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La gastronomía que sedujo a Miguel Hernández

Un libro de Jaime Ruiz Reig profundiza en la relación real y literaria del poeta con la cocina

PAULA CORROTO

El poeta Miguel Hernández no sabía ni freírse un huevo. Pero entendía de hambre y de pobreza. 'Para que venga el pan justo a la dentadura / del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos', escribió en un poema. Y también conocía la huerta oriolana y ese arroz con conejo que le preparó por primera vez su esposa Josefina recién casados. Un arroz que entusiasmó al poeta, aunque ella confesara que en aquel momento, de cocinar, ni idea.

Estas anécdotas, esta relación con la gastronomía de Hernández y la poesía que dedicó al hambre 'como primera materia del conocimiento', según él mismo señaló, las ha condensado Jaime Ruiz Reig, presidente de la sección de Educación del Ateneo de Madrid, en su libro Garbera de recetas hernandianas, publicado por El Páramo. Garbera, que alude a la mies y al trigo, como destacó ayer la escritora Almudena Grandes durante la presentación del libro, quien a su vez señaló que el recetario 'muestra un Miguel insólito', y una 'reflexión sobre la comida, asentada en la pobreza y en la injusticia, pero también en el placer de alimentarse'.

El libro está trazado a partir de las conversaciones recogidas de Josefina y poemas y muestra mucho de esa cocina que Hernández pudo conocer en su infancia. 'Es un homenaje a Josefina por guardar la obra del poeta, y sus cartas que muestran la vida cotidiana del ser humano', resumió el autor. En la época que nació el poeta, una docena de huevos podía costar 1,5 pesetas, que era el jornal de muchas personas. 'En todo tiempo y en todo lugar no todo el mundo vive igual. Y en aquellos años, también había banquetes sangrantes', apuntó Ruiz Reig.

En la presentación también participaron el exrector de la Universidad Complutense de Madrid Carlos Berzosa y el político Antonio Gutiérrez, orioholano como Hernández. Este destacó que 'entre receta y receta del libro, también hay crítica social', e hizo un recorrido por aquella Orihuela 'satánica y sotánica', en la que los eclesiásticos tenían todo el poder. Berzosa recordó sus anécdotas con el poeta, como aquella ocasión en que un Eduardo Zaplana, aún ministro de Trabajo, entró en la Complutense en unas jornadas sobre Hernández y apenas pudo escuchar nada: los gritos del 'No a la guerra' fueron suficientes para imponer que allí el protagonista era el poeta.

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