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“Muchos intelectuales no están dispuestos a que nadie les recuerde que también fueron de izquierdas”

El académica Ignacio Sánchez Cuenca publica 'La desfachatez intelectual', un ensayo que recopila los desmanes y las frivolidades opinativas de muchos de nuestros intelectuales.

JUAN LOSA

MADRID.- Los habrán sufrido en más de una ocasión. Sus columnas suelen ser desabridas, sus argumentos algo veleidosos y su palabrería pomposa. Sentencian con desfachatez e impunidad sobre temas clave como el nacionalismo, el terrorismo y la crisis. Ignacio Sánchez-Cuenca los disecciona en La desfachatez del intelectual (Los Libros de la Catarata), un ensayo en el que analiza con rigor académico los veredictos ampulosos de toda esa pléyade de intelectuales bien pagados y apuesta por una esfera pública más plural, menos personalista y con filtros más eficaces que eleven el nivel de nuestro debate político.

Sánchez-Cuenca, en el Instituto Juan March. - G. del Río

¿Qué le hizo ponerse a escribir sobre la desfachatez de los intelectuales?


Me marqué como exigencia que no tenía que ser una sucesión de juicios subjetivos, sino que tenía que estar todo respaldado por ejemplos. ¿Qué me motivó? Llevaba años dándole vueltas a este asunto, cuando colaboraba con El País publiqué algunos artículos en esta misma línea que ya en su día despertaron cierta polémica. Las reacciones de los aludidos fueron tan duras que me irritó que no se pudiera abrir un debate y que se tuviera que resolver mediante insultos y ridiculizaciones.

¿Es esto algo congénito de nuestra intelectualidad, fruto de un temperamento particular?


Creo que buscan amedrentar a quien piensa diferente. Cuando te enfrentas a una respuesta tan brutal, la próxima vez te lo piensas antes de decidirte a hacer la crítica. No sé si has podido leer la respuesta que me propinó Jon Juaristi en el ABC en un artículo titulado Escudos. Mi pecado ha sido comenzar este ensayo con un ejemplo de Juaristi, pero siempre sin entrar en la descalificación personal, no sólo a él, sino a ningún de los opinadores que menciono. Pues bien, Juaristi me respondió acusándome de pasar todo el día en las herriko tabernas, de pertenecer a Bildu, de que Podemos me iba a regalar una cátedra y, por último, de ser el mamporrero de Zapatero. Imagina todo eso mezclado y aderezado con insultos como imbécil, y calificaciones como cursi y otras muchas cosas…

Supongo que está al corriente de las recientes declaraciones de Félix de Azúa, muy mencionado en el libro, por cierto. ¿Le han sorprendido?

Lo que más me interesa de la anécdota de Azúa es que lo que ha dicho sobre Ada Colau no es tan distinto de muchas otras opiniones que ha ido vertiendo en los últimos años. Por tanto, la pregunta sería más bien qué ha cambiado en el público lector en España para que este tipo de ofensas gratuitas despierten ahora una irritación masiva por unos comentarios que hace años habrían pasado desapercibidos. Ahí creo que es donde está la clave, y no tanto en tratar de entender las motivaciones de Azúa; allá Azúa con sus demonios. Creo que el prestigio o la reputación de esas figuras está en declive debido, en gran medida, a que no han tenido nada interesante que decir sobre la crisis durante los últimos años. Parece que lo único que activa su curiosidad intelectual —en algunos casos incluso a un nivel obsesivo— es el proceso catalán; en cambio, poco o nada han tenido que decir sobre la desigualdad, la crisis financiera, el euro, las nuevas formas de pobreza, la precariedad… Nada de esto les preocupa, hasta el punto de que su figura ha ido erosionándose durante la crisis tanto como la de la élite política.

Algo parecido le ha ocurrido a El País, ¿no cree?

Veo en paralelo el proceso que ha experimentado El País. Pese a que me sigue pareciendo un gran periódico que me ha tratado siempre con mucha generosidad, lo cierto es que ha protagonizado una deriva hacia posiciones mucho más liberales que las que sostuvo en sus inicios.

