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La histeria que interrumpió la tranquilidad de Siri Hustvdet

La escritora norteamericana publica 'La mujer temblorosa', una autobiografía sobre sus nervios

ANTONIO LAFUENTE

Cuando su padre murió a los 82 años, Siri Hustvedt quedó realmente tocada, pero fue capaz de entonar con una voz fuerte y sin jirones un sentido elogio durante su entierro. Sin embargo, dos años más tarde, durante una conferencia en su memoria y se derrumbó inesperadamente. Se estremeció violentamente de cuello hacia abajo y sus brazos y rodillas no pararon de agitarse. No dejó de temblar hasta el final de su conferencia. Una fuerza extraña había asumido el control de su cuerpo. Pero logró mantenerse en pie, siguió hablando y sólo al terminar y mirarse las piernas comprobó que estaban enrojecidas. Su madre, entre el público, le confesó que aquella sacudida le había parecido una electrocución.

Mucho antes de los temblores a la autora le diagnosticaron una migraña vascular y desde entonces conoce sus síntomas: perturbaciones visuales, cansancio, etc. Es muy sensible a ciertas clases de luz y ruido y padece una empatía extrema por el dolor ajeno. Incluso llega a convencerse de que su desorden se debe a la histeria.

'Estamos modelados por nuestras historias personales'

El sentido del humor de Siri Hustvedt se extiende más allá del libro y asume con normalidad estas cuestiones. De hecho, durante la conversación acepta con deportividad y una gran risotada un título que también le habría venido bien al texto: 'Soy una histérica'.

Así que Hustvedt buscó un diagnóstico definitivo. Visitó a psicoanalistas, neurólogos, pasa por escáneres, pero los especialistas no encontraban nada. Y ella comenzó a pensar sobre la enfermedad y su impacto sobre su personalidad, hasta que terminó su andanza con el libro La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, que ahora aparece en España publicado por Anagrama.

'Entregué mi libro a un grupo editorial que lo alabó mucho. Luego, me dijeron: Está muy bien, pero hay un problema. No da soluciones'. Claro que no, este es un libro sobre la ambigüedad', aseguró a Público en su casa de Brooklyn, inmortalizada en muchos de los relatos de su marido, Paul Auster. Ni novela, ni autoayuda, sino un ensayo autobiográfico en el que Hustvedt, norteamericana de origen noruego de 55 años, repasa algunas enfermedades mentales interpretadas bajo la perspectiva de la neurología, la psiquiatría y la psicología, y donde se pregunta si sus dolores se deben únicamente a la condición física o están causados únicamente por motivos psicológicos.

'Paul [Auster] se conmocionó con uno de mis ataques en una conferencia'

'¿Cómo es que determinadas parálisis o temblores se convierten en una cuestión física? ¿Cómo puede afectar lo psicológico a lo neurológico? Las neuronas son pensamientos, pero nadie sabe realmente cómo funcionan', cuenta con cara de ángel nórdico, de no haber roto nunca un plato, mientras cuestiona a los reduccionistas, que opinan que todo es puramente orgánico.

'No hay duda de que algunas cuestiones culturales comienzan en el nivel corporal, como el miedo o la lujuria. Pero otros sentimientos culturales, como la culpa, tienen una inducción social. ¿Estas emociones se producen en el cuerpo o necesitan conceptos culturales? Estoy convencida de que estamos modelados por nuestras historias personales', explica. Es tajante y le parece ridículo negarlo, porque 'nuestras historias van a afectar a nuestros genes'.

También a las familias. Paul Auster, pareja de Hustvedt desde hace 29 años, conoce perfectamente la historia de sus temblores: 'Pobrecillo, quedó conmocionado cuando me dio uno de los ataques en una de las conferencias a las que él asistió'. Además, le ha ayudado mucho con este libro. 'Cuando yo le leía algunos extractos, a veces, me decía: No tengo ni idea de lo que me estás hablando'. Y entonces yo volvía sobre ello y lo reescribía. Se convirtió en mi lector'. Es una práctica habitual entre ellos: 'Siempre nos leemos el uno al otro en porciones de unas 50 páginas y, a veces, lo hacemos en voz alta porque queremos escucharlo'.

Además de leer y documentarse, Hustvedt ha trabajado en talleres literarios con enfermos mentales lo que, junto a una pasión evidente y contagiosa por el tema, le ha proporcionado una voz y un respeto dentro de la comunidad científica. Y eso a pesar de desconfiar del pensamiento que queda exclusivamente en manos de los científicos: 'Los escáneres cerebrales no lo explican todo. Es más, muchos científicos no saben ni lo que son'.

Ni con escáneres, ni con la palabra. La autora reconoce que nunca se ha psicoanalizado: 'He llegado a comprender que una parte de mí siente miedo a sumergirse de lleno en el psicoanálisis. Siendo franca, abrir mi mente en su totalidad me causa pavor'. Pese a ello confiesa, con sarcasmo, que a veces fantasea con que se psicoanaliza y a la búsqueda de la curación se enamora de su psicólogo.

Hustvedt se ha planteado su enfermedad como una gran batalla en la que no pretende descansar. Porque así no sólo descubrirá cuál es su problema, sino también quién es ella: 'Saber lo que somos y saber de qué estamos hechos conforman un campo de batalla'.

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