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Climas extremos para el ser humano contemporáneo

La sección oficial ahonda en los límites de la cordura con 'Fear me not' y 'Frozen River'

SARA BRITO

Climas extremos, el hombre frente a una naturaleza que lo pone al límite y frente a las contradicciones de su propia naturaleza. Los dos filmes presentados este sábado en la sección oficial a competición de San Sebastián nos arrinconan frente a una misma pregunta desde dos planteamientos totalmente diferentes: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? A estas alturas conviene aclarar que nada tienen que ver Frozen River –que desde el indie americano entrega la debutante Courtney Hunt– y Fear me not, que desde la frialdad danesa ha confeccionado Kristian Levring, fundador, junto a Lars Von Trier, entre otros, del movimiento Dogma 95.

Frozen River no es una película fría, a pesar de la nieve, el hielo y ese río helado que recorren en coche una y otra vez las dos protagonistas y que tanto recuerda a Fargo. Muy al contrario es cálida, verdadera en su falta de artificios a la hora de contar una historia que nace de la desesperación y que acaba aportando cierta esperanza, con los pies agradecidamente en la tierra.

Courtney Hunt nos enseña un EEUU desconocido: la frontera entre el estado de Nueva York y Canadá donde no hay trabajo, hace frío, las casas son cajas de zapatos prefabricadas con instalaciones vulnerables, y el tráfico de inmigrantes paquistaníes y chinos se presenta como la mejor salida a tanto callejón.

El filme de Hunt trasciende géneros y pone de buen humor la gastada etiqueta de indie americano, que responde a una factura visual, a una franqueza y a una falta de sentimentalismo que podría estar en recuperación gracias a Hunt, Noah Baumbach o Tamara Jenkins.
En cambio, Fear me not sí es pretendidamente helada, deliberadamente nórdica, visual y narrativamente. Kristian Levring nos pone ante un hombre, Mikael (Ulrich Thomsen) que ya ha conseguido todo lo que puede desear: una mujer, una hija, una casa frente al lago, buenos amigos, liquidez… pero se aburre terriblemente. Sufre del humano síndrome de la insatisfacción.

Para matar el bochorno existencial, sigue un tratamiento de antidepresivos ante el que reacciona saltándose límites sociales y morales. Como dice el personaje: “Es la primera vez en mi vida que me presto atención a mí mismo”. La película sigue al personaje en su permanente caída psicológica hacia la perversidad y la locura, y aunque el giro final (McGuffin) resulta metido con calzador, el filme consigue hablarnos de otra frontera: la que linda con la locura. Dice Levring que bebe directamente de su libro preferido de juventud: Dr Jekyll y Mr Hyde. Su secuencia final es esclarecedora. Con ella nos recuerda que todos somos vulnerables, todos podemos pasar al otro lado.

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