido de alguna verdura hervida, o a quien pudiera horrorizarse por la noticia de que uno de sus compatriotas hubiese decidido comer como los chinos, caracterizados por su gusto infame por los monos y los perros. O quizás la audiencia objetivo fueran personas que viven en una aldea remota donde no han visto nunca un restaurante chino; o aquellos que desconfían de cualquier cosa que tenga que ver con lo que ellos perciben como un grupo étnico invasor; o los que creen que el uso de los palillos chinos es 'una pasión común entre la élite de izquierdas', mientras que la gente decente usa cuchillo y tenedor, como les enseñaron sus madres. O incluso aquellos que piensan que Mao Zedong todavía gobierna en China y que comer comida china es como proclamar, como lo hace el título de una película de 1967, que China está cerca. La verdad es que China se está acercando, como sugiere Il Giornale en su pieza, pero es por motivos que abofetean más a la derecha de Berlusconi que a la 'élite progresista' de izquierdas.

Ahora, en cuanto al asunto de mi almuerzo con 'un acompañante desconocido'. ¿Debería haber llevado un cartel con su nombre, en caso de que las mentes inquisitivas quisieran tomar nota? ¿Por qué se reunió conmigo? Y, ¿tuvo una reunión parecida con Guido Rossi un mes antes? ¿Por qué en un restaurante chino, como si estuviéramos en una novela detectivesca de Dashiel Hammett, y no en un rancio y auténtico restaurante italiano?

Pues este es el tipo de trapicheos que está tramando la 'élite de izquierdas'. Menos mal que la prensa no nos quita los ojos de encima.

*Ilustración: Federico Yankelevich

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