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Disparen al rock and roll

Una exposición en el Museo de Brooklyn de Nueva York profundiza en la fascinante imagen de las leyendas de la música

ANTONIO LAFUENTE

Cuando en 1955 William Red Robertson obtuvo la fotografía de un adolescente Elvis Presley, con los ojos cerrados, la boca abierta y el cuerpo a punto de dar un golpe de cadera, poco podía imaginar ni él, ni Presley, que esa instantánea, una de las primeras en ilustrar la incipiente revolución del rock and roll, terminaría en un Museo de Brooklyn en cuyo frontispicio están inscritos los nombres de Píndaro, Sófocles y Platón.

Así ha sido. Esa y otras 174 imágenes han acabado en el Museo de Brooklyn, donde hasta el 31 de enero se expone el trabajo de más de un centenar de fotógrafos que decidieron retratar el rock, porque como dice la comisaria de la muestra, Gail Buckland 'las revoluciones necesitanser fotografiadas para creeren ellas'.

«Las revoluciones necesitan ser fotografiadaspara creer en ellas»

Aunque parezca imposible montar una exposición sin enciclopedismo en un museo con obras de Rodin, tras cuatro años y medio preparando cada detalle, Buckland lo ha logrado con pasmosa facilidad. Para ello, ha aprovechado no sólo la pasión congénita delrock, sino también la tensión que surge entre el fotógrafo y el objeto fotografiado.

La exposición, bajo el nombre Who shot the rock and roll (Quiénes dispararon fotografiaron al rock and roll), no es una simple sucesión de imágenes históricas sino una selección de la obra de esos fotógrafos; un trabajo entre el reporterismo y el arte que recoge el alma de esa revolución musical, visual y social, porque, como señala Charles Peterson, participante en la muestra, 'en un momento dado, la información sobre un acontecimiento es más importante que el acontecimiento en sí'.

La imagen de Paul Simonon destrozando su bajo ya es mítica

Siguiendo esa visión, el recorrido por la exposición no es cronológico, sino por temas. El primero agrupa imágenes de jóvenes cantantes y grupos cuando nadie sabía si eran estrellas fugaces o supernovas. Allí está la foto de unos Beatles casi imberbes en Hamburgo, tomada por Astrid Kirchherr en 1960; o la que Phillip Towsend consiguió en 1963 en Australia de unos aprendices de Rolling Stones. A pesar de la desobediencia que trasuda el rock, el apartado revela una mirada ingenua de quienes están aprendiendo a conocerse, fotógrafos y músicos.

El segundo tema recoge momentos fuera del escenario, como el que Max Vadukul tomó hace dos años de Amy Winehouse en una cama, y que sirvió para ilustrar el reportaje 'La diva y sus demonios' en la revista Rolling Stone. En esa sección, el duelo fotógrafos/estrellas del rock es menos ingenuo, aunque Buckland asegura que esas fotos 'nacen de las relaciones de confianza entre unos y otros y son la antítesis de las instantáneas obtenidas por los paparazzi'. Añade que 'son imágenes que trascienden la corriente principal, mostrando emociones honestas y manteniendo a los artistas pegados al mundo real'.

Su afirmación coincide con una de Linda McCartney, que en su día dijo no estar 'interesada en manufacturar la industria del rock'. Para corroborarlo aporta la foto que tomó de su marido Paul a través del espejo retrovisor de un coche, cuando conducía por las calles de Londres en 1978. Ahí está también la que Ian Dikson disparó en 1975 a Bob Marley y sus Wailers, cuando llegaban a pie a un concierto porque tenían que ahorrar en limusinas.

En los siguientes dos temas, retratos y portadas de los discos, la huella del fotógrafo adquiere un peso tan grande como los músicos. Ahí están las caras de los Beattles tomadas por Richard Avedon en 1967 y el fotomontaje en el que Albert Watson convierte el rostro de Mick Jagger en un leopardo. También hay reproducciones iconoclastas de David Lachapelle, como la que hizo de Eminem desnudo. 'Me gusta el rock porque sigue siendo pasional y libre', explica Bob Gruen, para quien 'la revolución continua viva en grupos como Green Day'.

La última parte de la exposición muestra otras dos caras del rock: las actuaciones en directo y las reacciones del público. Una de esas caras es la que inmortalizó Pennie Smith cuando Paul Simonon destrozó su bajo durante una actuación de The Clash en Londres en 1979; una imagen que para algunos, como la revista musical Q, es 'la mejor fotografía de la historia del rock'.

Frente a tanto estrellato, la anonimia del público; un público también pasional, descontrolado y, a veces, peligroso. Tanto como para que Charles Peterson afirme que fotografiar un concierto de rock es 'como ir a la guerra'. En ese apartado pueden verse imágenes sobrecogedoras y, a veces, inquietantes, como en la que Ross Halfin captó en 1993 a los fans de Metallica, gritando casi en formación militar.

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