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Cronenberg monta un 'ménage à trois' en el diván

El director canadiense imparte una impecable lección de psiconálisis en 'Un método peligroso', filme sobre la turbulenta relación entre Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein

CARLOS PRIETO

'Hola, soy Napoleón. Nunca salgo de casa sin un embudo en la cabeza'. Si usted no puede evitar comenzar así todas sus relaciones sentimentales, no se preocupe. Quizás los locos sean ellos por no quererle. Y además David Cronenberg ha hecho una película para usted: Un método peligroso. El director canadiense presentó ayer en la Mostra su esperada cinta sobre los orígenes del psicoanálisis. O cómo la turbulenta relación profesional/sentimental entre Sigmund Freud (Viggo Mortensen), Carl Jung (Michael Fassbender) y Sabina Spielrein (Keira Knightley) abrió las puertas del inconsciente a los ciudadanos del siglo XX.

En principio, si hay alguien con autoridad para hacer un filme sobre el freudismo, ese es Cronenberg. Aunque sólo sea porque su carrera está tan repleta de personajes con patologías bizarras que más que una filmografía parece un frenopático en hora punta. Una diva del porno transformada en una mutante letal (Rabia), un científico convertido en insecto por error (La mosca), un productor de televisión con alucinaciones que muta (literalmente) en reproductor de vídeo (Videodrome), y un largo y espeluznante etcétera de enajenados.

El director cambia su pirotecnia visual por la austeridad en este 'biopic' de época

La paradoja está en que Un método peligroso es la menos cronenbergiana de sus películas. Y él lo sabe: 'Creo que esta película no va a gustar tanto a mis fans de toda la vida como a los de Freud y Jung, que sospecho que deben ser mucho más numerosos', ha explicado con ironía a Variety. No obstante, ayer dejó claro en la rueda de prensa que no es él sino la historia la que 'decide' cómo debe ser contada. 'Hay que ser honesto con el material que tienes entre manos', afirmó. Y el de esta película le pedía ser lo más clásico y académico posible. Cambiar pirotecnia visual por austeridad para rodar un biopic de época que, para colmo, es de largo su cinta más discursiva. ¡Y menudo discurso!

Cuando a finales del siglo XIX los métodos para curar los desórdenes mentales eran similares a los de los interrogatorios de Guantánamo, el austriaco Sigmund Freud escandalizó a media Europa al asegurar que la locura se podía tratar... ¡charlando con el paciente! ¡Herejía! Los ataques al psicoanálisis no se hicieron esperar. Freud los combatió rodeándose de discípulos para fortalecer su escuela. El joven y brillante Jung parecía ser el destinado a convertirse en el elegido para sucederle.

Pero, como explica el filme, la cosa se torció por, al menos, dos motivos: las discrepancias intelectuales (Jung acusaba a Freud de recurrir siempre al sexo para explicar cualquier patología y Freud temía que Jung, aficionado al espiritismo, alejara al psicoanálisis de la ciencia para convertirlo en charlatanería mística) y la relación entre el psiquiatra Jung y la paciente neurótica Spielrein, que al saltar del diván a la cama puso al freudismo en un aprieto: así que la cháchara del psicoanálisis no era más que una tapadera del obseso Freud para beneficiarse de muchachas perturbadas, podrían pensar los malintencionados.

'Esta película no va a gustar a mis fans de toda la vida', dijo ayer Cronenberg

Para acabar de complicar el cuadro clínico, Cronenberg introduce la figura del psiquiatra Otto Gross, interpretado en el filme por Vincent Cassel, que sirve para entender la brutal ambigüedad psiquiatra/paciente que alimenta un filme sobre la compleja relación entre represión y deseo. Gross, uno de los alumnos aventajados de Freud, era un adicto al sexo y a la cocaína.

Jung trata a Gross en su consulta. Pero, ay, las sesiones acaban con Jung en el diván cantando La Traviata. El hombre saldrá de la terapia como un tiro: pasa de su mujer y se enrolla con Spielrein, a la que conseguirá curar la histeria, provocada por un padre maltratador, golpeándola con un cinturón en el culete para darle placer sexual. Spielrein se transforma así en una psiquiatra de primera. Tan buena que acabará tratando a un deprimido Jung. Y todo este bacanal ante las estupefactas narices de Freud que, para que la fiesta no decaiga, admite estar también algo tarado porque 'un poco de neurosis nunca viene mal'.

En efecto, suena todo a cachondeo. Y, contra todo pronóstico por tratarse de un filme de Cronenberg, algo de humor sí que hay en el dramón de Un método peligroso. 'Quizás no surja de un modo voluntario, sino del contraste entre la diferencia de opiniones entre Jung y Freud', explicó Mortensen. En el fondo es lógico que brote cierta comicidad intelectual al contar las peripecias de dos titanes del pensamiento que se lanzaron sin red a explorar un mundo (el del inconsciente) desconocido hasta entonces. El método ensayo/error bascula siempre entre la genialidad y el desastre. Territorio abonado, por tanto, para la comedia.

'No se vea usted obligado a reprimirse utilizando eufemismos. Mis hijos están acostumbrados a estas charlas', le espeta Freud a Jung mientras comen en casa del pensador vienés y sus chiquillos observan a Jung con cara de poder darle lecciones humillantes sobre el ello, el superyo, la fase oral y la envidia del pene.

Fassbender y Mortensen están muy contenidos; Knightley, algo pasada de rosca

Otro momento antológico del filme: Freud psicoanalizando a Jung. Terapia que, en el contexto de la historia del psicoanálisis, viene a ser algo así como poner google en el buscador de Google (peligro de explosión). Un duelo mental espléndidamente interpretado por los muy contenidos Mortensen y Fassbender (no se puede decir lo mismo de una pasada de rosca Knightley, aunque en su descargo se podría alegar que haber quién es capaz de interpretar a una histérica desde el hieratismo).

Un método peligroso es, en definitiva, una terapia en cien minutos. Los personajes no pueden parar de psicoanalizarse los unos a los otros todo el rato, en el diván y en la cama, de día y de noche. Uno nunca sabe bien si el loco es el doctor o el paciente. Y el amor se convierte en un imposible: '¿Me amas?', pregunta Knightley. 'Sí reponde Jung,pero sólo como médico'.

Hay un chiste clásico sobre el psicoanálisis que se ajusta perfectamente a las intenciones de Cronenberg en esta película. 'Pregunta: ¿Cuántos psicoanalistas hacen falta para cambiar una bombilla? Respuesta: Uno. Pero la bombilla debe desear el cambio'. Freud, Jung y Spielrein no tenían miedo al cambio. David Cronenberg tampoco. El canadiense se ha convertido en un director diferente que sigue obteniendo óptimos resultados. Una vez más, gran película. O, si lo prefieren, gran película académica y hasta convencional, aunque extremadamente cultureta para haber costado 20 millones de dólares. Atentos al palmarés del festival.

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