Cuando lees las trayectorias de muchos de estos reputados columnistas ves algunas conversiones algo extravagantes que van de la extrema izquierda a la derecha más radical

Cierto. Muchos de ellos han vivido una evolución muy fuerte. Si te fijas la mayoría de estos figurones militaron en partidos de la izquierda más radical, para luego, ya entrada la Transición, abrazar la socialdemocracia en la etapa de Felipe González. Más tarde, en los 80, se fueron desencantando de aquel período y se dejaron querer por la derecha de Aznar, de tal forma que cuando llega Zapatero al poder de un modo un tanto imprevisto, ya les pilla en posiciones muy liberales y conservadoras, hasta el punto de que medidas más o menos progresistas como la ley de Memoria Histórica o el proceso de paz en Euskadi, les sacaban de sus casillas. La guinda fue el 15-M y su supuesta traducción política de la mano de Podemos, momento el que sacan toda la jactancia y suficiencia de la que son capaces para despreciar todo aquello que les deja en muy mal lugar. Es decir, muchos intelectuales no están dispuestos a que nadie les recuerde que ellos también fueron de izquierdas. Digamos que es un fenómeno habitual de ciertas conversiones ideológicas. Lo vemos, por ejemplo, en muchos excomunistas que dedican buena parte de sus energías en combatir sus creencias de juventud.

Hay una cierta laguna, en nuestras principales cabeceras, de columnistas cuyos posicionamientos estén abiertamente decantados hacia la izquierda. Esto es algo que en otros países como Francia o Alemania no pasa. ¿A qué cree que se debe?

Se debe, a mi entender, a que cuando este grupo de escritores y ensayistas adquiere cierta reputación cultural eran izquierdas, pero a medida que van abandonando sus convicciones iniciales se va generando un vacío importante puesto que ellos en ningún momento abandonan la esfera pública, siguen manteniendo el protagonismo inicial pero despojados de sus creencias originarias. Aquellos que defendían posiciones más progresistas o radicales quedaron algo marginados durante un largo período, pese a que creo que en los últimos años, con la explosión de los digitales, este escenario se ha ido renovando afortunadamente.

Deben asumir los medios su ‘mea culpa’. ¿Por qué cree que los medios de comunicación permiten opiniones tan frívolas/provocativas/superficiales?

Tengo la impresión de que cada grupo de comunicación intenta rodearse de un conjunto de firmas que le proporcione una cierta imagen ante los lectores. Es ahí donde se genera cierta impunidad, en el sentido de que todo el mundo se acostumbra a pensar que diga lo que diga mantendrán su columna o artículo. Creo que en ocasiones existe una falta de control por parte de quienes están al frente de las secciones de opinión. Si yo tuviera esa responsabilidad y leyera alguna barbaridad, me replantearía la relación con el articulista de turno, por muchos años que éste lleve en el diario.

¿Por ejemplo?

Pues sin ir más lejos, me parece que hoy Félix de Azúa volvía a la carga con un artículo en el que hacía referencia al incidente con Boadella, al que al parecer le han talado varios árboles de su parcela. No cabe duda de que se trata de un acto intolerable, pero no hace falta que esto reciba el calificativo de nazi. Si te fijas se permite constantemente la apelación a los nazis para tratar de entender cualquier cosa que sucede en nuestro país, lo que me parece una barbaridad que impide cualquier tipo de intercambio de razones.

Se ha trivializado la utilización del término “nazi”, es cierto.

Tengo la impresión de que lo que ha sucedido es que algunos de los esquemas que ellos utilizaron para enmarcar la lucha contra ETA, que a mí me pareció muy valiente por su parte, los han trasladado al proceso catalán, con el problema de que no encaja bien, puesto que en Catalunya no hay violencia, sino que este anhelo independentista se ha manifestado hasta el momento de una forma más bien cívica. En cambio ellos están constantemente apelando a una supuesta opresión en la que ellos hacen las veces de resistentes en los países ocupados por la Alemania nazi, defendiendo valores liberales frente a los opresores, es algo muy manido.

No habla de la caverna apenas, no menciona a los Ussía, Tertsch, Losantos y Sostres. Sus textos, muchas veces pasados de vueltas si no directamente temerarios, parece como si —involuntariamente— suavizaran las posturas retrógradas de los Azúa y compañía.

No quería meterme con los Hermann Tertsch de turno porque eso sería un descenso a los infiernos. Solo quería señalar que los intelectuales tienen cierta responsabilidad y no pueden hacer juicios tan frívolos y gratuitos. Una cosa que pongo en el libro y que, en cierta forma me llena de pasmo, es que estos reputados intelectuales tuvieran a bien firmar un manifiesto como Libres e iguales. Manifiesto escrito por Cayetana Álvarez de Toledo y en el que estaban todos revueltos; los Tertsch y Losantos, junto con gente como Trapiello, Félix de Azúa, Fernando Savater y Mario Vargas Llosa. Es algo incomprensible. Como si se hubieran roto las fronteras.

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