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Fatos Kongoli: El escritor que esperó a la democracia

Contemporáneo de Ismael Kadaré, aguardó la caída de la dictadura de Albania para retratar la cotidianidad bajo el totalitarismo

GUILLAUME FOURMONT

Cada año se habla al menos una vez de la literatura de Albania. El nombre de Ismael Kadaré, último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, siempre aparece en las quinielas del Nobel de Literatura. Luego se olvida, y Albania vuelve a ser un discreto país europeo bloqueado entre Grecia, Macedonia, Kosovo y Montenegro. Pero mientras Kadaré construyó una obra basada en mitos y leyendas de su país, otro escritor con apellido con K lleva más de 25 años, desde la caída del régimen totalitario de Enver Hoxha, escribiendo sobre la vida cotidiana bajo una dictadura. Se llama Fatos Kongoli y presenta ahora en España su última novela, La vida en una caja de cerillas (Siruela).

El protagonista es Bledi Terziu, un pobre tipo, un periodista sin ambición y en paro, que se encierra en su pequeño apartamento de Tirana la capital de Albania para beber whisky y pensar en su ex mujer, mientras mantiene relaciones sexuales con la joven camarera del bar de abajo. 'El régimen totalitario oprimía a los individuos. La gente como Terziu vivía en espacios pequeños, lo que les convertía en personas moralmente débiles. Durante la dictadura, la gente vivía en cajas de cerillas, Albania era una caja de cerillas herméticamente cerrada', explica Kongoli a este periódico en una conversación telefónica desde su apartamento de Tirana.

'Mi padre siempre me dijo que el arte era peligroso en una dictadura'

Fatos Kongoli nació el 12 de enero de 1944, 'cuando llegaron los comunistas', según el escritor. Fue en noviembre de ese año cuando se instaló en el poder el Partido del Trabajo, nombre que dio Hoxha (1908-1985) al Partido Comunista albanés nada más tomar las riendas del país. Fiel seguidor de Stalin, Hoxha impuso una de las dictaduras más cerradas del todo el ex Bloque Soviético. 'Era un régimen incluso peor que el de Nicolae Ceaucescu en Rumanía. Era como en Corea del Norte. La mayor parte de mi vida pertenece a la dictadura', insiste Kongoli.

El escritor albanés es de una generación que fue testigo del terror y que siente ahora la obligación de contar lo que ocurrió. Sus referencias son los escritos de Primo Levi sobre el Holocausto (Si esto es un hombre), de la última Premio Nobel de Literatura Herta Müller sobre la dictadura de Ceaucescu (En tierras bajas) y de Aleksandr Solzhenitsyn sobre el estalinismo (Archipiélago Gulag). 'Los escritores tienen una obligación de memoria. Yo no puedo hacer otra cosa que contar lo que pasó. Hay que olvidar para seguir adelante, dicen algunos. Pero si olvidamos la historia, estamos condenados a que se repita', afirma el escritor, antes de matizar que sus 'maestros' son Albert Camus y Fiedor Dostoievski.

'Ni una mosca salía o entraba de la Albania comunista sin ser vista'

La principal diferencia de Kongoli es que la palabra 'comunista' está casi ausente de todos sus libros. El autor no condena en primera persona el régimen que tomó como rehén la mitad de su vida. 'No quiero transmitir ningún mensaje. Los lectores son listos y saben sacar conclusiones ellos mismos. Yo prefiero quedar escondido, nunca mostrarme ante los ojos del lector. No puedo tomar posiciones políticas. Quiero ser invisible', afirma. Bledi Terziu, el protagonista de La vida en una caja de cerillas, también es un asesino que oculta el crimen de una joven gitana, pero el lector no tiene al final del libro una conclusión clara de qué es el bien y qué es el mal. Sólo se asiste a la caída de Terziu en la locura.

Kongoli consigue esta distancia entre el protagonista y el lector gracias a una doble narración. La primera es la voz del narrador, en tercera persona, que describe el cotidiano de Terziu en 2004. La segunda es la voz del protagonista, que quiere entender cómo terminó así, en su piso de Tirana bebiendo whisky, apelando al pasado, desde los tiempos de la dictadura hasta la transición de los años noventa. Kongoli suele utilizar esa técnica; la usó en El dragón de marfil (sin traducir en castellano), novela en la que el escritor recuerda su vida en China, donde estudió Matemáticas entre 1961 y 1964. Albania había rechazado la destalinización iniciada por Nikita Krutchev y había adoptado el maoísmo.

