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Juan Gutiérrez, el narco que resucitó sin querer

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

A todo el mundo, salvo a los suicidas, le produce cierta pereza eso de morirse. Más que nada porque cuando se recorre ese breve tránsito entre la vida y el más allá no suele haber manera de dar marcha atrás. Y, sin embargo, convertirse en un difunto es para algunos una buena solución a gran parte de sus problemas, sobre todo si se consigue encontrar la forma de salir con vida del temido cambio vital. ¿Imposible? No pensó eso Juan Gutiérrez García, un narcotraficante de medio pelo que el 17 de julio de 2001 decidió evitar tener que sentarse en el banquillo de los acusados por su presunta relación con una pequeña partida de droga gracias a un certificado de defunción en el que se aseguraba que había muerto de un infarto y estaba bien enterrado a miles de kilómetros de distancia de España.

Su rocambolesca historia comenzó en el verano de 1998, poco después de que la Guardia Civil lo detuviera en un hotel de Gran Canaria cuando presuntamente estaba a punto de hacerse cargo de un alijo de 1,6 kilos de cocaína. Juan vio claro que los cinco meses que pasó en prisión preventiva por aquellos hechos le auguraban un futuro con el horizonte lleno de barrotes. Por ello, lo primero que hizo cuando salió en libertad provisional a la espera del juicio fue cruzar el océano Atlántico, junto con su mujer y dos hijas, y asentarse en Colombia.

Durante los ocho años que estuvo oficialmente muerto siguió haciendo la declaración de renta

Allí se perdió su rastro, hasta que en 2001 su esposa se presentó en el consulado de España en Bogotá con un certificado médico en el que se aseguraba que su amado esposo había fallecido por un infarto de miocardio en un rincón del país suramericano al que los diplomáticos españoles no consideraron necesario acercarse. La legación diplomática dio por válido el RIP y, poco después, el documento llegaba al juzgado canario, que archivaba la causa abierta contra el difunto.

Tras una temporada en Colombia, Juan y su esposa volvieron a España. Para cruzar la frontera, el supuesto narco utilizó su pasaporte original sin que ningún agente pusiera el más mínimo problema. Incluso encontró trabajo en varias empresas de seguridad sin que incomprensiblemente nadie descubriera tampoco sus antecedentes policiales. De hecho, durante ocho largos años Juan vivió tan tranquilo en un piso del madrileño barrio de Puente de Vallecas e, incluso, siguió haciendo año tras año la declaración de la renta sin que Hacienda se percatase de que aquel que pagaba impuestos religiosamente estaba oficialmente bajo una lápida.

Y así podía haber seguido durante muchos más años si no hubiera maltratado a su mujer. Esta, harta del insultos y tratos vejatorios, se presentó el 25 de enero de 2009 en una comisaría madrileña para denunciar a su esposo por estos hechos y, ya de paso, relatar la increíble historia de su falsa muerte. La esposa no ahorró detalles de la peripecia vital de Juan ante el asombro de los agentes. Inmediatamente, la policía se personó en el domicilio conyugal y comprobó que lo que decía la maltratada mujer era cierto. Allí estaba el finado delincuente afeitándose tan tranquilamente. Cuando le pusieron los grilletes, al resucitado narco no le dio tiempo ni a decir aquello de 'tierra trágame'. En él hubiera estado plenamente justificado.

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