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Gibson desempolva la recortada

Tras casi una década centrado en la dirección, el actor vuelve a convertirse en un justiciero de gatillo fácil en 'Al límite'

CARLOS PRIETO

Fue uno de esos lunes en los que te alegras de no haber salido el día anterior hasta las 5 de la madrugada: tener que levantarte a las 7:30 de la mañana para ir a ver una película de Mel Gibson sobre un policía que quiere vengar el asesinato de su hija es una extravagancia de tal calibre que hacerlo con la cabeza como un bombo sería ya puro masoquismo.

Centrado en los últimos ocho años en la dirección de películas que han dado una vuelta de tuerca al concepto de sadismo salvaje (La pasión de Cristo, Apocalypto), Gibson vuelve a ponerse delante de las cámaras en Al límite, thriller dirigido por Martin Campbell que se estrena aquí el 26 de febrero.

«Dejé de actuar porque me sentía trasnochado y sin ideas»

El filme nos permite comprobar si el personaje arquetípico de Gibson, el que interpretó en Mad Max, Arma letal y Rescate, ha sufrido alguna evolución durante su retiro temporal. Recordemos: Gibson se hizo popular (y multimillonario) interpretando a un hombre que, tras ver cómo un indeseable mata/secuestra/agrede/insulta a algún miembro de su familia, decide tomarse la justicia por su mano. Pero dado que el actor ha cumplido ya 54 añitos, una edad apta para el sosiego, cabría preguntarse si su idea de la venganza ya no es lo que era.

Pues bien: a juzgar por el número de personas a las que Gibson amenaza, apalea y dispara en Al límite (sin el ensaña-miento de otras ocasiones, todo hay que decirlo), se puede descartar de raíz que su edad o la elección de Barack Obama hayan transformado a su rol más querido en un hippie amante de los bongos y los malabares.

«La venganza es una fantasía divertida con una larga tradición»

Uno sale bastante inquieto del pase de Al límite. Y que se te vengan de pronto a la cabeza las recientes declaraciones de Gibson sobre la necesidad de 'estar armado en los tiempos que corren', tampoco ayuda precisamente a serenarse.

La cosa no mejora al llegar a la rueda de prensa. Primero te avisan de que a Gibson 'no se le pueden hacer preguntas personales'. Y luego te das cuenta de que la advertencia no es necesaria: la sala está presidida por una foto de Gibson blandiendo un revólver, con una pose amenazadora que hace que se te pasen de golpe las ganas de tocarle las narices.

El caso es que Gibson empieza fuerte describiendo al hombre que interpreta en Al límite como 'una persona que compra una entrada para su tumba'. Continúa advirtiendo que le ha afectado mucho el jet lag y que es posible que se le esté pirando la cabeza y 'nada de lo que diga tenga sentido'.

La cosa promete, en efecto, pero cuando se le pregunta por su querencia por los personajes vengativos y todos esperan que comience a soltar burradas, saca a relucir su mejor sonrisa y dice: 'El sistema puede ser justo o injusto, pero no defiendo que la gente se tome la justicia por su mano, aunque todos hayamos tenido alguna vez ganas de hacerlo'.

Aunque en su caso resulte difícil separar persona y personaje, Gibson ve diferencias entre su figura pública y las ficcio-nes que plasma en la gran pantalla. 'Es cierto que suelo rodar thrillers sobre la venganza, aunque no sé por qué.

Se trata de una fantasía divertida, una tradición que se remonta a las tragedias griegas o a los dramas ingleses del siglo XVII. En realidad, sólo hay siete tramas posibles , aunque se pueden enfocar de muchos modos diferentes', dice en una reflexión que podría servir para explicar por qué ha vuelto a interpretar al mismo tipo armado hasta los dientes de siempre, pese a admitir con franqueza que dejó de actuar hace ocho años al sentirse 'trasnochado y sin muchas ideas'.

Finalmente, la declaración más política de Gibson vino a costa de la trama del filme (el protagonista se enfrenta a una corporación que fabrica armas atómicas) y a la polémica sobre dónde ubicar el cementerio nuclear español: '¿Por qué no se lo llevan ustedes a Los Ángeles? Allí ya no hay nada, seguro que les interesa', espeta.

Eso supondría un respiro para nuestros políticos, sin duda, aunque Gibson sólo parecía estar lanzando una pullita a uno de sus antiguos rivales cinematográficos en el arte de solucionar los problemas tirando de recortada: en su opinión, en la California de Arnold Schwarzenegger,'no se pueden rodar filmes debido a los impuestos'. Eso pasa, cabría añadir, por elegir a un rojo peligroso de gobernador.

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