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Herta Müller: "Escribo, no hago terapia"

La Nobel rumana habla de su forma de abordar poéticamente los campos de Stalin

BRAULIO GARCÍA JAÉN

Herta Müller casi siempre dice no. Luego matiza amable, lúcidamente sus respuestas, pero ayer, en la presentación de su Todo lo que tengo lo llevo conmigo (Siruela), se puso un 'no' por montera. También cuando le preguntaron quién era Herta Müller. 'No tengo ni idea', contestó.

Esa cuestión no la matizó mucho más, salvo que no se levantaba preguntándose quién era. Eso de la identidad 'son cosas que interesan a los políticos, no a los individuos', dijo. ¿Y el Nobel, le cambió? 'No. La verdad es que toda esta magia alrededor del Nobel debo decir que no la entiendo', dijo.

Herta Müller, nacida en 1953 en una de las familias de la minoría alemana que vivía en el Bánato rumano, reside en Berlín desde 1987 y ha dedicado buena parte de su obra a narrar, con una objetividad poética y minuciosa, la vida y la muerte bajo la dictadura comunista que gobernó Rumanía tras el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1989.

Quizá por esa minuciosidad, hay quien en su caso confunde la literatura con la confesión, la voz de la autora con la del narrador. 'No necesito ninguna terapia', dijo, cuando le preguntaron si para ella la literatura es eso. 'No era yo la que estaba enferma. Era el sistema, y escribir contra él es perfectamente sano', añadió.

No es este, por tanto, el libro de una superviviente. Pero está tan abrochado al viaje de uno de los 100.000 rumanos alemanes obligados a caminar hacia campos de trabajo soviéticos, como botín de guerra del estalinismo, a finales de los cuarenta, que lo parece. Una de esas raras excepciones que impostan la voz de una víctima sin sonrojar.

Está escrito a partir del testimonio de un poeta amigo de Müller, él sí un superviviente. 'Yo quería tratar el tema de la deportación a partir de la figura de mi madre, que estuvo cinco años internada. Pero ella sólo hablaba de forma soslayada. De hecho, todo el pueblo había sido deportado, pero nadie hablaba del tema. Sólo más tarde conocí a Oskar', explicó.

Oskar Pastior le habló de lo que nadie hablaba. 'Colaboramos muy estrechamente durante tres años, queríamos escribir el libro conjuntamente y llegamos a visitar el lugar del campo, en Ucrania', cuenta. Pastior murió en 2006 y un año después, Müller volvió a las notas que habían tomado. Ayer se presentó, junto a la traducción castellana, la versión en catalán.

Un lector creyó ver una metáfora en el Todo lo que tengo lo llevo conmigo, viniendo en metro: ¿A nosotros no nos sobran también muchas cosas?, le preguntó. 'No creo que sean comparables los trayectos. El del libro es una deportación', contestó .

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