'No tengo ningún mensaje. El lector saca su conclusión. Yo soy invisible'

'Mi padre era violinista, se formó en Italia, donde se hizo comunista. Luchó en los maquis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero tras largos años en el Partido del Trabajo, lo echaron. Mi padre entendió entonces que el arte era algo maldito, algo peligroso bajo la dictadura', recuerda Kongoli.

El escritor albanés se expresa en francés, lengua que aprendió en el instituto. Y con modestia, no cesa de disculparse por contar su vida, su historia personal, que 'no es muy interesante', según él. Soñaba con ser escritor, aunque su padre lo obligó a estudiar Matemáticas. 'No quería que yo tuviera problemas, lo obedecí y hoy le estoy muy agradecido. El marxismo no puede decir nada contra las matemáticas', añade.

Hasta la publicación en 1992 de su primera novela aplaudida por la crítica internacional, El perdido (sin traducción al castellano), Fatos Kongoli era un perfecto desconocido. Y para muchos se convirtió en el escritor del silencio, el escritor que esperó a la democracia para explotar, para narrar lo que había visto y oído durante años. Pero al autor albanés no le gusta oír eso: 'Cuando salió El perdido en Francia, a una periodista de Le Monde se le ocurrió decir que era mi primera novela y que no había escrito antes. Desde entonces todo el mundo lo dice, pero no es verdad'. 'Durante la dictadura, yo leía muchísimo y escribía muy poco', matiza.

'Hay que olvidar, pero si olvidamos la historia, la reviviremos'

A pesar de las advertencias de su padre, Kongoli abandonó su carrera de maestro en una escuela para dedicarse al periodismo literario: 'Es verdad que mi primer gran periodo de creación fue a principios de los años noventa, aunque me publicaron unos cuantos textos antes de la caída del régimen'. Sin embargo, cuando se le pregunta por qué esperó la democracia para denunciar los excesos del totalitarismo, contesta simplemente que lo que le interesa es el 'dolor humano'. 'La literatura trata del espíritu humano y yo escribo sobre lo cotidiano, lo que me interesa es la gente. Mis libros hablan de la vida de la gente en un contexto preciso, como la dictadura', insiste Kongoli.

El escritor albanés confiesa que nunca pensó en el exilio. O casi. '¿¡Exiliarme!? En Albania, ni una mosca podía entrar o salir sin que nadie la viera. El exilio era imposible. Sin embargo, reconozco que lo pensé en 1989, cuando fui por primera vez a Francia. El Muro acababa de caer y me hicieron incluso propuestas para quedarme, pero no podía. Pensé en mi familia, mis hijos. Habría sido un traidor para el régimen, pero los que lo iban a pagar de verdad eran los míos. No podía ser tan cobarde', asegura.

La impotencia y la sumisión ante la fuerza del totalitarismo son temas recurrentes en los libros de Kongoli. El perdido narra la historia de un hombre incapaz de huir a Italia y que se resigna a quedarse en la Albania de Enver Hoxha (sustituido tras su muerte en 1985 por Ramiz Alia, quien lideró la muerte del régimen seis años más tarde). En La vida en una caja de cerillas, el protagonista reza por 'quedarse para siempre en las tinieblas de la nada', aunque en este libro el autor también retrata la Albania actual. 'La democracia vio nacer problemas nuevos. La corrupción del Estado se generalizó y hay ahora muchas mafias, que gestionan incluso la vida cotidiana de la gente', afirma Kongoli.

Sobre el papel y la responsabilidad del escritor para narrar la realidad, contar la historia, Kongoli considera que la ficción también vale. 'La frase de Norman Mailer quiero contar una historia parece sencilla, aunque pensé mucho en ello. Narrar la historia en una novela puede ser peligroso porque existe el riesgo de simplificar, pero la literatura siempre habla del espíritu humano. Y no podemos escribir sin una historia. La literatura empieza donde la historia termina', afirma el escritor.

La diferencia entre Ismael Kadaré y Fatos Kongoli es que el segundo prefiere no opinar de política, incluso cuando se trata de Kosovo y de las minorías albanesas: 'Claro que me informo, pero cuando escribo, me olvido de todo. Quizá sea como mis personajes, sin ideas políticas. Yo soy una persona muy indecisa'.

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