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Los Enemigos: la vida no mata

La banda abre su local de ensayo a ‘Público’, donde prepara una larga gira para 2012 tras una década separados. Su primer concierto será en el Festival Actual de Logroño en enero

JESÚS MIGUEL MARCOS

El regreso de Los Enemigos se explica con su verso más célebre: “La sangre aún me hierve”. Así comenzaba Desde el jergón, el grito de angustia de un preso que tiembla de soledad porque su chica ya no le escribe. Y es fácil imaginarse a los cuatro Enemigos encerrados en sus celdas durante los últimos diez años, desde aquella mágica trilogía de conciertos en La Riviera madrileña con la que dieron carpetazo a una de las trayectorias más singulares y apasionantes del rock cantado en español. “Tenemos energía y la queremos aprovechar”, sentencia Josele Santiago.

Viéndoles ensayar en su local próximo a la estación de Atocha, el lunes a mediodía, hasta la sobresaliente trayectoria de Josele Santiago en solitario parece empequeñecer, como si fuera un espejismo, como si no hubiera ocurrido. El cantante se retuerce sobre el micrófono, agita su Fender, arruga el gesto y escupe los primeros versos de Alegría, la canción que abría Gas, disco de 1996: “Me cagüen esta vida / que acabo de empezar”.

Se trata del primer ensayo programado para preparar su regreso a los escenarios en el Festival Actual de Logroño en enero, debut de una larga gira que recorrerá España durante el año 2012. “Hicimos alguna prueba hace dos semanas con un equipo prestado, pero esta mañana ya tocamos con nuestros cacharros. Aquello sonaba demasiado limpio”, cuenta el bajista Fino Oyonarte, mientras Josele Santiago inicia el riff de ¿Por qué yo? a un volumen atronador y, sí, bastante sucio.

Los Enemigos son una de las más bellas anomalías que ha dado la música española. Los autores de La vida mata aparecieron en el barrio de Malasaña a mediados de los ochenta, en pleno declive de la Movida, haciendo un rock clásico muy conectado con el blues donde sobresalía la pluma castiza de Josele Santiago. Sus canciones actuaban como misivas urgentes procedentes de la realidad más inmediata: visiones angulares y pensamientos laterales sobre personajes y situaciones que de tan cotidianas no se ven (o no las sabemos ver).

'Había canciones que ni siquiera las reconocía', cuenta Fino Oyonarte

“Cada canción es de su padre y de su madre. No hay que forzar ningún tema: hablamos de lo que vivimos, por lo que es normal que salgan situaciones chungas. Hablo de un tío que está en la cárcel por meterse en las drogas porque es una manera de decir que ese tío no ha hecho daño a nadie. Otra cosa es hacer panfletos sobre legalizar la marihuana. A mí no me gusta que me digan lo obvio. Yo ya me doy cuenta de que es chungo”, sostiene Santiago, que en los noventa estuvo enganchado a la heroína, lo que casi acaba con la trayectoria de la banda antes de tiempo.

Con sus letras, Santiago se rebeló contra la Movida madrileña, pero rescató la influencia de la otra Movida, la de la periferia: “Siempre me gustó mucho lo que hacía Jorge Martínez, de Ilegales, que es uno de los mejores letristas que ha habido en este país. También me interesaba lo que hacían Julián Hernández y Miguel Costas en Siniestro Total”, recuerda.

El humor y la irreverencia de estas bandas se transformó en Los Enemigos en un discurso también sarcástico, pero con un poso de amargura y desconsuelo existencial cargado de poesía que abrió el abanico de temas del rock español a la religión, la muerte, el costumbrismo y una ácida crítica social.

El local de ensayo de Los Enemigos es bastante menos glamuroso que el escenario. En el suelo hay un papel con algunos títulos escritos a boli, dos docenas de canciones que sirven de bosquejo al repertorio que tocarán en la gira. Ahí se lee John Wayne, Brindis, Por la sombra, Señora (su versión del clásico de Serrat), Miedo... “El solo de guitarra entra cuando cambio la línea de bajo”, le dice el bajista, Fino Oyonarte, al guitarrista, Manolo Benítez, vestido de cuero y con gafas de sol y el único que parece un rockero en ese local.

