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José Mestre, el 'narco' que tenía cuatro Picassos

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Siempre se ha llamado 'delincuente de cuello blanco' a aquel que es capaz de delinquir desde un despacho sin mancharse esas camisas de inmaculado 'nuclear' que le dan un aspecto tan respetable. Delincuentes que no llaman la atención porque su alto nivel de vida incluya chalets de diseño, cochazos con más caballos de potencia que un Fórmula 1 y botellas de Möet Chandon para merendar.

Todo el mundo supone que es la justa recompensa a su éxito en el mundo de los negocios legales. Delincuentes que, incluso, muestran inquietudes artísticas y cuelgan en sus salones Picassos como otros colocan fotos de la comunión de la Jessi. Al fin y al cabo, están tan lejos de los proletarios del atraco como sus beneficios de los magros dividendos que estos consiguen cuando sacan a pasear sus navajas de Albacete.

José Mestre, director de una de las terminales de contenedores del Puerto de Barcelona, es uno de estos delincuentes de cuello blanco, a la vista de lo que la policía ha aportado a la Justicia para que lo meta entre rejas.

Dueño o accionista de hasta 64 empresas, fue detenido por su presunta implicación con un alijo de 202 kilos de cocaína en junio, sólo un mes después de que hubiera recibido el rimbombante título de empresario del año en el sector de la logística de la mano del mismísimo presidente de la Generalitat, José Montilla. Un honor, este último, nada extraño en alguien en cuya casa, en un lugar destacado, tenía una fotografía suya con el rey Juan Carlos y atracaba su yate junto al barco del influyente empresario Florentino Pérez.

En su casa atesoraba costosos cuadros, coches de alta gama, doce jamones 5J y una foto con el rey

Y, sin embargo, José Mestre tenía otras amistades menos presentables pero que, presuntamente, explicarían que en su domicilio, junto a la foto con el monarca, tuviera seis cuadros de Miró, cuatro de Picasso, un Tàpies y un Nonell, todos adquiridos en Sotheby's y con sus correspondientes certificados de autenticidad. Y que en el garaje amontonase un Rolls Royce, un Porsche Cayenne, un Mercedes SLR con motor McLaren, un Range Rover, un Mercedes todoterreno y cuatro Smart como el que colecciona cromos. Sin olvidar los 12 jamones 5J y las decenas de botellas de exclusivos vinos que tenía en la bodega, junto a la calderilla de 60.000 euros en efectivo que guardaba en la caja fuerte para gastos diarios.

En concreto, el empresario barcelonés se reunía con Héctor Murillo, El Juli, un narcotraficante colombiano con pasaporte mexicano que estaba empeñado en convertir el puerto de Barcelona en un paraíso sin fronteras donde los alijos de cocaína entrasen como Perico por su casa. Mestre, desde su puesto de virrey de las instalaciones, era presuntamente el encargado de hacer realidad sus deseos a cambio, según cree la policía, de un 30% del valor de la droga introducida. Todo un chollo si se tiene en cuenta que él ni tocaba la cocaína.

De hecho, casi ni trataba con los narcos, que para eso tenía a su propio currito que se encargaba de ultimar los detalles con la gente de malvivir. Para todos estos, Mestre era El Don, un alias que los mafiosos sólo suelen utilizar para referirse a los capos importantes. Ahora, sin embargo, es un preso más, sin un Picasso que colgar en la celda y con el cuello de la camisa algo más sucio de lo que él estaba acostumbrado.

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