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Creer que el cielo en un infierno cabe

Como buen erotómano, era un apasionado de la estética fetichista y un coleccionista de parafernalia

PACO GISBERT*

En términos de biblioteconomía, se conoce como infierno aquella parte de las bibliotecas en la que se acumulaban los libros o documentos que, por su temática, generalmente de tipo sexual, no podían figurar en el catalogo general. Libros que, por unas razones u otras, habían huido del fuego de la censura. Luis García Berlanga poseía uno de los infiernos privados mas importantes de España, una colección que reunía, además de incunables y documentos prohibidos de los siglos XVIII y XIX, un buen numero de grabados eróticos, ilustraciones y libros originales de gran valor.

En su colección privada, la que, según el mismo confesaba, había reunido poco a poco, comprando aquí y allá, a precios astronómicos o de baratija, había desde ediciones inéditas de Sade hasta figuras de representación erótica, símbolos fálicos y dibujos antiguos de escenas sexuales. Pero, sobre todo, Berlanga poseía un extraordinario muestrario de parafernalia fetichista.

El director poseía una colección de libros, grabados y dibujos sexuales

Berlanga, como buen erotómano, era un apasionado de la estética fetichista. El atrezo sadomasoquista, las mascaras, los zapatos de tacón fino que tanto adoraba ocupaban un lugar preferente en ese infierno que, para el director de Bienvenido, Mister Marshall, era su particular cielo. Su particular afición a los zapatos de tacón le procuro un titulo honorífico del que él alardeaba con sorna: era el presidente de honor del Museo del Calzado de Elda, la localidad alicantina que aglutina la mayor parte de la industria del zapato en nuestro país.

Sus pulsiones eróticas las canalizo de dos maneras. En 1977 fundo la colección La sonrisa vertical, una iniciativa editorial que publicó durante mas de tres décadas títulos emblemáticos de la literatura erótica mundial, de Alfred de Musset a Pierre Louys, pasando por los tratados de Bataille o la novela mas sardónica de Camilo José Cela, La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona, que inauguró aquella mítica colección editada por Tusquets.

Por otra parte, fue el impulsor del Festival de Cine Erótico de Barcelona, del que fue presidente del jurado desde la segunda edición, en 1993, hasta 2005, cuando sus obligaciones y su salud le obligaron a renunciar a un cargo que le apasionaba. Berlanga participaba activamente en las deliberaciones del jurado que concedía premios a las mejores películas porno del año y así trabó amistad con profesionales de la industria pornográfica española, como José María Ponce, con el que colaboró, o Sophie Evans, a la que incluyó, en un pequeño cameo, en el que fue su testamento cinematográfico: Paris-Tombuctu.

Impulsó el Festival de Cine Erótico de Barcelona y fundó 'La sonrisa vertical'

En 2005, ya no tenía ni ganas ni tiempo de visionar las películas del certamen. Se limitaba a ver, mientras el resto de los miembros del jurado deliberaban, las escenas que más le apasionaban: las que reproducían la técnica del bondage, que consiste en atar a una mujer con cuerdas hasta que queda inmovilizada sin sentir dolor. En una pequeña sala de La Farga, el recinto en el que el festival había crecido desde sus inicios, 13 años antes en el Pueblo Espanyol, Berlanga se sentaba en su sillón a contemplar, como perfecto voyeur, una de sus perversiones favoritas. Y creer, como en el soneto de Lope de Vega, que el cielo cabía también en ese infierno católico de sexo.

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