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Francisco Javier, el atracador que vino del lejano oeste

OSCAR LÓPEZ-FONSECA

Una buena coartada vale su peso en oro. Esas chicas que aseguran una y otra vez que su novio no pudo ser el asesino porque a la hora en la que se cometió el crimen estaban juntos haciendo manitas en el parque no tiene precio. Tampoco lo tiene ese charcutero de memoria prodigiosa que es capaz de recordar el minuto exacto en el que despachó 150 gramos de mortadela al sospechoso y contarle a la policía hasta el número de lonchas que entraron en el paquete. Ni esos vecinos de ojo en la mirilla, siempre dispuestos a hacer un detallado informe de las entradas y salidas en su domicilio del investigado con horarios más exactos que los de una estación de trenes japonesa. Por ello, algunos delincuentes, cuando no encuentran una coartada que los ayude a escurrir el bulto ni alguien que ponga la mano en el fuego por ellos, optan por echar mano de una imaginación más creativa que la de Steven Spielberg para justificar que, aunque los pillaran en el lugar equivocado en el momento más inoportuno, ellos no han hecho nada ni se les ha pasado por la cabeza.

A Francisco Javier lo cazaron en septiembre de 2008 justo después de atracar una sucursal bancaria en la pequeña localidad malagueña de Totalán. Entró disfrazado con una peluca, una barba postiza y unas gafas de sol, y en la mano llevaba una pistola, pero su aspecto no debió intimidar demasiado a la empleada de la entidad, que logró dejarle encerrado y sin botín. Francisco Javier consiguió escapar, pero poco después fue detenido. Señalado por los testigos, con todas las pruebas en su contra y sin una coartada que llevarse a la boca, lo lógico hubiera sido confesar hasta el robo de una chuchería en la infancia. Sin embargo, Francisco Javier dejó boquiabiertos a todos y aseguró que él no había asaltado ningún banco y que si iba disfrazado era porque estaba rodando 'una película' de vaqueros e indios.

En su relato, la empleada del banco se transformó en piel roja' y los policías, en extraterrestres

El imaginativo atracador, dispuesto a ser tomado por loco, adornó su versión con todo lujo de detalles estrafalarios. Así, afirmó que él no había acudido en coche a la localidad malagueña, sino a lomos de un veloz caballo. Y que donde entró con una pistola, peluca y barba postiza no era una entidad bancaria, sino un cantina del lejano Oeste. La empleada de la sucursal dejó de ser tal en su relato y se transformó en su declaración en una camarera india que, en lugar de servirle el trago que le había pedido, lo dejó encerrado. Por si a esas alturas de su novela aún había alguien que tuviera dudas de la veracidad de su declaración, aportó dos pruebas demoledoras: una lesión producida por una flecha y una herida en una ceja que se había hecho al caer después de que un malvado piel roja le pusiera la zancadilla en su huida.

En su hilarante declaración no podían faltar los marcianos al más puro estilo Mars Attack. Francisco Javier aseguró que aquellos que le habían detenido no eran en realidad policías, sino 'extraterrestres' venidos de una galaxia lejana. Sin embargo, cuando le interrogaron sobre otro atraco cometido un año antes en otra localidad malagueña, el pistolero cinematográfico se limitó a decir que no recordaba haber rodado allí 'ninguna película'. Ni Steven Spielberg hubiera encontrado mejor guión para su ET.

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