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Los jardines secretos de Nueva York

¿Los tomates saben mejor si crecen mirando a los rascacielos?

ISABEL PIQUER

Bajo un sol de justicia con amplio sombrero, pantalón corto y las manos llenas de tierra, Gwen Schantz, una de las socias de la Granja de Brooklyn, está cortado mizuna, una lechuga japonesa parecida a la arúgula que le ha pedido el restaurante del barrio.

Sería una visión normal de no ser por la hilera de edificios en el horizonte: Manhattan, envuelto en los vapores del verano. Schantz está en el tejado de un edificio industrial reconvertido en oficinas, en Long Island City (Queens), en la otra orilla del East River, más o menos a la altura de Naciones Unidas.

Es socia, junto con el granjero jefe y promotor del proyecto, Ben Flanner de una huerta algo especial, una huerta en el cielo, un experimento ecológico que está cuajando en Nueva York. La idea es aprovechar superficies deshabitadas para traer algo de verde a la ciudad.

La pasada primavera, los cinco socios del proyecto plantaron 4.000 metros cuadrados de cultivos por los que fue necesario traer, de Pensilvania, más de 500 toneladas de tierra. 'Ahí es cuando me sirvió mi formación de ingeniero, para calcular la presión sobre la estructura de la construcción', dice Flanner.

En la huerta se cultiva un poco de todo, lechugas varias, zanahorias, hierbas aromáticas, pero sobre todo tomate, en unas cuarenta variedades. 'Tiene sentido que la gente compre algo que se cultiva cerca de su casa, mucho más fresco', dice Flanner. El campo en la ciudad. Una ambición ecológica en el bosque de rascacielos.

Los jardines que florecieron en zonas tan desoladas corren el riesgo de sucumbir a la insaciable sed de cemento

'Es casi más sano cultivar en ciudad porque no tienes tantos bichos ni tantas enfermedades', dice Gwen ¿Y la lluvia? 'Todo el mundo me hace la misma pregunta, pero la verdad es que aquí tampoco hay tanta contaminación'. Con o sin dióxido de carbono, la mizuna sabe bien.

Las granjas urbanas se pueden visitar pero hay que echar un vistazo a sus páginas web para comprobar horarios y condiciones (www.brooklyngrangefarm.com; www.rooftopfarms.org)

Nueva York no sólo tiene jardines secretos en el cielo. La jungla de cemento ha librado sus mejores batallas con árboles y plantas, primero contra el desahucio urbano y luego, décadas más tarde, contra la especulación inmobiliaria.

Son los jardines comunitarios. Y tienen nombres exóticos, la Finca del Sur o la Familia Verde, en el Bronx, el Jardín del Paraiso y el Pequeño Versailles en el Lower East Side, Los Acres Verdes en Brooklyn.

Apadrinados por la alcaldía de Nueva York, empezaron en los años 70, cuando la ciudad estaba al borde de la bancarrota económica, la quiebra urbana y una criminalidad brutal. Los habitantes de las zonas siniestradas se movilizaron, ocuparon los solares abandonados e intentaron crear algo que diera vida a los barrios. Están repertoriados en www.greenthumbnyc.org, la mayoría permite el acceso de visitantes en horas y días precisos.

Pero los jardines que florecieron en zonas tan desoladas (hay 198 áreas protegidas en este momento) corren el riesgo de sucumbir a la insaciable sed de cemento de Nueva York. La alcaldía está rescribiendo las normas que protegen estas zonas verdes y sus partidarios temen que se vuelvan más vulnerables a los promotores inmobiliarios.

'Seria un cambio en la política de preservación y el desarrollo' de estos espacios, dice Aresh Javadi de la Coalición de Jardines Comunitarios de Nueva York, 'queremos conseguir un acuerdo que de proteja a los parques'. Está claro que en Nueva York, los tomates o vuelan o lo llevan crudo.

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