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La gramola emocional de Terence Davies

Un ciclo repasa la filmografía del insólito director británico

SARA BRITO

'Cuando escuchas un clímax en una sinfonía y luego se calma, ese momento es doloroso y sublime. Has esperado por él, pero se va. Eso puede vivirse también en el cine. Puede que no sigas la historia, pero emocionalmente vas con ella y eso es lo mejor de todo, ¡lo mejor!'. Terence Davies (Liverpool, 1945) salta del sofá extasiado. Su cara está enrojecida, su pecho galopa.

Hablando de su yo más íntimo, como hace siempre, el director británico ha dado la clave para experimentar (que no ver) sus películas: 'Yo trabajo con la memoria, que es cíclica. Obvio que una película no es una sinfonía, pero si tienes una idea que subyace, se van asociando las secuencias de una manera que quizás no es líneal, pero que sí tiene su propia lógica. Entonces, por acumulación, aparece una historia. No soy músico, pero creo que puedes tener con una película el tipo de paisaje emocional que surge cuando escuchas una canción', apunta desde el Caixaforum de Madrid, que le dedica un ciclo.

Eso pasa en Distant Voices Still Lives (1988), el primer largometraje del director británico, que funciona como un artefacto extraño, donde la música y las imágenes convocan la infancia del director en un barrio de clase baja de Liverpool, rodeado de una familia numerosa, con una madre benévola y un padre terrible.

A su madre ('El amor de mi vida', dice) ha dedicado parte de su escueta filmografía. Desde la trilogía de cortos con la que inauguró su carrera en los setenta, pasando por Distant Voices y hasta El largo día acaba (1992), donde retrata los mejores años de su vida, cuando superaba junto a su madre su extrema timidez y su culpabilidad católica por una incipiente homosexualidad. Incluso su adaptación de La biblia de neón (John Kennedy Toole) es una relectura ('fallida', matiza él) de su vida.

Davies empezó a rodar cuando en Reino Unido el realismo social era ya el canon cinematográfico. Su cine, en cambio, aunque parte del retrato de familias humildes, poco tiene que ver con la denuncia y la austeridad. Lo suyo es más un realismo emocional. 'Cuando apareció Saturday Night, Sunday Morning (filme producido por Tony Richardson y considerado germen del realismo social), fue una sorpresa porque el cine británico no retrataba a la clase trabajadora. Me influyó, pero no de una forma estricta. Por mi cine circulan los musicales de Hollywood y la comedia británica de los cincuenta', admite.

Aun así, los filmes de Terence Davies no se parecen a casi nada. Su cine es espectral. Como apunta Roberto Cueto en la edición española de Cahiers du Cinema, es una psicofonía que da fe de la fugacidad de la vida. 'Desde pequeño, he sido consciente del paso del tiempo, cosa que se agudizó cuando leí a T. S. Eliot a los 18 años. Tengo este problema: cuando estoy en lo más alto de la felicidad, empieza el sufrimiento porque sé que se acaba', confiesa. En su cine, los momentos de éxtasis, surgidos de la alegría de la vida en comunidad, preludian la ausencia y por eso hasta en la celebración la angustia persiste.

Hace dos años, Terence Davies volvió a dirigir tras ocho de parón. Lo hizo con un documental sobre Liverpool, Of Time and the City, que después de presentarse en Cannes se convirtió en uno de los filmes más celebrados del año. 'Había perdido toda confianza, esa película me la devolvió', dice.

A pesar del éxito de Of Time and the City, y de ser considerado como uno de los directores más singulares en activo, Davies sigue teniendo problemas para encontrar financiación. 'El cine británico está dominado por la televisión', asume . Ahora está escribiendo una película sobre Emily Dickinson, una mujer a la que la vida y el tiempo también le dolió.

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