“Hay algunas canciones que salen solas, de forma automática, pero otras hay que prepararlas mucho. De hecho, cuando las escuché en casa, había muchas que al principio ni siquiera las reconocía”, cuenta Oyonarte. Resucitar esas canciones tiene su coste: implica revivir muchas sensaciones, sentimientos y recuerdos almacenados en algún lugar del inconsciente que ahora tienen que volver a encarnarse para tocar las canciones con toda su energía. “Inevitablemente tiene una repercusión emocional, claro que sí. Pero no nos paramos mucho a analizarlo. Ponemos la directa y punto, porque si no, nos pasaríamos el día contando batallitas”, explica Josele Santiago.

Las batallitas también son inevitables. Durante las dos horas de conversación, se cuentan varias. “¿Recordáis en Miranda de Ebro?”, pregunta Chema Pérez, batería, con la mirada iluminada: “Tocamos en un teatro que estaba apuntalado, donde se caían cosas por todas partes. La electricidad funcionaba con un generador que iba a gasolina y que había que rellenar cada cuatro canciones, porque no había más capacidad. Así que cada 20 minutos había que parar para cargar el generador”.

Chema Pérez: 'El rock es lo que las familias hacen ahora para vivir'

Así eran las giras en los ochenta, una década en la que Los Enemigos aterrizaron como un ovni en la escena rock española, una rareza difícil de encasillar, quizás porque ellos mismos tenían gustos muy dispares: si Fino habla de Guided By Voices, Josele recuerda a Jaume Sisa, Manolo sale con Led Zeppelin y Chema pronuncia el nombre de Vetusta Morla. “A los medios les costó mucho etiquetarnos. Al final, a día de hoy, no nos han conseguido ubicar en nada, lo que dice bastante a nuestro favor. Y mira que lo intentaron al principio: garaje, luego rock urbano, rock radical…”, afirma Santiago.

La gira, que vendrá acompañada por la edición de un DVD sobre su gira de despedida en 2002, se puede leer también como una estrategia contra la crisis. “Somos músicos, es nuestro trabajo. Tenemos un repertorio, una banda que estaba ahí muerta de risa y es la hora de sacarla. Pero con dignidad”, puntualiza el cantante.

Para ellos, el rock es inseparable de lo que ocurre en la calle, va más allá de lo estrictamente musical y se convierte en un estilo de vida. “El rock and roll es lo que muchas familias hacen ahora para vivir”, suelta Chema Pérez. Hablamos, pues, de la crisis, y Josele Santiago puntualiza que el rock no tiene por qué contar lo que pasa en la calle, “pero el rockero sí tiene que saberlo, porque tiene que beber de esa energía”.

Ellos, que han criticado en sus canciones con espíritu y forma casi berlanguianos las convenciones sociales y la falsedad acartonada de las apariencias, entienden que la cultura y el arte son una barricada de defensa y resistencia frente al asedio de la mentira. “Hay que empezar por tener un criterio propio. Y hay que estar en la calle, pero no la que nos pintan los medios. La gente es consciente de que esto es un timo. Luego critican que movimientos como el 15-M sean algo un tanto difuso y que no proponen soluciones, pero es que el timo es de unas proporciones tan gigantes que no sabes por dónde meterle mano”, denuncia Santiago.

'La gente sabe que esto es un timo', dice Santiago sobre la crisis

Que ellos vivieron de cerca lo que pasaba en la calle está plenamente documentado en sus canciones y en algunos bares del barrio de Malasaña. En uno de ellos, el bar Velarde, a mediados de los ochenta, pusieron a la venta su disco de debut con un innovador sistema: Ferpectamente se vendía por 1.000 pesetas junto a una caña de cerveza y una tapa de chorizo.

“Se nos asocia a Malasaña desde fuera, porque dentro éramos unos bichos raros. Los grupos del sonido Malasaña cantaban en inglés y tenían unas influencias que nosotros no teníamos. Era un rollo muy esnob”, cuenta Josele Santiago. Pero estaban allí. O más que estar, vivían en el barrio: Josele pinchando, Fino poniendo copas... Hasta que Los Enemigos empezaron a escribir canciones de una forma que nadie había hecho antes. Y la gente de la calle se dio cuenta.

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