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Julián de Zulueta: el señor de los mosquitos

Un libro rescata la vida de este brillante y exiliado epidemiólogo español

BRAULIO GARCÍA JAÉN

Pocos tópicos tan recurrentes a la hora de hablar de una biografía como decir que se lee como una novela. Si además el protagonista ha tenido la suerte de conocer muchas vidas en lugares a menudo remotos, resulta inevitable la comparación con la novela de aventuras. Sin embargo, de este Tuan Nyamok [El señor de los mosquitos]: Relatos de la vida de Julián de Zulueta contados a María García Alonso, recién editado por la Residencia de Estudiantes, difícilmente podrá repetirse el tópico, aunque su lectura resulte absorbente y algunas peripecias de su protagonista, verdaderamente increíbles. 'Yo habría muerto varias veces a lo largo de su vida', confiesa la autora.

El libro es justo lo que dice el subtítulo. Una conversación entre Zulueta doctor en medicina, epidemiólogo de la Fundación Rockefeller y director de numerosas campañas contra la malaria durante los 25 años que trabajó para la Organización Mundial de la Salud y la antropóloga García Alonso. Esta se limita a introducir brevemente cada capítulo y a tirar de la lengua al protagonista en su casa de Ronda, donde Zulueta vive desde que regresó del exilio y donde fue elegido alcalde (socialista) en 1983.

Comandó durante años la lucha contra la malaria en Oriente Medio

García Alonso, aunque confiesa que le tentó la novelización, celebra haberse resistido: 'Le hubiera quitado a este texto su cualidad de relato oral y, con ello, habría perdido lo que ahora tiene: la voz real de un hombre que al final de su vida cuenta sus historias', dice. La charla, en la que a veces interviene su mujer, Gillian, fluye con tanta naturalidad que a veces parecen oírse los ronquidos de Phobos (el perro de la familia), registrados en la grabadora de la autora, que nos pone sobre aviso en el prólogo: 'Julián es una persona de una suerte extraordinaria'.

Julián de Zulueta (Madrid, 1918), sobrino del histórico dirigente socialista Julián Besteiro, estudió en la Institución Libre de Enseñanza y entre sus primeros maestros estuvo su fundador: Francisco Giner de los Ríos. 'Las clases de Giner no eran clases propiamente dichas, eran conversaciones', cuenta. Luego, en los primeros años del bachillerato, Zulueta se mudó al Instituto-Escuela junto a la estación de Atocha, en cuyas clases pasó menos tiempo del que estaba mandado. Lo solía perder en las cuevas de alrededor, habitadas por pobres y maleantes, y en el Observatorio Astronómico, mirando los cráteres de la luna a través de su telescopio.

'Yo habría muerto varias veces a lo largo de su vida', confiesa la autora

Tras el advenimiento de la República, su padre, Luis de Zulueta, fue nombrado embajador en Berlín, a donde se llevó a Julián. Era julio de 1933, seis meses después del nombramiento de Adolf Hitler como canciller. Justo un año después, el primero de julio, Hitler orquestó el asesinato de los principales dirigentes de las SA, de cuya ambición, violenta y callejera recelaba. Al día siguiente de aquella Noche de los cuchillos largos, el Fürher pronunció un discurso en la cancillería.

Por supuesto, el adolescente Zulueta, alumno del colegio más liberal de la ciudad y que aun así había tenido que acostumbrarse a saludar cada mañana con el brazo en alto (al igual que sus compañeros judíos) pasaba por allí y se puso en primera fila: 'Yo estaba delante, salió Hitler a hablar y le vitoreamos. Y Hitler explicó en el discurso la matanza que había hecho'. Tenía 16 años.

Años después, de paso por Roma cuando estalló la Guerra Civil, los Zulueta empezaron su exilio en Colombia. Allí comenzó también la carrera del médico Julián, que acabaría convertido en epidemiólogo y referente mundial contra la malaria (de ahí su apodo, por el mosquito que la transmite). De esos años, sin embargo, es difícil no quedarse con la imagen del joven amante de Lolita Weber (casada con 'el don Juan de Bogotá', cazador con fama de buen tirador), a la que Zulueta cortejaba armado: 'Llevaba una pistola cargada en el bolsillo, por si el don Juan se lo encontraba...', recuerda entre risas.

Tras su regreso a España, fue alcalde de Ronda durante los años ochenta

Tras pasar por Cambridge (Inglaterra), donde conoció a su mujer, Gillian, y Ginebra, donde entró a trabajar en la Organización Mundial de la Salud, emprendió un periplo de 30 años que lo llevó por Malasia, Uganda, Líbano, Jordania, Siria, Irak, Irán, Afganistán, Turquía, Argelia, Pakistán y Madagascar. Lugares por los que Zulueta va pasando, entre el extrañamiento y la admiración de sus huéspedes, como una esponja, absorbiendo experiencias y reflexiones que ahora escurre en estas páginas. Países de enorme actualidad y de los que esta travesía de las décadas de los sesenta y setenta devuelve una perspectiva privilegiada.

Ahí está, por ejemplo, la Guerra de los Seis Días de 1967 entre Israel y sus vecinos árabes, donde Zulueta trabajaba por entonces. Una de las incursiones del Ejército israelí sorprendió a Zulueta con su Land Rover azul y sus ayudantes en la frontera jordana. El día anterior, miembros de la guerrilla habían disparado contra un autobús israelí, lo que no auguraba una reacción precisamente moderada.

Cuando al amanecer el avance israelí se dejaba ya oír y ver en el campamento, Zulueta reaccionó con un gesto propio de su inteligencia y su carácter. En lugar de huir, recogieron las tiendas de campaña y metieron todo el material en los coches, salvo la mesa y las sillas, el té, el pan y la miel. 'Justamente lo que no debemos hacer es salir corriendo', le dijo entonces Zulueta a uno de sus ayudantes. Y así, convencido de que su Land Rover azul-ONU era perfectamente conocido por los israelíes, salieron indemnes: 'Mientras desayunábamos, se oían los cañonazos', cuenta.

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